"¿A quién pertenece el corazón (si lo hay) filipino?" El pueblo filipino te da su corazón: Algunos contextos para una lectura filipina de 'Dilexit nos'

Papa Francisco. Viaje a Filipinas. 2015
Papa Francisco. Viaje a Filipinas. 2015

"Es demasiado pronto para llevar a cabo una lectura filipina de la cuarta encíclica de Francisco. Pero hace falta hacerla, empezando con el omnipresente Apostolado de la Oración a quien corresponde la tarea de difundir sus enseñanzas dada su devoción institucionalizada al Sagrado Corazón"

"La historia de Filipinas es la de un corazón. Mejor dicho, de corazones, pues nuestro corazón como pueblo está fragmentado, dividido, esparcido"

"¿A quién pertenece el corazón (si lo hay) filipino? ¿A Dios o a Mamón? O, ¿a los que actúan como si fuesen dioses en sus propias esferas de acción?"

"Es preciso leer la encíclica papalina, a esta luz, con la parsimonia debida y esta relectura ha de compartirse en la catequesis, en esa tarea cotidiana y abnegada que en efecto es mistagogía. Sí necesitamos una mistagogía, una mistagogía del corazón"

Una de las canciones que se hizo célebre, cuyo texto es un poema por un renombrado poeta filhispano y parañaqueño (Manuel Bernabé Hernández, 1890-1960), durante el Congreso Eucarístico Internacional en Manila en febrero de 1937 (era la belle époque de esta tierra unos años antes de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial), se distingue por su letra preciosa. Se me quedó grabada esta en la memoria, pues tanto mi madre como mi abuela materna les encantaba cantarla (¡y con tanta devoción!). He aquí un extracto de la misma que a mi parecer es de lo más lírico que ha salido de la pluma de un vate originario de estos tristes trópicos:

No más amor que el tuyo, ¡O Corazón Divino!
El pueblo filipino te da su corazón.
En templos y en hogares te invoque nuestra lengua,
Tú reinarás sin mengua de Aparri hasta Joló.

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‘Aparri hasta Joló’ significa del norte al sur de Filipinas. Comprende esta expresión feliz nuestro espacio geográfico esparcido en estos mares de oriente, mares de leyenda. Mares expuestos a la agresión y a las calamidades pero en ellos late el corazón filipino que solo desea, a pesar de los pesares, seguir el compás del Corazón Divino (que en tiempos tras la caída de Marcos Sr. fue sustituido por ‘Corazón Aquino’ por algunos golfos, incluso atribuyendo (en plan de broma) el cambio ‘obligatorio’, porque en la iglesia filipina son los curas los que mandan, al cura number one, esto es, el entonces arzobispo de Manila, el Cardenal Jaime Sin, filipino con ancestros chinos, un incondicional de la primera presidente filipina, oriunda sí de estas islas pero también con antepasados nacidos en el imperio celestial. Los filipinos soñamos con imperios y coronas. De ahí los adornos y atributos de nuestras devociones.

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Filipinas te da su corazón pero, ¿qué corazón?

En una tierra cuya fe se fundamenta en la imagen taumatúrgica del Santo Niño de Cebú —que a pesar de su tamaño chico es rey y no simplemente un príncipe—, hecha en tierras flamencas pero traída por España por medio de unas tripulaciones dirigidas por un portugués (Fernando Magallanes), la devoción ‘rival’, por así decirlo, del Sagrado Corazón es un verdadero fenómeno espiritual como lo fue (es) en la iglesia universal. 

En esta tierra la devoción al ‘Corazón Divino’ se arraigó y cundió sus raíces al menos desde el siglo XIX, gracias en gran parte a la Sociedad de Jesús. Incluso el más ilustre alumno de estos en esta isla, el héroe nacional José Rizal, futuro francmasón, era devoto del Sacro Cuore en su juventud. De hecho, se conserva en la universidad de los jesuitas su obra, una estatuilla del Sagrado Corazón, tallada por el héroe que también es vate y novelista, en su juventud bajo la férula de los hijos de san Ignacio y que le acompañó cuando se encontraba en capilla. Y claro que fueron los jesuitas los que le acompañaron hasta el cadalso de Bagumbayan después de que uno de ellos le reconcilió con la iglesia, delegado por el dominico arzobispo de Manila de entonces, Bernardino Nozaleda (significativamente el último titular español de la sede manileña), hasta el punto de oficiar su matrimonio canónico, unas horas antes de que las balas destrozaron su cráneo y su cuerpo, con su amante de origen irlandés Josefina Bracken, bisabuela materna de quien suscribe estas líneas.  

