Antonio Aradillas De las cáligas a los borceguíes

(Antonio Aradillas).- Expertos académicos en las cáligas, borceguíes y demás términos relacionados con el revestimiento de los pies de los humanos, definen los primeros como "calzado propio de los emperadores y patricios, que se llevaba sobre calcetones, o medias de paño, que cubría el pie y la pierna".

Los liturgistas asumen la definición, con el añadido de que ellas -las cáligas- , de tela, de seda o de cuero, con cruz negra, normalmente en rojo o en color propio del tiempo sagrado, fue privilegio pontificio y de algunos abades y jerarcas de la Iglesia, tal y como de las mismas hay constancia, artística y resplandeciente, en los mosaicos de Ravena y en los documentos del papa San Gregorio Magno, prohibiendo su uso a los diáconos de Catania.

Los "zapatos papales" tuvieron predicamento especial en los anales de la historia de la liturgia, a los que le consagra largos y detallados espacios, por supuesto sin mención alguna para los borceguíes, a los que el diccionario define como "calzado cómodo rural procedente de las clases populares, abierto por delante, que llega hasta arriba del tobillo y se ajusta por medio de cordones".

A los lectores interesados en temas supra-litúrgicos relacionados con los "zapatos papales", que transcienden modas y modos pastorales, es posible que, sin excesivos esfuerzos de imaginación, les resulten de provecho las siguientes reflexiones:

. Los zapatos definen a las personas de modo certero y puntual. Integral y primario. "Díme qué zapatos usas, cuanto inviertes en ellos, qué motivaron la elección de su marca y cuales son los principales y más frecuentados caminos que las de recorrer con los mismos, y te diré quien eres", es definición exacta de quien es quien, de cual sea su oficio y vocación y hasta de sus mismas intenciones. "Per se, per sólidum", y de verdad, todos somos lo que son nuestros zapatos. Ellos ahorman, moldean, y ajustan.

. Es comprensible y hasta exculpatorio, que clérigos y laicos hayan proclamado, y proclamen, que los caminos que solo o fundamentalmente requieran ser recorridos con cáligas, con firmas identificadoras, o sin ellas, con serias dificultades llevarán a destinos pastorales de Iglesia pobre y de los pobres, por más señas, pese a que el nomenclator bibliográfico personal del portador de las referidas prendas litúrgicas esté enriquecido con temas y títulos teológicamente meritorios. A otros -clérigos y laicos- les convencerán argumentos científico-eclesiásticos, basados en textos bíblicos veterotestamentarios, en concesiones seudo imperiales y en tradiciones e historias irreversiblemente pretéritas, ajenas por la gracia de Dios a cuanto demandan los tiempos conciliares, y más si estos son, o aspiran a ser, "franciscanos".

. Al menos en teoría, y en casos ejemplares ya en la práctica ascética y mística, los borceguíes se abren paso por los caminos de Dios, sin haber tenido necesidad siquiera de haberse sometido a las exigentes y protocolarias normas de sus recambios litúrgicos, teniendo en cuenta colores, fórmulas y plegarias establecidas con rigor en los inalterables textos sagrados. Sin disponer de exactas referencias iconográficas, me resulta difícil imaginar que papas beatificados y canonizados recientemente sean presentados en los altares votivos como sujetos de veneración, culto y ejemplos de vida cristiana, con los pies revestidos de cáligas. Algo similar acontecería con las suntuosas sillas gestatorias y los procaces "papamóviles", aún con la aportación y el justificante de que razones de seguridad personal así lo requirieran.

. De idéntico modo a como acontece con las símbolos litúrgicos referidos a los pies - a los que el evangelio califica de "bienaventurados" en la proclamación de la palabra de Dios"-, la reflexión habrá de extenderse salvadoramente a los báculos, mitras, palios, cruces, genuflexiones, ex tiaras persas, gestos y ornamentos ininterpretables hoy por parte del pueblo, y otros tantos escándalos para el mismo, si se les ocurre indagar en las razones de su concesión civil, y de las reclamaciones de las que fueron objetos, poniendo a Dios por testigo de su conveniencia y justicia, con amenazas y actuaciones de anatemas y condenaciones eternas.

. Tal y como siguen estando todavía las cosas, en la hipótesis imposible de que algún día iconografiaran al papa Francisco, en la fervorosa imaginación de los inspiradores de sus imágenes, jamás habría lugar al intercambio de sus humanos y humanizadores zapatos- borceguíes , por las aladas y alabanciosas cáligas de las solemnidades litúrgicas, o para- litúrgicas, de otros papas, o aspirantes a serlo.

. De todas formas, haber recorrido en tan corto tiempo la distancia existente entre las cáligas y los borceguíes, con naturalidad, evangelio, simpatía, audacia y tan altos grados de aceptación, no deja de ser un milagro, cuya referencia hasta a algunos les parezca procedente invocar a la hora de los rituales procesos oficiales, por aquello de que los papas, en los últimos tiempos, y con la sospechosa excepción de tan solo uno de ellos, coronaron sus biografías con el "honor de los altares".

Acompañantes en la itinerancia de las cáligas serán a perpetuidad el oro, el incienso y la mirra. De los borceguíes y asimilados, lo será lisa y llanamente el sanante olor pastoral a redil o al aprisco.

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