Antonio Aradillas El anillo del obispo pecador

(Antonio Aradillas).- Por fin, y a su tiempo, se difundió la esperada noticia de la dimisión de la sede episcopal de Mallorca de su obispo titular, y su reconversión en auxiliar de la de Valencia. El hecho, y algunas de sus circunstancias, justifican estas y otras reflexiones.

"Si he ofendido a alguien, o le he dado motivos de preocupación, pido disculpas". A estas palabras que corresponden a la carta de despedida de su ya ex diocesanos, le sobran el "si" como condición adversativa equivalente a "aunque", y le falta su conversión tajante en adverbio afirmativo "sí". Nada de "si..." y todo de "sí". Y no solo "motivos de preocupación", sino de asombro, pasmo y escándalo, sin dejar de subrayar el contenido real de ofensa -"hacer daño"- a una o varios personas, sino a todo el pueblo de Dios.

La humildad en cristiano y en humano, se escribe y se pronuncia con todas las letras mayúsculas de la "verdad". Sin la rúbrica veraz de la petición de perdón con la correspondiente reparación, es palabra ritual, oficial y ociosa. Si el contexto en el que se vive y articula es nada menos que el episcopal, los adjetivos requieren énfasis y encorajinamiento mayores.

En tiempos de misericordia para todos, a algunos cristianos les resulta arduo y hasta inasumible tener que asentir a decisiones curiales supremas como la que comporta el simple traslado de una diócesis a otra, y no la reducción al estado laical, o el ascético refugio en algún monasterio de clausura, tal y como acontece en casos similares con los sacerdotes, episcopables o no.

La figura del cardenal-arzobispo que le abrió sus brazos de acogida al nuevo "auxiliar" dejó durante algunas témporas de aparecer en los medios de comunicación social como activo ejerciente de inquisidor, lo que lo colocó en óptima situación pastoral en beneficio de la Iglesia en España. Son muchos los que aprovechan esta ocasión para cuestionar la necesidad pastoral de los obispos auxiliares, y si estos, además de disfrutar de titulaciones raras y exóticas procedentes de territorios hoy ubicados "in pártibus infidelium", y de servirles de retablo litúrgico y destacar la "dignidad" del titular, han de efectuar otras misiones: ministerios que podrían muy bien ser atendidas por vicarios o arciprestes, canónigos o no, pero no revestidos de hábitos episcopales.

De todas maneras, hay que reconocer que el hoy exobispo de Mallorca, y otros hermanos del episcopado del "vivero valenciano", no se informaron a tiempo de lo que es y significa el anillo que recibieron de manos del celebrante en la misa de su consagración. Este -el anillo- es el símbolo por antonomasia de los "desposorios místicos entre el obispo y la Iglesia". Del mismo hicieron referencia el IV Concilio de Toledo celebrado el año 633 y san Isidoro de Sevilla, haciéndose general su uso en la Iglesia ya en el siglo IX, acentuando el ritual que había de ser de oro y con piedra preciosa: "cum gemma in qua nihil sculpti esse debet".

En el intercambio anular de la historia del caso-eje de esta reflexión, no se ofrecen detalles -que por otra parte se dan por supuestos-, dadas las consecuencias sobrevenidas a ambas partes. Lo que sorprende a propios y a extraños es que, pese a que el amor no tenga edad, los comportamientos clericales a los 68 años en relación con los amores, amoríos y deslices sentimentales sean, o hayan sido, los propios de aspirantes a adolescentes, sin humildad, responsabilidad y audacia evangélicas para decidirse a "colgar los hábitos" antes de efectuar cualquier intercambio de anillos.

Una vez más hay que proclamar la necesidad que tiene la Iglesia de que sean otros los procedimientos vigentes en el nombramiento de los obispos, con intervención directa del pueblo -sacerdotes y seglares-, y, consiguientemente, de la remoción, en su caso. También hay que proclamar tal necesidad de reforma en relación con el celibato opcional, que pueda abrirles las sacramentales puertas del matrimonio a los sacerdotes y a los obispos. Si estas aseveraciones causaran escándalos a algunos católicos, es de suponer, lamentar y comprender los que les estén causando
casos como el aludido, y otros, en el presente y en el pasado de la historia de la Iglesia.

La confesión pre-testamental del Papa emérito Benedicto XVI, reconociendo haber tendido, y superado, "un amor muy serio", ilumina con teología y humanidad estas y otras historias intimas, y no tan íntimas.

Con honradez profesional y fe en la Iglesia "franciscana", comprendo que a muchos cristianos les hayan resultado patéticas, sorprendentes, misteriosas y necesitadas de explicación las palabras pronunciadas por el ya exobispo de Mallorca en la celebración de la eucaristía de despedida a la que asistieron 160 sacerdotes, además de religiosos/ as y seglares: "Esta misa marca un camino en mi vida y en la de la Iglesia".

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