Reflexiones en torno a la “Transmisión textual del Nuevo Testamento” ¿Qué leemos en el texto de los evangelios?
Todos los libros del NT se escribieron en griego, y los códices más antiguos están escritos en mayúsculas, de ahí que nos refiramos a ellos como unciales o códices mayúsculos
| Juan Egea
Hace un año, en febrero de 2021, se publicó “La transmisión textual del Nuevo Testamento”[1], una introducción a la crítica textual neotestamentaria con el subtítulo “manuscritos, variantes y autoridad” como anticipo del contenido de la obra. La crítica textual es una disciplina poco conocida entre el gran público, pero absolutamente necesaria en cuanto al conocimiento de su existencia, definición y contenidos básicos se refiere; y ello tanto para el lector culto del Nuevo Testamento, como para el de cualquier texto antiguo. El autor, Juan Chapa, es sacerdote y profesor en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, además de un reconocido experto en el ámbito de los papiros del Nuevo Testamento (NT).
El papiro es una hoja de origen vegetal que, al igual que el pergamino (cuya hoja es de origen animal), sirvió en la antigüedad como soporte para la escritura. Los testimonios más antiguos del NT se conservan en fragmentos de hojas de papiro que datan de finales del s.II o principios del s.III. De ello se deduce que no disponemos de ningún manuscrito autógrafo, es decir, de ningún original salido de las manos de los autores de los libros del NT, escritos en el s.I, sino solo de copias de copias que se han ido transmitiendo en el tiempo, con la peculiaridad de que estas copias difieren entre sí en determinados puntos, en los que hay cambios de palabras, omisiones y todo tipo de alteraciones, dando lugar a lo que se denomina variantes, y fijando, en definitiva, el principal problema al que se enfrenta la crítica textual.
Aunque se puede discutir, como veremos, en algunos puntos esenciales, la obra del Prof. Chapa es útil en lo que se refiere al planteamiento del problema de la crítica textual, incluyendo una descripción más o menos detallada del material disponible y de la transmisión del texto en los primeros siglos. Así, con el paso del tiempo, los papiros se convierten en la base material del códice, un formato muy similar al del libro actual, que resulta ser el preferido por el cristianismo primitivo. El códice está formado por “folios de papiro (o pergamino) doblados por la mitad y después cosidos y encuadernados”. A diferencia del formato rollo, propio del mundo judío, el códice era más fácil de transportar y consultar, de modo que se convirtió en el estándar que los escribas empleaban a la hora de producir las copias de las colecciones de libros que dieron lugar al canon neotestamentario que hoy conocemos.
Todos los libros del NT se escribieron en griego, y los códices más antiguos están escritos en mayúsculas, de ahí que nos refiramos a ellos como unciales o códices mayúsculos. Los más antiguos datan del s.IV. y están escritos en forma continua (scriptio continua), sin espacios ni separaciones, de modo que las separaciones necesarias para su lectura han de establecerse a partir de las conjunciones y partículas conectoras. Eran leídos en las celebraciones de las primeras comunidades cristianas y, como objeto, no tenían ninguna consideración ni veneración particular, pues cuando se terminaba su vida útil eran enviados a la basura, tal y como atestiguan las excavaciones arqueológicas. Pese a ello, han llegado hasta nosotros un elevado número de copias de papiros y códices (casi 5300 catalogados según nos informa el Prof. Chapa), lo cual constituye un enorme reto intelectual a la hora de intentar fijar, si es que esto es posible, el texto más próximo al original. De este reto y sus condiciones de posibilidad se ocupa la crítica textual del NT.