"La historia de Filipinas es la de un corazón. Mejor dicho, de corazones, pues nuestro corazón como pueblo está fragmentado, dividido, esparcido"

¡Todo bajo la mirada celestial del Sagrado Corazón de Jesús! La historia de Filipinas es la de un corazón. Mejor dicho, de corazones, pues nuestro corazón como pueblo está fragmentado, dividido, esparcido. Sin embargo, anhelamos, deseamos tener un corazón.  Y adoramos el Corazón de Jesús, con su corona de espinas y llama ardiente, bajo cuya férula un imperio terminó en Filipinas y otro régimen comenzaba.  Mejor dicho, otros regímenes comenzaban porque en Filipinas siempre hay comienzos, nada de perdurabilidad ni estabilidad.  Todo es vaivén. Según la moda. Según el capricho.  Según el momento.  Incluso la llegada a estas islas de la devoción novedosa y promovida por el papado de Juan Pablo II, la devoción polaca a la Misericordia Divina, ha de entenderse así. 

Al principio, se interpretaba como alternativa novedosa, muy en boga, por lo del entonces papa, a la devoción al Sagrado Corazón, pues enfatizaba la misericordia, en aquellos tiempos de la encíclica Dives in Misericordia. Luego se reveló que era una imposición —una revelación privada y no exactamente una verdadera explosión espiritual (a pesar de la explosión de agua y sangre de su pecho abierto sin corona pero con mirada penetrante) como lo fueron (son) las apariciones en Paray-le-Monial de solera con sabor clásico desde arriba—, desde la proveniencia polaca (en donde lo penetrante se revela como imponente) del entonces supremo mandatorio en lugar de tener verdaderas raíces o tierra fecunda en donde arraigarse (hasta el punto de ser una Solemnidad Universal que claramente invalida el sentido litúrgico de la Octava de Pascua).

Y ahora un papa jesuita, el primero en la historia, —cuya devoción personal a la Virgen de Luján y a la Virgen Desatanudos no ha impuesto a nadie como debería ser—, nos regala un precioso documento sobre esta devoción, regalada y no impuesta por la tradicióny que ha cambiado la piedad y la liturgia católicas

Su escrito no tiene finalidad de fundamentar teológica y magistralmente una devoción ya clásica sino más bien renovar la espiritualidad de la misma si bien se hace un repaso de la historia y de la teología.  Para ello, cita a padres, místicos y teólogos coetáneos. No para hacer gala de sus conocimientos sino pararecalcar la espiritualidad perenne de esta devoción, algo que necesitamos en Filipinas, pues andamos, dicho teresianamente, ‘con muchas devociones pero con poca devoción’, es decir, incapaces de librarnos, otra vez dicho teresianamente, ‘de devociones bobas’, sobre todo las dirigidas a nuestros líderes, tanto políticos como eclesiásticos.  He aquí la idolatría filipina, un pecado imperdonable porque no perdona a los pobres que no son meros símbolos como el corazón sino realidades.  Por eso, viene bien reflexionar acerca de las implicaciones del símbolo o concepto de corazón que amén de indicar la integridad de una persona también señala lo emotivo o sentimental de la misma.  

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En un país, con muchos pobres y mucho llanto, donde prevalece el sentimentalismo sobre la racionalidad a la hora de buscar soluciones —y esto queda patente sobre todo en la arena política—, mucho provecho puede sacarse de esta cuarta encíclica del papa porteño, un papa hispano que escribe esta encíclica a un mundo que ‘que parece haber perdido el corazón’. De una manera a un país que sigue conservando mucho su hispanismo aunque su lengua (la ‘nuestra lengua’ evocada en el verso citado arriba) ya no es la que los primeros evangelizadores usaron para enseñar a los habitantes de estas islas para orar al Dios de Jesucristo. 

