"La causa de Ellacuría y los demás no era un causa ideológica" 33 años de los mártires de la UCA: Los mataron como a Jesús de Nazaret
"Lo que se vivió en aquella fatídica noche del 16 de noviembre de 1989 fue precisamente eso: una auténtica Eucaristía, una donación de la propia vida hasta la entrega de la misma"
"Los mártires de la UCA son tales precisamente porque llevaron hasta sus últimas consecuencias el seguimiento de Jesús de Nazaret"
"Es como si cada año sintiéramos que Dios en la entrega de los mártires de la UCA nos sigue sonriendo y nos sigue dando ánimos"
"Os seguimos presentando a nuestro querido pueblo de El Salvador, seguimos pidiendo que intercedáis por él, os seguimos rogando para que algún día la justicia y la paz lleguen a cada uno de nuestros hogares"
"Es como si cada año sintiéramos que Dios en la entrega de los mártires de la UCA nos sigue sonriendo y nos sigue dando ánimos"
"Os seguimos presentando a nuestro querido pueblo de El Salvador, seguimos pidiendo que intercedáis por él, os seguimos rogando para que algún día la justicia y la paz lleguen a cada uno de nuestros hogares"
| Francisco Javier Sánchez, capellan cárcel de Navalcarnero
Un año más, y ya son treinta tres, nos disponemos a celebrar el martirio de los jesuitas en la UCA, y de Elba y Celina, y digo celebrar porque, desde el dolor, y desde las lágrimas aún presentes cuando lo recordamos, merece la pena celebrarlo. Lo que celebramos es la entrega de la vida, lo que después de treinta y tres años, seguimos recordando es al “cuerpo entregado y la sangre derramada”, de estos mártires, en el fondo lo que seguimos celebrando es la Eucaristía.
Porque lo que se vivió en aquella fatídica noche del 16 de noviembre de 1989 fue precisamente eso: una auténtica Eucaristía, una donación de la propia vida hasta la entrega de la misma. Una Eucaristía donde no es que hagamos memoria de Jesús muerto y resucitado, como lo hacemos cada día, sino una Eucaristía donde los martirizados aparecen unidos al sacrificio de Jesús . Esa Eucaristía comprometida, donde los jesuitas, “molestaban al mundo”, y por eso precisamente fueron asesinados. Cuando asesinaron a Monseñor Romero, una de las monjas carmelitas del Hospitalito decía:
“Pero volviendo al momento de la muerte de Monseñor, en que el proyectil destrozó la vida de nuestro querido Pastor, él por instinto de conservación se cogió del altar, haló el mantel y en ese momento se volcó el copón y las hostias sin consagrar se esparcieron sobre el altar. Las hermanas de la comunidad del Hospitalito interpretaron ese signo como que Dios le dijera: hoy no quiero que me ofrezcas el pan y el vino como en todas las eucaristías, hoy la víctima eres tú Oscar, y en ese mismo instante Monseñor cayó a los pies de la imagen de Cristo”.
Esa misma Eucaristía es la que celebraron los martirizados jesuitas, junto a Elba y a Celina. Los mártires no escatimaron esfuerzo en ningún momento en hacer esa entrega, no escatimaron en defender a los más pobres, hasta la última gota de su aliento y de su vida.
Los mártires de la UCA son tales precisamente porque llevaron hasta sus últimas consecuencias el seguimiento de Jesús de Nazaret. Su martirio no fue por defender un dogma, por defender unas verdades de fe, su martirio fue por defender que los seres humanos somos todos iguales, que todos nos merecemos lo mismo, que todos somos hijos e hijas de Dios, y que nadie tiene derecho a pisotear la dignidad del hermano, simplemente porque sea más pobre, o porque tenga menos medios económicos que yo.