Pese a que la Iglesia, como no podía ser de otra forma y pese a sus diferencias, reconoce todos los testimonios, papiros y códices que contienen los libros del canon neotestamentario, lo cierto es que lo que hoy leemos, y fundamenta la teología que se hace, es un texto muy concreto, basado en traducciones de la denominada edición crítica de Nestlé-Aland. El Prof. Chapa recorre, desde sus orígenes, el itinerario histórico que ha fijado el texto que nos ha llegado y que culmina en la mencionada edición crítica. Se trata de una edición manual en griego, cuya primera versión fue publicada por Eberhard Nestlé (1851-1913) en 1898, siendo posteriormente completada, en la edición número 21 de 1952, por Kurt Aland (1915-1994), dando lugar a la denominación con referencia ambos autores (Nestlé-Aland) que hoy conocemos. Como toda edición crítica, presenta un texto principal, donde se toma partido por determinadas variantes, relegando el resto, y ello no de manera exhaustiva pues muchas variantes quedan fuera, al aparato crítico. A día de hoy son 28 las ediciones que se han hecho de esta versión del NT. Hasta la edición 27 se consideraba por parte de los autores (la comisión de expertos que continúa el trabajo) que era la versión más cercana al original. Según informa el Prof. Chapa, en la 28 se ha suavizado esta postura, aunque de facto ello no tenga grandes implicaciones, porque lo que realmente importa es el texto leído y la teología que se hace en base a él.
Si entendemos que la obra del Prof. Chapa va dirigida al público no especialista (el especialista conoce en gran medida todo lo expuesto), tiene sentido, entre ese público no iniciado, plantearse la siguiente pregunta: ¿Cómo en un tema de tal complejidad como es la fijación del texto, donde hay distintas tradiciones textuales y un sinnúmero de manuscritos y variantes, ha terminado imponiéndose casi de manera absoluta la edición crítica de NA? Hubiera sido muy pertinente plantear esta pregunta y tratar de responderla. Desde un punto de vista científico, que es la aproximación adoptada por la edición crítica, resulta tal vez extraña esta unanimidad. La primera objeción que se puede hacer al Prof. Chapa es que, aun siendo lícito que tome partido por el texto dominante de NA, no deberían evitarse preguntas como la que acabamos de realizar, así como las posibles respuestas y alternativas existentes.
Otro de los puntos que merece ser considerado tiene que ver con las variantes, que son por otra parte el núcleo y origen del problema. Si no hubiera variantes no habría crítica textual. Aunque por lo que se refiere al planteamiento del problema, encontramos en la obra del Prof. Chapa información útil en relación a las variantes, el tratamiento posterior adolece quizás de cierto sesgo. Por ejemplo, en uno de los capítulos, titulado “Variantes que importan”, se presentan algunas variantes que pueden inducir en el lector la idea de que estamos ante las más importantes, algo que sería erróneo, pues existen multitud de variantes, quizás algunas de más calado que las presentadas. Las variantes pueden provenir de un error o bien constituir cambios a conciencia de carácter teológico. En el planteamiento de esta problemática la exposición del Prof. Chapa transluce una tendencia a minimizar la importancia o el valor teológico de las variantes y a circunscribirlo en la idea de un texto vivo transmitido por una comunidad creyente que, por medio de la tradición y la regla de fe, lo ha traído adecuadamente hasta nuestros días. Se destaca el carácter teológico de las variantes, pero principalmente para apoyar el tipo de texto dominante (el recogido en NA), pero rara vez para ponerlo en cuestión, ni para hacerse eco de quienes lo ponen, lo cual hubiera sido deseable. ¿No podría ocurrir que el texto dominante, al menos en determinados casos, esté apoyado en variantes que se alejan del texto original? Una postura tendente a considerar que las variantes reflejan un texto vivo, acompañada al mismo tiempo de la aceptación sin discusión del texto dominante de NA, supone un intento de cerrar el debate dando por buena una versión. Se debe seguir discutiendo acerca de qué variantes debemos tomar como más cercanas al espíritu del autor, sin importar las consecuencias que extraigamos, incluidas las más dolorosas para determinados planteamientos teológicos o de doctrina que pueden ponerse en cuestión.