Seguramente esta pasión política de los filipinos se deriva en gran parte de nuestra herencia hispánica (de alguna manera la lengua hispana pervive en esta tierra) para siempre vinculada con la fe católica traída por los españoles que encuentra de alguna forma su cumbre en devociones sentimentales (mejor dicho, devociones ‘sentimentalizadas’ hasta supersticiosas), entre ellas la devoción al Sagrado Corazón, por ejemplo eso de ir a misa durante nueve primeros viernes ‘a rajatabla’ para conseguir un favor sea lo que fuere como si Dios diera su brazo a torcer gracias a estas cifras (lo mismo para las misas de aguinaldo o ‘Simbang Gabi’ en diciembre, del 16 al 24) promovida en estas islas precisamente por los jesuitas bajo cuya dirección sigue el Apostolado de la Oración, ahora denominada por estos pagos el ejercito oracional del Santo Padre cual un ejército de beatas y fámulos, con la oración (adornada con cuentas del rosario y otros sacramentales).

Este ejército con talante jesuítico (san Ignacio concibió su compañía en términos belicosos) realiza sus labores o lucha sus batallas espirituales con ardor y celo, cual un Quixote frente a los molinos de viento, que quizá supere a los de las monjas de clausura. Todo ello encuentra un eco en las palabras del papa cuando refiere este que nuestra devoción: ‘Puede parecer mero romanticismo religioso. Sin embargo, es lo más serio y lo más decisivo. Encuentra su máxima expresión en Cristo clavado en una cruz. Esa es la palabra de amor más elocuente. Esto no es cáscara, no es puro sentimiento, no es diversión espiritual. Es amor.’

"La tarea del Apostolado de la Oración: De la lectura con parsimonia a la catequesis"

El amor. Es esta la clave. No solo de esta encíclica sino del cristianismo. Y somos el país más cristiano o católico de Asia. Es demasiado pronto para llevar a cabo una lectura filipina de la cuarta encíclica de Francisco. Pero hace falta hacerla, empezando con el omnipresente Apostolado de la Oración a quien corresponde la tarea de difundir sus enseñanzas dada su devoción institucionalizada al Sagrado Corazón. Esto es acuciante para nuestro pueblo y sus orantes ‘principales’ (por así decirlo), sobre todo con un corazón partido o roto, hecho añicos ahora se ha pasado a un pueblo sin corazón, pero que sigue adorando al Sagrado Corazón a la vez que sigue aplaudiendo la muerte de inocentes con aquellas oscuras ejecuciones extrajudiciales del régimen de Duterte y la perpetuación de la corrupción sistémica con el actual régimen de Marcos. Ambos órdenes convergen en la ineficiencia que hunde a una nación entera más que los monzones e inundaciones que nos asolan año tras año. Por eso, los laicos comprometidos (es decir, los emprendedores filipinos de buen corazón), y no solo los pastores y religiosos, han de leer esta encíclica y redescubrir la raíz de nuestra fe y del evangelio desde su perspectiva para poder llevar la urgente tarea de catequesis que desgraciadamente sigue siendo minusvalorada en las parroquias por los devotos a lo que son preferibles el olor a incienso, velas y flores en lugar del olor a tiza del encerrado, a papel que sigue usándose en las clases (por falta de recursos digitales), a sudor por la humedad en las aulas calurosas o incluso en la intemperie en donde se imparten estas sesiones.

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Repito. Es preciso leer la encíclica papalina, a esta luz, con la parsimonia debida y esta relectura ha de compartirse en la catequesis, en esa tarea cotidiana y abnegada que en efecto es mistagogía. Sí necesitamos una mistagogía, una mistagogía del corazón. Y este texto de Francisco nos puede ofrecer pautas para una sociedad filipina que no solo tiene el corazón partido sino que ya lo ha perdido por haberse vuelto ciega, sorda, callada, anósmica e insensible frente a los gritos, suspiros y silencios muchas veces callados de los pobres y más pequeños (entre ellos los inocentes en aquella masacre extrajudicial, en las víctimas de las hecatombes, en los que no tienen empleo y que conviven con el hambre). Solo quiero proponer o formular aquí el contexto desde ha de comprenderse cualquier lectura filipina de esta preciosa encíclica llena de historia, teología y espiritualidad, cuyas páginas están salpicadas con los nombres de varios autores y fuentes, con sus correspondientes ramificaciones e implicaciones.