A los mártires de la UCA los asesinaron como asesinaron al mártir Jesús de Nazaret, y como asesinan y crucifican cada día en nuestra sociedad a millones de seres humanos. Su causa por eso no fue una causa política, sino una causa evangélica. Su causa fue como la de Jesús: plantar cara al poder establecido, ese poder que sigue matando a tantas personas en tantos lugares de nuestro mundo.
Por eso cuando llega cada año el 16 de noviembre, todos los que nos sentimos unidos al pueblo salvadoreño, y a su causa de libertad y de dignidad, tenemos un doble sentimiento. Un sentimiento de dolor porque las cosas podrían haber sido de otra manera, porque nos duele en el alma ver todavía y recordar el momento en que fueron descubiertos sus cuerpos . Y a la vez un sentido de alegría y de agradecimiento al Padre por sus vidas. Es como si cada año sintiéramos que Dios en la entrega de los mártires de la UCA nos sigue sonriendo y nos sigue dando ánimos. El Dios Padre-Madre de Jesús cada 16 de noviembre se viste de gala al descubrir que hijos e hijas suyos han sido capaces de seguirle hasta el final.
“Si me matan, resucitaré en el pueblo”, que decía el mártir San Romero de América, y es lo que seguimos sintiendo nosotros. Los mártires de la UCA como todos los mártires salvadoreños y todos los mártires del mundo entero, que dan la vida por la justicia y por la fraternidad entre todos, siguen presente entre el pueblo, están resucitados junto a Jesús, pero viven presentes e inmersos en lo que fue la causa de su martirio: defender al pueblo crucificado y machacado por el poder y la intolerancia de los ricos, de los que no tienen escrúpulos, de los que creen que el dinero lo consigue todo.
Este año, quizás lo celebramos con un poco más de tristeza que otros años, porque nuestro bonito país, El Salvador, está sumido en una profunda dictadura que no respeta los derechos humanos; una dictadura que continua usurpando los derechos de miles de salvadoreños, bajo la amenaza del poder y la opresión. Un país donde los derechos humanos son violados a diario simplemente porque no se respeta la mínima libertad de expresión. Es verdad que las pandillas y la violencia que generan son un problema grave para nuestro pueblo salvadoreño y para todo su desarrollo humano y económico, pero a la violencia pandillera no se puede responder con una violencia de corte institucional.
En el fondo lo que está sucediendo en estos momentos en El Salvador es intentar solucionar la violencia pero desde la misma violencia poderosa, de quien gobierna el país. En pro de la búsqueda de una supuesta paz y cese de la violencia se está llegando a una violencia desde arriba, que sigue sin respetar a los de abajo. La pobreza es cada vez mayor en El Salvador, los jóvenes se ven obligados a salir de su país y dejar sus hogares y sus familias para salir y buscar una solución para sus vidas y las de sus familias. Es continúa la salida de salvadoreños y salvadoreñas , hacia otros países, buscando simplemente un sustento o una solución para su pobreza. Pero eso, como antaño parece no preocupar a los que tienen hoy día el poder, sino que lo único que les preocupa es permanecer en ese mismo poder para seguir enriqueciéndose a consta de los pobres del pueblo.
Por eso la causa de los mártires de la UCA sigue estando presente treinta y tres años después de su matanza. Su sangre continúa corriendo entre los pobres salvadoreños y salvadoreñas. Sus cruces siguen siendo las de entonces. Los mártires de la UCA como Jesús de Nazaret, defendían un derecho a la vida, y por eso sus vidas fueron injustamente arrebatadas, sus vidas fueron “sesgadas de un plumazo” por aquellos que ostentaban el poder. Pero ellos, siguen diciendo al Pilato de turno: “si te he ofendido en algo, dime en qué, y si no ¿Por qué me pegas?” (Jn 18, 23) , porque la reacción del poder sigue siendo la misma: no soporta que nada ni nadie lo ponga en duda. Como tampoco lo soportan los que tienen hoy el poder en el Salvador, y siguen martirizando a todo un pueblo, y sumiéndolo en la pobreza absoluta y en la necesidad de tener que salir de él para intentar ganarse la vida, buscando un futuro mejor.
