Por un Concilio "de las chozas" El compromiso de llamarse "Francisco"

(Antonio Aradillas).- Los nombres de las personas son de origen divino. Proceden de Dios. No son elegidos por razones familiares o sociales al uso. Entrañan una misión. Misteriosa y oculta, la mayoría de las veces, pero con la convicción de que, al concepto de vocación que les es implícita, jamás habrá de faltarle la correspondiente ayuda de lo "Alto". El Papa se llama Francisco. Muy pocos hubieran apostado por el nombre del santo de Asís. Y es que una vez más, - y para las más sacrosantas misiones- no se elige el nombre, sino que es este el que predestina, sella y marca a quien ha de llevarlo.

La "leyenda áurea", -que según muchos, y para el santoral, es la verdadera y única historia- asegura que el "Francisco", el de Asís, a quien Pica, su madre, llamó siempre "Juan", era un apodo - "Francesco", el "Francesillo" o el "Francés"-, en limpia y preclara concomitancia con las tareas comerciales que precisamente en Francia efectuaba su padre, Pietro Bernardone, quien por cierto no se encontraba en Asís al nacer su hijo. Consentir y disfrutar de ser porteador del apodo "Francisco" -el Francés"- es referencia religiosa espectacular y sublime. Los trovadores, las hadas, la jovialidad, la "locura", la poesía en su diversidad de expresiones y gestos románticos, el "hermano" sol y el "hermano" fuego, la cortesía, la desnudez, la naturaleza, la pobreza, la "hermana" agua ... identificaron, e identifican, a perpetuidad, al santo de Asís y a quienes eligieron, o reeligieron, tal nombre.

El Papa por Papa, y más por Francisco, para ser y ejercer como tal, tiene indefectiblemente marcado el camino. No poder recorrerlo, porque le falten las fuerzas propias, o porque ellas les sobren a otros, y de alguna manera se lo impidan, tal y como refieren historias recientes, le conducirían necesariamente a la renuncia de su nombre o a su entrega en brazos de la "hermana" muerte.

No pocos comportamientos, gestos y palabras del Papa actual poseen perfiles inequívocamente "franciscanos". Los necesita y los demanda la Iglesia, de modo inaplazable y urgente. Es la penúltima ocasión de que dispone para testificar ante propios y extraños que es, y quiere seguir siendo, Iglesia de Cristo. Más que de redactores o compiladores de cánones, normas y reglas institucionales, la Iglesia está falta de poetas, trovadores, "locos", juglares, enamorados, hermanos y hermanas y "servidores de la gloriosísima y graciosísima dama cuyo nombre es el de "Pobreza".

A Francisco, al de Asís, y, por lógica y designación divina, al actual obispo de Roma, lo definieron y definen sus sueños... Unos sueños en los que la reconstrucción de ermitas, templos e iglesias se hacen sagradamente presentes, con aquiescencia, o sin ella, de la misma jerarquía, aún la encarnada en la eminentísima figura del Papa Inocencio III, quien participó del inefable sueño franciscano de que exactamente el "pobrecillo" de Asís impediría con su colaboración personal el derribo del "enorme y antiguo templo" de San Juan de Letrán, lo que facilitaría el reconocimiento canónico de la nueva, y hasta entones inédita, congregación religiosa de "los frailes menores".

Los sueños hicieron posible la reedificación de los templos de San Damián, de Santa María de los Ángeles, en la Porciúncula, y el de San Pedro. "Anda y restaura estas iglesias, por mi amor", fue la imprecación soñada y vivida por Francisco y sus primeros "hermanos", quienes, por supuesto, no interpretaron solo, y al pie de la letra y materialmente, el mensaje de Dios, sino que lo ampliaron a la misteriosa realidad salvadora de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo Jesús. Oraciones, sacrificios, piedras, trabajos... contribuyeron eficazmente a la reforma- renovación de la Iglesia de Cristo en conformidad con el esquema de los evangelios. San Francisco de Asís fue constructor- reconstructor de iglesias y de la Iglesia. De esto dio, y seguirá dando, ejemplo y testimonio. Este fue y será su ministerio.

No puede ser otra la tarea de un Papa que se llame Francisco. Al igual que en los tenebrosos tiempos de Inocencio III, la Iglesia precisa de "frailes menores"
y "mayores"
-jerarquía y laicos-, decididos unos y otros vocacionalmente a refundarla desde sus cimientos. No valen fórmulas benignas, a largo plazo e insufladas por la moderación o templanza de carácter timorato y superficial. Las prisas son siempre dones de Dios y mucho más en el contexto en el tiempo en el que nos encontramos, en los que bandadas de noticias adversas a la institución eclesiástica, judicialmente documentadas, libran batallas con escandalosos y desoladores efectos para el Pueblo de Dios y el resto de la ciudadanía.

El Papa Francisco reclama oraciones y rezos y piedras y nueva teología, cánones, verdades creíbles y mandamientos practicables y testimonios de vida con los que reedificar la verdadera Iglesia de Cristo. ¿Para cuando la celebración de la asamblea -concilio- de las "chozas" del Papa, en lenguaje de Francisco de Asís? ¿Hasta cuando y hasta donde se permitirá en la Iglesia seguir escarneciendo a "Nuestra dama, la santa Pobreza", por ejemplo, con los templos babilónicos y el lujo de los palacios episcopales " et supra"?

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