"La ‘fraternidad cualificada’ que Jesús procuró a lo largo de su vida pública es el origen de la Iglesia" "Si dolorosa fue para Cristo la traición de su elegido, no menos fue el gesto de la entrega: Un beso"

Beso de Judas
Beso de Judas

"Jesús resuelve el dilema diciéndoles, vosotros sois hermanos y, por lo tanto, todos sois iguales, aunque uno sea el ‘responsable’ entre iguales"

"La riqueza del ‘alto clero’ y el lujo de la liturgia son anti-testimonios evangélicos. Niegan con la vida a Cristo y al Padre, que lo envió, y pretenden confesarlo con palabras rimbombantes y carentes de espíritu"

El Triduo pascual es el suceso histórico principal de la vida de Jesús, que se refiere a su pasión, muerte y resurrección. Este acontecimiento es fundamental para la fe cristiana y extraordinario para los hombres, ya que la muerte de Jesús de Nazaret en la cruz supone la redención de la humanidad y su reconciliación con Dios. La pasión y muerte del unigénito del Padre son una muestra del amor incondicional de Dios por nosotros, mientras que su resurrección es una prueba de su personalidad divina y su victoria sobre el pecado y la muerte, por fidelidad a la misión que el Padre le encomendó. 

El relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús ocupa un lugar originario y predominante en los cuatro evangelios. Al principio, cuando alguien se interesaba por la Buena Nueva del Señor, los testigos se le explicaban los sucesos de su misterio pascual. Era fundamental creer que el crucificado había resucitado.

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Cena del Señor
Cena del Señor

No era la primera pascua que Jesús y sus discípulos celebraban en Jerusalén, pero sí sería la última. Vienen avisados por el propio Maestro de lo que va a suceder allí próximamente, pero no se lo pueden creer. ¿Cómo el Mesías, podía acabar así? Ya le había dicho Pedro que ese desenlace era impensable, además ahí estaban ellos para impedirlo.

Cuando los discípulos lo habían preparado para celebrar la cena pascual, se sentaron a la mesa, y Jesús les dijo: “Vivamente he deseado celebrar esta pascua con vosotros antes de morir” (Lc 22,15). Vuelve a resonar la terrible palabra ‘muerte’, y los temores se despiertan entristeciendo los corazones de aquellos pobres hombres. Pero Jesús sabe que el proceso, en su contra iniciado por el sanedrín y con la traición de Judas, sigue su curso y esa noche será crucial para todos.

Estos son los puntos de mi reflexión

1. ¿Quién es el más importante en el grupo?   2. El lavatorio de los pies. 

3. Palabras de despedida.   4. La institución de la Eucaristía y el sacerdocio. 

5. El mandamiento nuevo.   6. Anuncio del abandono y negación de Pedro. 

7. Oración en Getsemaní.   8. Beso de Judas y prendimiento.

1. ¿QUIEN ES EL MÁS IMPORTANTE EN EL GRUPO?

“Se produjo entre los discípulos una discusión sobre quien debía ser considerado como el mayor. Jesús les dijo: -Entre vosotros, el mayor sea como el más joven, y el que manda como el que sirve. En efecto, ¿quién es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? El que se sienta a la mesa, pues yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,24.26-27).

Ese asunto de ‘ser el jefe del grupo’ no era nuevo. Las circunstancias de peligrosidad en que vivían, y la posibilidad de que realmente le sucediese algo malo a Jesús, les llenaba el corazón de viva preocupación. Eran conscientes de que sin el Maestro no eran nadie. Por el contexto de la conversación cabe situar aquí el lavatorio de los pies, sería más ilustrador que muchas palabras que pudieran con el tiempo olvidarse. Este hecho tan humilde de Jesús fue, por su dureza para ellos, algo inaudito.

Es necesario recurrir a Juan, el discípulo amado, que supo memorizar, meditar y revelar lo sucedido aquella noche de despedidas. Pasados los años, cuando escribe o transmite sus ‘memorias’ compone un introito maravilloso a su evangelio, digno de la más excelsa y única experiencia de quien no solo ha contemplado a Jesús glorificado, sino, también, al Jesús profundamente humano. 

Juan, el discípulo amado, elevando la mente y el corazón, viene a decirnos: 

La Palabra, que es Dios y que hizo todo lo creado, es la luz verdadera que ilumina a todo hombre. Esa Palabra, vino a los hombres encarnándose en un humilde varón, y el mundo, no la recibió. Pero a cuantos la reciben, con corazón sencillo y veraz, les da la potestad de ser hijos de Dios. Y nosotros, sus discípulos, hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y verdad. Todo lo que conocemos de Dios, Él nos lo reveló y nos enseñó a llamarle Abba.   