El poder establecido no soporta que alguien le critique, que alguien ponga en duda su actuación. Ellos preguntan a ese poder y se enfrentan a él; la respuesta del poder frente a esa pregunta es la entrada en la UCA aquella noche y el asesinato de cada uno de ellos sin ningún tipo de piedad y de misericordia. La procesión de antorchas y farolillos de cada año, sigue siendo signo de vida y de esperanza en medio de tanta oscuridad y medio de este país tantos años martirizado. Es lo que aparece en la letra del himno al divino Salvador, que hizo un compositor y poeta y que precisamente citó Monseñor Romero en su homilía del 23 de marzo de 1980, justamente la víspera de su asesinato: “ Pero los dioses del poder y del dinero se oponen a que haya transfiguración, por eso ahora vos sos, Señor, el primero, en levantar el brazo contra la opresión”.
Al celebrar este treinta y tres aniversario de los mártires miramos a Jesús, miramos a Dios nuestro Padre y le seguimos pidiendo con esperanza que nos siga ayudando, que siga a nuestro lado, que no nos abandone, que sigamos sintiendo su fuerza y su Espíritu como ellos mismos lo sintieron. Y seguimos diciendo que su lucha continúa, que juntos podemos hacer un país mejor, más libre y más justo, al estilo del evangelio y de Jesús de Nazaret.
Seguimos defendiendo que fueron los poderes políticos, económicos y militares, los que los asesinaron, seguimos defendiendo que es necesaria una reforma estructural del país que haga posible una disminución de la pobreza y de la injusticia social. Y lo hacemos con el Evangelio en la mano, no desde una ideología política ni religiosa, sino desde las palabras y las acciones que hacía el mismo Jesús de Nazaret. La causa de los mártires de la UCA no era un causa ideológica, como no lo fue la causa del mártir Jesús de Nazaret, de San Romero, ni de Rutilio, ni de tantos salvadoreños y salvadoreñas asesinados: era y es una causa de fraternidad, de justicia, de reconocer que todos somos iguales y que todos nos merecemos lo mismo. Pero precisamente es lo que no gusta a los poderosos de nuestro mundo, a los que tienen el poder y lo ejercen desde cualquier institución. Los poderosos y el poder asesinaron a los jesuitas, a Elba y a Celina y siguen asesinando a muchas personas sumidas en la pobreza y en la marginación más absoluta.
Han pasado treinta y tres años pero no nos damos por vencidos, seguimos pensando que una nueva sociedad salvadoreña, que un nuevo país es posible, un país donde todos podamos tener los mismos derechos y podamos tener acceso a las mismas posibilidades. La Eucaristía de aquel 16 de noviembre de 1989 es la que seguimos celebrando y actualizando cada día en cada una de nuestras comunidades cristianas y cantones.
De ahí que sigamos celebrando y viviendo este acontecimiento con la misma energía y la misma indignación que aquella mañana del 16 de noviembre. Aquel día cambió la situación de El Salvador, la guerra dio un cambio de rumbo, la matanza de los mártires no fue en balde, sino que sirvió para poner ante la comunidad internacional, la injusticia en la que vivía el pueblo salvadoreño. Las cosas no fueron iguales en el país, hubo un antes y un después, su entrega no cayó en “saco roto”.
Y por eso se siguen exigiendo responsabilidades de la matanza de la UCA, pero no para buscar venganza, sino para exigir la necesaria justicia. Una justicia que debe llevar a esclarecer todo lo sucedido en aquella noche. Exigir que los responsables de este delito contra el pueblo sean llevados ante la justicia, de manera definitiva.
