"Más que adorar a Dios, le ofenden" Los canónigos... y más
iensan ya no pocos que la sola aspiración al canonicato constituye una afrenta para la misma vocación sacerdotal, identificada de por sí con el servicio al pueblo, al margen o en contra de cualquier prebenda
Como casi siempre, y también en la Iglesia, al principio no fue así. Los canónigos –“cánon” significa “regla o precepto “- constituían un grupo de sacerdotes o frailes, que formaban una comunidad que vivían en la misma mansión del obispo, de vida austera, y cuyo destino o ministerio era el de colaborar con el prelado de la diócesis en la administración de los bienes eclesiásticos, disponiendo de un fondo común. Como tales rentas llegaron a suponer, en la mayoría de los casos, pingües y cuantiosas rentabilidades, el canonicato fue aspiración de los nobles –“secundones”- que no tuvieron dificultad, sino todo lo contrario, en vestir la sobrepelliz y la muceta, cuyo color era, y es, en conformidad con lo establecido en las respectivas diócesis.
Hay que reconocer que la relación por parte del diccionario con los canónigos, tanto el académico, como el vulgar, no fue, ni es, medianamente aceptable, sino todo lo contrario. Es anticlerical e impulsora de fama muy poco noble. Así describe con toda su autoridad académica el término “canonjía” como “prebenda por la que se pertenece al cabildo de la catedral o colegiata” y como “empleo de poco trabajo y bastante provecho”. “Prebenda”, refiere el diccionario, es “la renta aneja a un canonicato, u otro cargo eclesiástico, oficio o empleo lucrativo”.
Piensan ya no pocos que la sola aspiración al canonicato constituye una afrenta para la misma vocación sacerdotal, identificada de por sí con el servicio al pueblo, al margen o en contra de cualquier prebenda. Esta es, solo o fundamentalmente para el vulgo y para quienes en sus conversaciones hacen uso del diccionario, lo que en definitiva justifica este cargo o función en la Iglesia.
No obstante, tales temores son superados con complacencia al decidirse a aceptar tal cargo u oficio, dado que las rentas-beneficios en la actualidad sean homologables con el resto del clero diocesano, con excepción de tratamientos, honores y prerrogativas tanto eclesiásticas como sociales.
El asesoramiento a los obispos fue y es ya agua pasada, del que ellos prescinden, dicen que guiados por la conciencia, con frecuente alusión al Espíritu Santo, una más de las que se invocan en todo lo relacionado con la dignidad episcopal, sin descartar su misma elección en la que, por supuesto, ni los canónigos, ni los sacerdotes, ni el pueblo de Dios participaron de ninguna manera.
Por lo que respecta a la posible justificación de la existencia de los canónigos en su relación con el canto sagrado en los actos de culto y horas canónicas, sería mejor que los licenciaran de tal menester, por lo que cantan y cómo lo cantan. Es difícil – imposible- que tales cantos les sean gratos a Dios, ni ejemplares para los devotos que asisten a los actos de culto. Más que adorar a Dios, le ofenden.
Servir de “retablos” al obispo en las solemnes celebraciones litúrgicas, tampoco puede justificar la existencia de los canónigos, así como el particular o colectivo servicio al altar ni al testimonio clerical. Cuando los canónigos sean también “canónigas”, lo del “retablo” resultará aún más anacrónico.
El ropaje y el título de “Dignidad” y de “Muy Ilustre Señor” que les son adscritos, a muy pocos sacerdotes, les resultan atractivos para satisfacer sus aspiraciones canonicales de ninguna clase.
A parte del clero y del pueblo de Dios, el estamento canonical les parece totalmente ocioso. Algo similar ocurrió con los “beneficiados”, clérigos de rango inferior, que felizmente desaparecieron de las catedrales, y con ellos, discriminaciones absurdas y nada ejemplares. Por razones de estética, les sugerimos a los “Muy Ilustres Señores” los canónigos, que promuevan algo así como una moción capitular, para impedir que su cargo eclesiástico se haya convertido en marca de chocolate con su correspondiente alusión a lo dulce y amable de matinales refrigerios.
La desaparición de los muy ilustres canónigos, tal y como aconteció con los “pobrecitos beneficiados”, sería deseable y eclesial que se registrara cuanto antes.