El lavatorio de los pies será el signo profético de la entrega de Dios por la humanidad
El lavatorio de los pies será el signo profético de la entrega de Dios por la humanidad

2. EL LAVATORIO DE LOS PIES

Juan, que es el único que narra este hecho asombroso del Maestro, dice: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre. Y, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Jesús, consciente de haber salido del Padre y de que ahora volvía a Él, se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura. Después echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura” (Jn 13, 1-5).

Para Juan con ese gesto comienza la ‘hora’ de Jesús, ya habían existido otros momentos delicados, pero lo que Jesús iba a vivir a partir de esa hora sería algo doloroso y humillante, exultante y glorioso, exclusivo de la filiación divina que poseía Jesús, pero que en el desarrollo de los acontecimientos se iba a velar primero, para al final descubrir su verdadera personalidad. Para participar de la Cena Pascual, cada uno procuraba su pureza ritual que, entre otras acciones, implicaba lavarse las manos y los pies. 

A los discípulos les cogió por sorpresa el gesto que iniciaba Jesús y que descubría sus intenciones, lavarles los pies, pero la admiración y el respeto por el Señor, los llevó a callar y dejarle hacer. Más el alboroto y la resistencia se formó cuando el turno le llegó a Pedro:          

“-Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le contestó: -Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora; pero llegará el tiempo en que lo entiendas. Pedro insistió en su negativa: -Jamás permitiré que me laves los pies. Entones Jesús le respondió: -Si no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos” (Jn 13,6-8).

Acabada la ‘clase magistral’ sobre la autoridad y el servicio, dice el discípulo amado: 

“Después de hacerlo, se puso el manto y se sentó de nuevo a la mesa, y les dijo: - ¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros. Os he dado ejemplo” (Jn 13,12-15a).

Jesús resuelve el dilema diciéndoles, vosotros sois hermanos y, por lo tanto, todos sois iguales, aunque uno sea el ‘responsable’ entre iguales. Os doy la dignidad de hijos de Dios, en consecuencia, amaros y serviros como hermanos, ya que tenéis un único Padre en el cielo. En el orden nuevo que vengo a instaurar conviene que tengáis muy clara y firme esta fraternidad, y por nada ni nadie cedáis en esto, dejándoos embaucar con falacias y lisonjas. Los dones naturales o adquiridos que poseáis son para el bien de la comunidad, no para avasallarla y medrar a su costa.

3. PALABRAS DE DESPEDIDA

“No viváis con inquietud. Confiad en Dios y confiad también en mí. En la casa de mi Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya os lo habría dicho; ahora voy a prepararos ese lugar. Una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde yo voy a estar. Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy. Tomás replicó: -Pero, Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le respondió: -Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí” (Jn 14,1-10).

Última cena
Última cena

Consciente Jesús, que aquella Cena pascual tenía una diferencia respecto a otras cenas, pues sería la última, quiere animar a sus discípulos a soportar su invisibilidad y a sentirse solos. Las suyas son palabras de ánimo y de confianza absoluta en el amor que les tiene, y que les ayudarán a continuar su misión de llamar a los hombres a dejarse poseer por Dios (su reino), creyendo en su fidelidad y experimentando su misericordia.

4. LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA Y EL SACERDOCIO

En un momento de la cena, “Jesús tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: - Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Y después de la cena, hizo lo mismo con la copa diciendo: -Esta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros” (Lc 22,19-20).     

Aspectos que considerar:

4.1. La presencia de Jesús, en los signos del pan y del vino ‘modificados’ (transustanciados) por sus divinas palabras, es real, velada, redentora y gloriosa.

4.2. La institución de la Eucaristía reúne en un solo momento dos realidades separadas por el tiempo: Primera el sacrificio redentor de Cristo que se consumará en el Gólgota el viernes y, segunda, el banquete del Señor que reúne a los discípulos los conforta y enamora, y que se está viviendo en ese instante. Los Apóstoles entonces como quien comulga ahora no participan solo en un banquete divino, donde se recibe al Resucitado como prenda de salvación, sino que sacramentalmente participa en la redención cruenta de Jesucristo en el Calvario. En la Eucaristía el Hijo de Dios nos redime entregando su vida en la cruz, y con su cuerpo y su sangre nos fortalece para ser fieles cada día.