Por lo que se refiere a la autoría de las variantes, el Prof. Chapa se centra principalmente en los escribas, que efectivamente fueron los autores materiales, responsables sobre todo de los errores o despistes. ¿Pero también de las alteraciones con finalidad teológica? ¿El escriba tenía autoridad para ello? Obviamente estas preguntas no tienen fácil respuesta, de hecho ninguna pregunta en relación a los temas que tratamos, que entran siempre dentro del ámbito de lo probable, pero tampoco se puede obviar que el texto tenía un dueño que era el jefe de la comunidad o el obispo, cuyo poder se fue acrecentando con el paso del tiempo, y que era quien en muchos caso dejaba marcas en el códice con indicaciones de los cambios que posteriormente tendrían que llevarse a cabo. Estas marcas estaban orientadas por las tendencias teológicas que llegaban de los núcleos de poder o influencia, o por los propios criterios del obispo, determinados por su situación y necesidades inmediatas, buscando, por ejemplo, acomodar el texto a comunidades que cada vez entendían menos el lenguaje del judaísmo (esto explica muchas variantes). De hecho, nos atrevemos a decir que algunas variantes son un perseverar en la incomprensión del mensaje de Jesús que los propios Apóstoles traslucían tal y como se sigue, por ejemplo, en muchos pasajes de la obra de Lucas. Este aspecto bien merecería una discusión profunda sobre hasta qué punto los textos translucen que la iglesia apostólica se aleja en determinados momentos de las enseñanzas de Jesús. Este es un tema muy delicado para los dogmas y la tradición, pero por ello mismo no se debe obviar. ¿Podemos leer en los evangelios y en determinadas variantes relegadas al aparato crítico una tendencia así? Esta pregunta es de la máxima importancia, pues su respuesta puede explicar el por qué de la consideración de algunas variantes.
Volviendo a la naturaleza de la edición crítica de NA, algo bien conocido y expuesto por el Prof. Chapa es su carácter ecléctico. En efecto, el texto principal está hecho tomando partido por variantes de distintas procedencias manuscritas, dando como resultado una suerte de collage. ¿No merece ningún comentario esta forma de proceder? Indudablemente se puede objetar una posible pérdida de unidad y de coherencia interna. Un texto fijado así es un objeto de estudiocientífico, sí, pero muerto, donde de alguna manera se pierde la resonancia interna. No es posible participar de este texto en la medida en que los primeros destinatarios de las comunidades cristianas participaban del mismo[2]. De modo que ese texto no se puede escuchar porque no puede hablar, no podemos penetrar en él, lo hemos convertido en un ídolo, esto es, en un objeto absolutamente independiente de nosotros[3]. Hemos establecido, en definitiva, una línea divisoria, y ya no lo podemos contemplar en el sentido profundo y místico de la palabra. Un texto así no puede vivir en nosotros, ni nosotros en él, perdiéndose así la dimensión de la Experiencia, en mayúsculas. Por tanto, difícilmente puede el texto ecléctico de NA puede considerarse la base viva sobre la que apoyar una idea de autoridad más allá que la de la comisión que lo fija. Resulta, por tanto, discutible hablar de una regla de fe recibida por la tradición como base para sostener un texto de esta naturaleza, lo cual constituye un serio problema en relación a “la cuestión del texto autoritativo”, que abre igualmente un debate necesario y de gran interés que, aunque sea doloroso, no podemos obviar.
Dicho lo anterior, y pese a su carácter ecléctico, se puede alegar que tras la edición crítica de NA subyace una tradición textual concreta, la alejandrina, de la cual el Códice Vaticano, un uncial del siglo IV, es el principal representante. La fuerza de este códice y su posterior expansión nace con las 50 biblias que Constantino encargó a Eusebio de Cesarea. Pero junto a la tradición alejandrina, tenemos la mal llamada tradición occidental, cuyo principal representante es el Códice Beza, un códice mayúsculo bilingüe (griego y latín), de finales del s.IV, que difiere de manera consistente del Códice Vaticano. Este códice lo descubrió en 1581, en el Cebonio de San Ireneo de Lyon, Teodoro de Bèze, que le dio su nombre. Decimos que es mal llamado occidental por cuanto que su origen ha de remontarse a alguna de las peregrinaciones a las Galias hechas a principios del s.II por misioneros de las provincias de Asia y Frigia.
