"Los aranceles deberían prohibirse" No debieran "cobrarse" las misas
(Antonio Aradillas).- En cierta ocasión me comentó otro sacerdote que "se le fue el santo al cielo", y en el "memento" de la misa, al citar el nombre de la persona en sufragio de cuya alma, ella se aplicaba, en lugar de "Marta", dijo "María". Terminada la misa, ya en la sacristía, y después de "abonar" el correspondiente estipendio, añadió otro para que, lo antes posible, volviera a aplicarle otra, citando el nombre verdadero de "Marta".
Las razones que le alegara el sacerdote, invocando la omnisciencia y misericordia infinita de Dios, que sobrepasa los nombres y los números, no les convencieron a la devota, por lo que la misa tuvo que repetirse tal y como así lo reclamaba. En el planteamiento de la reforma litúrgica, por la que clama el Papa Francisco, surgen reflexiones como estas:
La misa - la celebración de la Eucaristía- , es el eje y la justificación de la religión y del culto cristiano. Sin misa no hay Iglesia, o esta no es la verdadera Iglesia de Cristo. Esto demanda que toda reforma eclesiástica, y más la litúrgica, partirá necesariamente de su adoctrinamiento, concepción, ejecución y praxis.
Por diversidad de circunstancias, el hecho es que la mayoría de las misas actuales difícilmente se podrían homologar con la "Cena del Señor", su primer celebrante, "santo y seña" de su presencia y prolongación "por los siglos de los siglos". De las explicaciones que se aportan para convencer a muchos acerca de la legitimidad canónica y teológica de su desarrollo histórico, no es exactamente mi propósito ni mi tarea personal aquí y ahora. Basta y sobra con referir y destacar que, entre el acontecimiento narrado en los evangelios y los ritos y ceremonias que pretenden asegurar su perdurabilidad, la imaginación, los buenos deseos, la comprensión y el "misterio" han de ejercitarse con liberalidad, comprensión y largueza sacrosanta.
Todo esfuerzo de purificación religiosa de la misa, para su integración en el contexto convivencial de una reunión- comida o cena, entre familiares y amigos, con formación y compromisos de solidaridad, de disponibilidad, comunicación y, en definitiva, de común- unión- Comunión, habrá de ser desvelado y revelado con empeño y motivaciones sagradas.
Es de lamentar que en la Iglesia en general, y más en el entorno del altar de las celebraciones litúrgicas, el dinero detente también lugares de distinción y de privilegio, que entenebrezcan el sentido evangélico de la comunión fraternal entre unos y otros, y sobre todo, entre los más necesitados de los alimentos que mantienen el cuerpo y el alma, con fórmulas de participación activa, por el amor- caridad.
La misa es acto supremo de religiosidad y de cristianismo, por lo que, por igual, es patrimonio de todos, tanto de quienes las "paguen" y así intenten acaparar sus efectos salvíficos, como de los que se hacen presentes en ellos por devoción o piedad.
Pese a las disciplinas, orientaciones y módulos "arancelarios" vigentes en las diócesis, a la justificación de "limosna" que se le aplica para la percepción de la cantidad prescrita o recomendada y a las costumbres así establecidas "a favor del culto y del clero", por la celebración de las misas no debería percibirse cantidad alguna. Habrían de prohibirse taxativamente. Los fieles cristianos, educados convenientemente en su fe, llegarían a tal conclusión, que aceptarían como consecuencia de la propia idea de la "misa".
"Solemnizadas" estas hasta extremos inverosímiles, con rangos episcopales, acompañamientos de con-celebrantes, mitrados o no, y acólitos, todos varones, velas e incensarios, no resultan hoy ejemplarizantes y evangelizadores para el pueblo de Dios, sabedor además de que, gracias a su generosidad, se mantienen ceremonias y ritos que, al no beneficiar directamente a los más necesitados, precisan de examen y de revisión penitencial, para no perder su condición de religiosidad y de culto al Dios verdadero.
Con las cosas de Dios, y menos con las misas, no se comercia ni se hacen negocios. De la administración de los sacramentos habrá de desterrarse cualquier rumor o resonancia que generen los euros, que, en realidad, son los que hacen pobres a los pobres y más ricos a los ricos, aún dentro de la Iglesia y de sus "profesionales".
"Profesión-vocación, sus misas", tal y como son celebradas y aplicadas mayoritariamente estas hoy, no es compendio pastoral propio de los "ministros del Señor". Esta sensación comienza a ser prevalente en el pueblo, con recelos y sentimientos dolorosos, a consecuencia de posibles interpretaciones con comportamientos similares, y sucedáneos, con los simoníacos.