4.3. La autoridad que Jesús concede a los Apóstoles (y a sus sucesores) para confeccionar los sacramentos es real, gratis y divina, y por lo mismo irrevocable (Dios no puede contradecirse). La ‘diaconía sacerdotal’ que aquella noche les concede el Señor está implícita desde la llamada inicial: Jesús se fijó en ellos, los llamó por su nombre y los destinó a continuar su misión salvadora. Ningún pecado anula esta dignidad, porque es Dios quien la concede (recuérdense las negaciones de Pedro), y ninguna virtud la merece.

4.4. Esta ‘diaconía’ a semejanza de la de Jesús se inscribe en las coordenadas del reino de Dios. Estas coordenadas son las reveladas en el Pesebre, el Hogar de Nazaret, la Última cena (el Lavatorio) y el Calvario, es decir: el amor, la fraternidad, la pobreza, la humildad y el servicio. Estas “virtudes evangélicas” que revela el Hijo al encarnarse son de institución divina, y ningún poder ni realidad temporal deben alterarlas ni contradecirlas. Por eso, la riqueza del ‘alto clero’ y el lujo de la liturgia son anti-testimonios evangélicos. Niegan con la vida a Cristo y al Padre, que lo envió, y pretenden confesarlo con palabras rimbombantes y carentes de espíritu.

5. EL MANDAMIENTO NUEVO

“Nada más salir Judas, dijo Jesús: -Ahora va a darse a conocer la gloria del Hijo del hombre, y la gloria de Dios se manifestará en él…Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho tiempo…Os doy un mandamiento nuevo: amaos unos a otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos” (Jn 13, 31.33a.34-35). 

5.1. El amor es esa fuerza capaz de hacerlo todo, darlo todo, incluso la vida, y, sin embargo, tan mal usada. Los cristianos abusamos de esa palabra y, con ella, todo lo justificamos. El amor implica otras virtudes necesarias para que se dé en su autenticidad: La pobreza, la humildad, la entrega. Ya dijo Jesús que no podemos servir a dos señores: a Dios y al dinero, son irreconciliables.

Mandamiento nuevo

5.2. Lo mismo que en el Sermón de la montaña, Jesús añade un plus de amor para que sea mejor, más específico de sus discípulos: “Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros”. ¡No es cualquier cosa! Complicado puede resultar amar según el comportamiento del otro, pero que, además, haya que superarse hasta amarlo totalmente, teniendo que dar la vida, si fuera preciso, resulta a primera vista excesivo, pero esa exageración es propia del reino de Dios, que inaugura el Hijo y que no puede conformarse con la mediocridad, esa exageración y urgencia es lo que la hace autentica. 

5.3. La ‘fraternidad cualificada’ que Jesús procuró a lo largo de su vida pública es el origen de la Iglesia. Ésta al vivir en el siglo reconoce la necesidad de una conversión en sus miembros como en su forma de evangelizar. Naturalmente hay que asumir el factor histórico de la Iglesia, lo que en un principio fue una semilla, con el tiempo se ha convertido en un frondoso y hermoso árbol. La pregunta es qué sarmientos hay que podar de la vid para que mantenga su estilo evangélico y esto de entrada no es fácil de concretar y menos de asumir por todos. 

6. EL ANUNCIO DEL ABANDONO Y NEGACIÓN DE PEDRO

“Jesús les dijo: -Todos vais a fallar por mi causa esta noche…Pero después de resucitar, iré delante de vosotros a Galilea. Pedro le respondió: -Aunque todos fallen por causa tuya, yo no fallaré. Jesús le respondió: Te aseguro que esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces. Pedro le dijo: -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo dijeron todos los discípulos” (Mt 26,31-35).

Jesús conocía a sus discípulos porque los amaba. El que ama no solo conoce, sino también comprende y, porque comprende la fragilidad humana, siente gran compasión por nuestras fanfarronadas y fracasos. Los Doce siempre acompañados por el Señor se sentían seguros, protegidos y hasta valientes y decididos. No se imaginaban la vida sin el maestro. Cuando no había ido con ellos en la travesía en barca o parecía dormido todo fueron peligros. Lo tenían claro con Jesús hasta la muerte, si era preciso, pero nunca solos. Por eso, el ánimo de dar la vida por él, si fuera necesario, no era exclusivo de Pedro, sino que los demás pensaban igual.

El huerto Getsemaní, uno de los lugares de obligada visita turística en Tierra Santa
El huerto Getsemaní, uno de los lugares de obligada visita turística en Tierra Santa Stacey Franco

7. ORACIÓN EN GETSEMANÍ

“Fueron a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a sus discípulos: -Sentaos aquí, mientras voy a orar. Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan; comenzó a sentir pavor y angustia, y les dijo: -Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y velad. Y avanzando un poco más, se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible, pasará de él aquella hora. Decía: - ¡Abba! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mc 14, 32-36). (En esto llegó Judas con guardias del templo). “Iban armados y equipados con antorchas. Jesús salió a su encuentro y les preguntó: - ¿A quién buscáis? Contestaron: -A Jesús de Nazaret. Él les dijo:  -Yo soy” (Jn 18,3b-5b).