Sin duda, el contraste de estas tradiciones textuales y de sus representantes constituye un tema de la máxima importancia que por desgracia no vemos reflejado en la obra del Prof. Chapa. Cierto es que, como no podía ser de otra forma, se menciona el Códice Beza, pero solo para hacerse eco de la opinión, como poco discutible cuando no directamente errónea, de que es fruto de un escriba caprichoso. Se omiten los estudios que se han hecho en los últimos 30 ó 40 años en defensa de esta tradición textual y del Códice Beza en particular, y en concreto del apoyo que, por ejemplo, recibe de tres de los papiros más antiguos (P38, P45, P50), así como de Ireneo, Tertuliano, Cipriano y de las primeras versiones latinas, siríacas y coptas[4]. Adicionalmente, un aspecto importante que debemos tener en cuenta es que el Códice Beza podría estar menos contaminado que los textos de la tradición alejandrina, en tanto que viajó en esa peregrinación a las Galias y la versión griega quedó intacta, en favor de la latina, que se fue copiando. De hecho, la versión latina difiere de la griega, y lo hace de manera que se acerca a la versión que preserva el Códice Vaticano. Más aún, el códice Beza contiene marcas visibles de la mano de 19 correctores que indicaban los cambios que deberían hacerse en la siguiente copia del mismo. Lo más sorprendente es que si se hubiese hecho una nueva copia del códice atendiendo a estas marcas hubiera aparecido un texto más próximo al tipo de texto alejandrino, al Códice Vaticano. ¿Qué significa todo esto? Sin duda, la cuestión sobre el Códice Beza no puede despacharse a la ligera, sobre todo porque más importante que los aspectos mencionados es el estudio teológico de sus variantes, ampliamente abordadas en la literatura, muchas de las cuales nos deberían hacer reflexionar profundamente sobre las supuestas seguridades que nos ofrece el texto que actualmente leemos.
En resumen, aunque la obra objeto de análisis en este articulo es útil en sus primeros capítulos a la hora de introducir al lector en la crítica textual, se puede igualmente considerar que hubiera sido deseable una presentación con miras más amplias en lo relativo a las alternativas al texto dominante de Nestlé - Aland, presentando las distintas tradiciones textuales, y considerando también, como hemos hecho aquí, las dificultades que presenta un texto ecléctico, sobre todo si se le quiere dotar del significado de texto vivo, más allá del mero objeto científico.
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[1] J. Chapa. La transmisión textual del Nuevo Testamento. Manuscritos, variantes y autoridad. Ediciones Sígueme, Salamanca, 2021.
[2] Sobre la participación puede consultarse por ejemplo: L. B. Geiger, O.P, La participación dans la philosophie de S. Thomas d’Aquin. Librarie Philosophique J. Vrin, Paris, 1953, cita proveniente de O. Barfield. Salvar las apariencias, un estudio sobre idolatría. Atalanta, 2015. Para acercarse a la participación en el marco del fenómenos religioso puede considerarse también la obra colectiva: El giro participativo. Espiritualidad, misticismo y estudio de las religiones. Ed. J. N. Ferrer y J. H. Sherman. Kairos, 2011.
[3] Sobre la idea de ídolo en el contexto de la participación en cuanto a los fenómenos considerados de forma separada a la conciencia y no correlativos a ella véase O. Barfield. op. cit.
[4] Para más información puede consultarse: J. Rius-Camps y J. Read-heimerdinger. El mensaje de los Hechos de los Apóstoles en el Códice Beza. Una comparación con la tradición alejandrina. 2 Vols. Verbo Divino, 2009 (también publicado en inglés en 2004). De los mismos autores existe también una sinopsis: A Gospel Sinopsis of the Greek Text of Matthew, Mark and Luke. A comparison of Codex Bezae and Codex Vaticanus. Brill, 2014. Esta obra pertenece a una serie titulada “New Testament Tools, Studies and Documents” cuyos editores son B. D. Ehrman y E. J. Epp, ampliamente citados por J. Chapa en su obra.