"Dios nos amó primero: Hemos de amar también"

Ante todo, la encíclica, por su mismísimo título, nos recuerda que Dios nos amó (primero), Dios nos ama (sigue amando), Dios toma la iniciativa y que debemos reaccionar, responder, corresponder.  Dios nos da la capacidad de amar y de comprometernos en esta tarea que ha de extenderse a los más pequeños máxime en una sociedad de pobres que menosprecia a los mismos pobres para vender sus almas a los poderosos o ricos que solo se aprovecha de los fondos que vienen de los sudores de los más pequeños en un ciclo vicioso y sin fin que siempre tiene su eje en las elecciones en donde nunca aprendemos nuestras lecciones. Toda esta lección de amor ha de traducirse en amor de los demás, amor hacia la patria más allá de las apariencias, pues ‘la pura apariencia, el disimulo y el engaño dañan y pervierten el corazón’.  Es esta la dura lección que aún no hemos aprendido.  Vivimos de las apariencias, de los simulacros, de los espectáculos. No queremos zambullirnos en las duras realidades, con su sabor telúrico que no nos es agradable porque somos unos dulzones y adictos al poder, prestigio y lujo. 

Y nos encerramos en nuestros mundos idealizados por lo que nos hallamos muy distantes de las realidades dolorosas y doloridas. El Sagrado Corazón, como nos recuerda Francisco, es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro’. Todo ello implica abstinencia de los dulces, huida de las clamorosas voces, de las falsas adulaciones. Hemos de salirnos de nuestros esquemas egocéntricos, que idealizamos en los políticos que prometen utopías violentas y corruptas para logar, como escribe con atino el papa, un ‘milagro social’Por eso, volvamos a citar a Francisco, ‘la mejor respuesta al amor de su Corazón es el amor a los hermanos, no hay mayor gesto que podamos ofrecerle para devolver amor por amor. El amor a los hermanos no se fabrica, no es resultado de nuestro esfuerzo natural, sino que requiere una transformación de nuestro corazón egoísta’.

"El Sagrado Corazón, como nos recuerda Francisco, 'es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro'"

Todo ello necesariamente implica un gran cambio en nuestra mentalidad, en nuestra espiritualidad filipina cuya manifestación concreta e histórica es nuestra cultura.  Hemos de cultivar una cultura de corazón que renuncie a toda violencia y a toda corrupción, que desee superar toda ineficiencia y falta de transparencia, todo esto tan prevalente en nuestra sociedad actual porque esta la hemos estructurado sin corazón, pues habíamos partido el gran corazón que vibraba con el de Jesús y  que nos unía (une) como pueblo que ha de amarse mutuamente y cuidar de los suyos.  

Todo eso, empero, ha de comenzar desde la perspectiva de la cruz, una devoción tan amada por los filipinos pero lamentablemente solo en Semana Santa.  La cruz que no puede separarse del corazón que late incesantemente para vivir y dar vida.  La cruz es camino de actos de amor que exigen renuncias y sufrimiento —y precisa el Santo Padre—, estos actos de amor al prójimo nos unen a la pasión de Cristo…Solo Cristo salva con su entrega en la Cruz por nosotros, solo él redime.’  Y no los políticos malos con sus esquemas facilones que encarnan los héroes de nuestros subconscientes.  

Siendo así, hemos de subir a la superficie, tras habernos hundido y ahogado en sus discursos utópicos que siguen envolviendo a nuestros egos para poder ver, fuera de nuestras zonas de seguridad, a los pobres y a los que sufren a nuestro lado. Solo con y desde ellos podríamos contemplar la cruz encarnada por estos mismos y de ahí podríamos trazar nuestro propio camino de la cruz, que es senda del corazón para redimirnos en Cristo, que se concretiza en la mejora de nuestras vidas y presuponiendo necesariamente la revaloración de nuestros valores y la fijación nuestras prioridades. Todo esto es un reto. Ciertamente tiene tonos belicosos sobre todo en los retos y en las lides del presente más allá de la Segunda Guerra Mundial, cuya finalidad ha de ser el logro del bien común y no solo de algunos privilegiados. Tristemente, pues tras una pandemia debilitante se evidenció lo mejor y lo peor de nuestro pueblo. Y seguimos hundidos con fondos destinados para el alivio de los débiles desaparecidos y a punto de desaparecer en los bolsillos de algunos, como lo que está ocurriendo ahora con el traslado cuestionable de los fondos de la sanitaria nacional (Philhealth) a otras finalidades. 