La ‘hora’ de Jesucristo en Getsemaní es un misterio tan profundo y dramático por la personalidad del personaje, que nos resulta difícil por no decir imposible entrar en él. 

Los judíos sabían cómo se las gastaban los romanos con los malhechores. La crucifixión era una muerte humillante, violenta, dolorosa y lenta. La autoridad romana se había reservado la pena capital, quitándole al sanedrín tal poder. Jesús sabía que los romanos no tendrían nada contra él, pero las autoridades religiosas sí. Jesús se sabe próximo a su pasión y muerte. El prendimiento será el comienzo de un camino doloroso que concluirá con su inmolación en la cruz. Allí en el calvario, con su cuerpo desnudo, flagelado y atravesado y el espíritu desamparado, confiará su vida al Padre. 

Noche de tiniebla y de espíritu cobarde, noche que ampara al odio y deja desnudo al inocente, la denuncia soberbia y falsa gana su partida a la verdad humilde y desamparada, el miedo invade al amigo que huyendo deja solo al pobre inocente, el pecado egoísta y arrogante se atreve a encararse al mismo Dios. 

Noche tenebrosa como no hubo otra, pues el Hijo, que se inmola por el hombre, busca consuelo y no lo haya. Pide a los suyos compañía orante, ante el momento crucial que se avecina, y todos duermen. Jesús redime solo y, con goterones de sangre por la frente, ora y suplica: “Si es posible, Padre mío, aleja de mí este cáliz.” Y, hasta su Abba siempre complaciente guarda silencio, pareciendo indiferente. 

Recordemos la Escritura: “en todo semejante a nosotros menos en el pecado”. Jesús, el pobre de Nazaret, acepta la voluntad del Padre y la hace propia, y en un arrebato de “parresia”, se dice: ¡Me basta mi Espíritu! Y, levantándose decidido, responde a los guardias del Templo allí presentes: “¿Buscáis a Jesús, el nazareno? ¡Yo Soy!”

8. BESO DE JUDAS Y PRENDIMIENTO

“Aún estaba Jesús hablando (con los discípulos), cuando apareció un tropel, encabezado por uno de los doce, llamado Judas, que se acercó a Jesús para besarle. Jesús le dijo: -Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Y a los que venían contra él, sumos sacerdotes, autoridades del templo y ancianos, les dijo: -Habéis venido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un ladrón” (Lc 22, 47-53).

Mucho odio albergaba Judas en su corazón para entregar a su Maestro con un beso. Un profundo sentimiento de fracaso, de hastío, de ‘maldita la hora en que seguí a este hombre’. Los apóstoles convergen en señalar la ambición como causa de su proceder: “Llevaba la bolsa con los donativos”. 

El beso de Judas, escultura en la Escalera Santa, en Roma
El beso de Judas, escultura en la Escalera Santa, en Roma

Eran hombres de ambición contenida, pero Judas los superó a todos. El mandato de Jesús de amar a los enemigos, la sanación del criado del centurión, no oponerse al pago del impuesto a los romanos eran gestos que los zelotas no aceptarían como Mesías. Sin duda, Judas tendría reflexiones encontradas, pero, al fin, se decidió, contactó con algún escriba y quedaron para entregar a Jesús al Sanedrín, y, allí, ante ellos, pudiera proclamar su personalidad y misión.

Si dolorosa fue para Cristo la traición de su elegido, no menos fue el gesto de la entrega: Un beso. El beso, expresión de amor, que Judas utilizó para señalarlo entre el grupo y poder ser detenido. Doble falta que revelaba la nula comprensión del reino de Dios que su maestro predicaba y el desprecio a su persona. Jesús se fijó en él, le llamó, lo tuvo a su lado, le trató con amor, pero Judas nunca se convirtió a Jesús, nunca creyó en Él, nunca le amó. Y porque nunca le amó, nunca le conoció, ni supo de su misericordia y, así, fue como luego se ahorcó. 

Amigo, ¿cuándo te he tratado tan mal para que me traiciones?

Jesús, maniatado como un criminal, fue conducido, a empujones, burlas y maldiciones, al Sumo sacerdote, mientras sus discípulos, amparándose en la oscuridad de la noche, huyen.

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