El único pecado de los mártires fue decir que todos tenemos derecho a la vida, porque todos somos hijos del mismo Dios. Y ese Dios quiere lo mejor para cada uno de esos hijos por igual, sin distinciones de ningún tipo. San Romero de América, ya había dicho lo mismo, que dice el Evangelio, y que defendieron los mártires de la UCA:
“Un Evangelio que no tiene en cuenta los derechos de los hombres, un cristianismo que no construye la historia de la tierra, no es la auténtica doctrina de Cristo, sino simplemente instrumento de poder. Lamentamos que en algún tiempo también nuestra Iglesia haya caído en ese pecado; pero queremos revisar la actitud y, de acuerdo con esa espiritualidad auténticamente evangélica, no queremos ser juguete de los poderes de la tierra, sino que queremos ser la Iglesia que lleva el Evangelio auténtico, valiente , de nuestro Señor Jesucristo, aun cuando fuera necesario morir como él en una cruz” (Homilía 2 de noviembre de 1977).
Y así lo hicieron, el mártir San Romero de América, y los mártires de la UCA; por defender la causa del evangelio de Jesús fueron asesinados, fueron crucificados como el mismo Maestro de Nazaret.
Después de todos estos años, nos seguimos reuniendo un año más no tanto para recordarles sino para expresar que siguen vivos entre nosotros y que por encima de todo recordamos su vida y damos gracias por las vidas de cada uno de ellos y de ellas. Todavía, entre lágrimas, recordamos el rostro de Obdulio, al descubrir los cuerpos de su mujer Elba, y de su hija Celina, junto al de los seis jesuitas asesinados en el jardín de la UCA. En el dolor de Obdulio de aquella trágica mañana, está también el dolor de todo el pueblo y de toda la iglesia salvadoreña, un dolor que solo puede ser aliviado con la fuerza del amor que supone la entrega de cada una de sus vidas. Los jesuitas pasaron en aquella noche de la muerte a la vida, vivieron su experiencia pascual, quizás antes de tiempo, pero participaron del cáliz de Jesús, y ofrecieron su vida por el pueblo y por su liberación.
Sus vidas son y hoy y serán siempre semilla de esperanza y de buena nueva, y por eso lo seguimos celebrando cada año, y lo seguiremos haciendo, cada día y cada momento; son parte de la historia de El Salvador y de la historia de nuestra Iglesia, son el evangelio vivo, viendo su vida y contemplando cómo han vivido cada instante de su existencia, podemos descubrir la vida de Jesús, y podemos llegar “a tocar al mismo Dios”. Ese Dios del que nos sentimos hijos y del que nos ha dicho Jesús que es nuestro Padre, ese Dios que al sentirnos hijos de El, nos hace también sentirnos hermanos: “El hombre es tanto más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres, y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente del prójimo” (Homilía de San Romero, 18 de septiembre de 1977).
Gracias hermanos mártires, gracias Ignacio Ellacuría, gracias Ignacio Martínez Baró, gracias Segundo Montes, gracias Armando López, gracias Juan Pablo Moreno, gracias Joaquin López y López, gracias Elba y gracias Celina. Vuestras vidas están inscritas en el cielo, en el corazón de Dios y en el corazón de cada uno de los salvadoreños. Están inscritas como vidas crucificadas y resucitadas, son vidas pascuales como la de Jesús de Nazaret. Os sentimos parte de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia, sois sal y luz para cada uno de nosotros.
Os seguimos presentando a nuestro querido pueblo de El Salvador, seguimos pidiendo que intercedáis por él, os seguimos rogando para que algún día la justicia y la paz lleguen a cada uno de nuestros hogares. Que sigamos sintiendo la fuerza del Espíritu de Dios a través de vuestras vidas. Que nuestra Iglesia siga estando comprometida por la causa de los más pobres y más crucificados de nuestro país. Y que el Espíritu de Jesús resucitado que os hizo dar la vida por el pueblo, os haga permanecer también siempre vivos junto a El. Que vuestras vidas sean ejemplo de vida y entrega también para nuestra Iglesia y para cada una de sus comunidades.
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