Subrayemos:Dios nos amó primero. Mas la cosa no para ahí. Hemos de amar también comenzando con los más pequeños tan violados, abusados, abandonados por los mismos sistemas que hemos apoyado.  Hemos de luchar por ellos.  Hemos de parar los procesos injustos y verdugos, como dicho traslado de fondos en medio de tanta pobreza que no permite un decente sistema sanitario para los más necesitados.

La "catolicísima" Filipinas

"El reto sigue: Venga a nos el tu reino"

Solo me he limitado a espigar del texto de Francisco. Una tarea nos incumbe: la de seguir leyendo y rumiando para poder seguir viviendo el mensaje cristiano como un reto. La encíclica no tiene finalidad de complacer a nadie. Su verdadera finalidad es lanzar un reto. Y en Filipinas, es esta una gran verdad, pues aquí se han encumbrado dinastías políticas, como se ha afirmado repetidas veces, que no encarnan las mejores aspiraciones del pueblo sino que se han aprovechado de la vulnerabilidad, ingenuidad, simplicidad del mismo por sus propios fines.  En otra esfera de acción, se encuentra el clericalismo.  Todo ello nos lleva a la pregunta: ¿A quién pertenece el corazón (si lo hay) filipino? ¿A Dios o a Mamón? O, ¿a los que actúan como si fuesen dioses en sus propias esferas de acción?

No es este el lugar para comentar, analizar, meditar sobre los párrafos densos y bellos de este documento. Ni para exponer todas sus implicaciones. Otros lo harán y con mayor competencia. Baste por ahora exponer, en líneas generales, el contexto filipino que ha de recibir, de acoger, de abrazar a esta encíclica y con ella los pobres, los marginados, los más pequeños que abundan, que sobran, que permanecen. He aquí lo perenne en Filipinas y lo más perenne de esta encíclica para estos pagos.  

"¿A quién pertenece el corazón (si lo hay) filipino? ¿A Dios o a Mamón? O, ¿a los que actúan como si fuesen dioses en sus propias esferas de acción?"

Precisemos. No se trata de simplemente organizar los solemnes novenarios al Sagrado Corazón prácticamente en todas las parroquias filipinas sino de organizarnos para ayudar a los más necesitados, a votar a los más adecuados en los comicios, a luchar en pro de los marginados y a los ajusticiados injustamente por los poderosos, si es que queremos recuperar nuestro corazón o si es que tenemos corazón para dar al Sagrado Corazón. ‘Venga a nos el tu reino’, como reza el lema del Apostolado de la Oración imprimido en sus famosos escapularios rojos que se llevan, sobre todo en las misas multitudinarias, cual como adornos, imanes, amuletos. Pero —y esto es de lamentar—, estamos muy lejos de este reino anunciado por Jesús y al que todo cristiano debe(mos) aspirar.  De momento, frente a este reto, solo podemos suspirar.  Y en el Parañaque, a orillas de la maravillosa Bahía de Manila y que le vio nacer al vate Bernabé —quien nos regaló un poema con tono de triunfalismo que nos reta a volver al duro realismo—, esto es lo que ahora estoy haciendo mientras estoy pergeñando estas líneas con mi pluma vacilante para dibujar la urdimbre vivencial de nuestro pueblo sediente por el Corazón Divino ardiente.

"Precisemos. No se trata de simplemente organizar los solemnes novenarios al Sagrado Corazón, sino de organizarnos para ayudar a los más necesitados, a votar a los más adecuados en los comicios, a luchar en pro de los marginados y a los ajusticiados injustamente por los poderosos, si es que queremos recuperar nuestro corazón o si es que tenemos corazón para dar al Sagrado Corazón"

Cerremos con estas palabras: he aquí la tierra, el contexto, el humus que ha de ser abonado y regado por el sentido del Evangelio desde el prisma de Dilexit Nos, gracias a una lectura pausada de la misma. Esta tarea corresponde a los apóstoles de Filipinas, que no solo son los pastores, religiosos o los del Apostolado de la Oración, que a veces lo acaparaba todo, sino que me refiero a todos los filipinos ‘de buena voluntad’, de ‘buen corazón’, con el corazón herido, sanado y recuperado para volver a ser ofrecido en y desde una tierra que había perdido el suyo.

Manila
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