A propósito de la entrevista-conversación mantenida con Fernando Prado El desacuerdo "homosexual" con el papa Francisco
(Antonio Aradillas).- Acostumbrado a campear-campar, por esos mundos de Dios blandiendo banderas y símbolos de la verdad en el ejercicio-ministerio de la proclamación de la palabra, dejo constancia de que no se me vino al pensamiento que cuanto se relacionara con el papa Francisco habría de ser tratado siempre entre nubes de incienso y con turíbulos encendidos de alabanzas, plácemes e indulgenciados aplausos. Sin necesidad de tener que demostrar que la verdad, aún la no coincidente con la catequesis "franciscana", tiene y tendrá cobijo por encima de todo también en RD, afronto estas sugerencias acerca de uno de los temas más delicados dentro y fuera de la Iglesia, en esta ocasión, en disconformidad con el Bergoglio.
Me sirve de vector la larga entrevista-conversación mantenida en el Vaticano con el director de "Ediciones Claretianas" Fernando Prado, y presentada posteriormente como libro, con literal referencia "oficial", y casi dogmática, a la "Ratio ------ en sus apartados----.
Pese a sus frecuentes y desoladoras afirmaciones y convencimientos de que la homosexualidad sea causa y razón principal del alto e ignominioso índice de pederastia clerical -sacerdotes y obispos- que escandalizan y ensucian al personal "intra et extra Ecclessiam", son muchos más los expertos en el terma que descartan tales coincidencias.
A la rotunda afirmación pontificia de que "un homosexual no puede ser sacerdote ni consagrase a Dios, por incapacidad de madurez humana y afectiva", le sobran dosis de rutinarias y enclenques doctrinas procedentes la mayoría de ellas de filosofías depauperadas y de zafias antropologías viriloides.
En la teología y en el evangelio -"palabra de Dios"- no tienen cabida aseveraciones como estas, al igual que tampoco la tienen ya hoy en los estudios seriamente científicos, a los que es imprescindible acudir para no errar los caminos, tanto temporales como sobrenaturales.
De oídas, y sin compartir institucionalmente la noche y el día con otros seres humanos, del mismo o distinto sexo, resulta prácticamente imposible idear y llevar a cabo cualquier programa de convivencia, que sea factible considerar con connotaciones de felicidad, por igual, para sí y para los otros.
El Papa Francisco sobre homosexuales en el seminario: “es mejor no dejarlos entrar”. @Pontifex_eshttps://t.co/qZnZ6vxRfe
— ACI Prensa (@aciprensa) 25 de mayo de 2018
Razonar "en el nombre de Dios" también acerca de la homosexualidad entre los humanos, por quienes hacen y practican los votos de castidad establecidos canónicamente, no avalará el acierto en los juicios que puedan formularse. Los votos, por muy espirituales que sean sus afectos, no son de por sí, milagrosos.
¿Qué afectos, o qué tipo de ellos, son los que les faltan o sobran a los "homosexuales para impedirles ser sacerdotes o personas consagradas a Dios", tal y como proclama el papa Francisco? ¿Acaso los que describen los diccionarios técnicos, o los que expresa y define una gran parte del sentir popular coincidentes con la fuerza más o menos bruta del hombre varón -"vir" (por más señas)-, que los femeninos, frágiles y despreciables por naturaleza y consideración sociológica, todavía vigentes?
Somos ya muchos los que le pedimos a Dios que no sean estas enseñanzas concretas del papa Francisco sobre la homosexualidad, las que le hagan recordar en la historia eclesiástica, de modo algo similar a como aconteció con su antecesor Pablo VI, con la promulgación de la ominosa encíclica "Humanae Vitae".
La sexualidad, y cuanto se relaciona con ella, no es ni el pecado, ni la virtud esencial o primordial en la concepción, vida y testimonio de Iglesia. Su puesto, sitio y posicionamiento en los Mandamientos de la Ley de Dios, es nada menos, que el sexto. Antes y después del mismo se contabilizan otros valores virtuosos más importantes, poseedores además de la madurez humana tanto para homosexuales como para heterosexuales.
Afrontar el problema del celibato sacerdotal, y el de los votos de castidad religiosos, con fórmulas opcionales, es inaplazable ya en la Iglesia, con lo que se clarificarían ideas y actuaciones, no pocas de ellas, hasta afrentosamente delictivas.
Los homosexuales, aún como personas, siguen siendo tratados injusta y perversamente, por lo que a muchos, las recientes palabras y valoraciones pastorales y ético-morales del papa, les suscitan la duda de que no sean de su propia cosecha, o al dictado de intereses innombrables, dado que, por ejemplo, la palabra "misericordia" de la que tanto uso salvador hace en su léxico pastoral y catequístico, no aparece por parte alguna en este discurso.
El pueblo de Dios echa de menos, ahora más que nunca, una puntualizaciones pontificias "franciscanas" respecto a la homosexualidad, al margen y en contra, de las doctrinas "oficiales" y "oficiosas", hipócritamente vilipendiadas aún en las más altas esferas curiales. Las estadísticas -"palabras de Dios"- asombran a cautos e incautos, doctos e indoctos.
El machismo en la Iglesia y fuera de ella, es- tendría que ser- el verdadero y único destinatario de caudalosas torrenteras de signos y palabras lustrales de este papa y, tal y como están las cosas, de los venideros, para, con su condena, hacer Iglesia a la Iglesia.
¿Cuántos santos hubo y hay homosexuales, registrados, o no canónicamente en los "Años Cristianos" y cual de ellos sería declarado patrono de tal colectivo, con signos y símbolos también, y además, martiriales? ¿Solo a los homosexuales, y no a los heterosexuales, les habrá de pedir el papa ser "maduros y exquisitamente responsables, procurando no escandalizar nunca, con su doble vida, a sus comunidades ni al santo pueblo de Dios"?.
De todas maneras, la reciente aseveración de que "hay cientos y miles de sacerdotes homosexuales que llevan vidas santas", formulada por el padre jesuita James Martín, con cesura eclesiástica, en su libro "Tender un puente", invita a muchos, también al mismísimo papa, a revisar criterios mantenidos posiblemente que con ligerezas nefastas.