Antonio Aradillas Menos mujeres, y menos Iglesia

(Antonio Aradillas).- Las barbaridades que tanto legal como ilegalmente se siguen cometiendo contra la mujer, por mujer, son ciertamente lamentables y le infunden tristeza, temor y deshonra a la sociedad, a las instituciones y a cuantos responsables las consienten silencian o fomentan.

Se trata de uno de los capítulos y de las vivencias más denigrantes que registró y registra la historia en la diversidad de sus frentes, consternada además por el grado de naturalidad con el que se acepta, como si así tuviera que ser, por haber sido así toda, o casi toda, la vida. Noticias frecuentes aparecidas en los medios de comunicación, rubricadas por testimonios personales y colectivos, proclaman la veracidad de los hechos en la relación hombre-mujer, con asiduos comentarios a favor del varón y con explícita, o implícita, inculpación- delación para los comportamientos femeninos.

Indecentemente emboscados en el "burka" de la fórmula de la llamada "violencia de género", se agrupan datos y detalles de los "malos tratos" recibidos sistemáticamente por las mujeres, procedentes de sus parejas, o ex parejas. Para quienes piensen que el diagnóstico de los "malos tratos", con inclusión de la muerte de la mujer, tiende a desaparecer, a mitigarse o a esconderse en el reducto de determinadas -"bajas"- esferas sociales, hay que refrescarles la memoria de que, con diversidad de formas e interpretaciones, su cosecha es tan abundante y dolorosa, o más, en unos estamentos que en otros, aunque los esfuerzos por su sobreseimiento o reserva resulten ser más solícitos y cuidadosos.

-Sí, pero la ley y la religión...

Las leyes y su configuración en los códigos más venerables, fueron y son obras, predilectas e interesadas, de los varones. El hombre- varón es su creador e intérprete genuino y fiel. Aún en la actualidad, en la que a las mujeres se les entreabren las ventanas de los órganos supremos legislativos, y la interpretación oficial-judicial de sus interpretaciones profesionales, no es rara la aparición de noticias que destacan la acentuada inclinación de magistradas y juezas a favor de comportamientos masculinos, pudiendo, en igualdad de condiciones, haber mostrado su preferencia a favor del "sexo débil" de toda la vida y, si Dios no lo remedia, también de la vida futura.

Imprime carácter indeleble haber sido educada en familias en las que imperaron principios tan "sagrados" y "patrióticos" como el así oficiosamente formulado:" El problema de la educación femenina exige un planteamiento nuevo. Cada cosa en su sitio. Y el de la mujer no es el foro, ni el taller, ni la fábrica, sino el hogar, cuidando la casa y de los hijos y de los hábitos primeros y fundamentales de su vida volitiva y poniendo en los ocios del marido una suave lumbre de espiritualidad y de amor..."

En pleno siglo XXI, 155 países, en sus códigos y constituciones, se cobijan alguna, o algunas, leyes discriminatorias contra las mujeres, tal y como lo confirma el Banco Mundial, con mención preferente para Afganistán, Arabia Saudí, Omán, Estados Árabes Unidos, Sudán, Mauritania, Pakistán, Brumei, Kuwait, Siria, Qatar, Pakistán, Egipto, Malasia, Estados Pontificios...En 32 países todavía deben contar con el permiso de sus maridos, para obtener el pasaporte sus respectivas mujeres.. Aunque en sus constituciones no haya explícita constancia a a discriminaciones en relación con la mujer, las normas y las tradiciones las imponen con toda urgencia, severidad, vigencia y castigos.

¿Las religiones?. Las principales, y más las monoteístas, son y están sempiternamente decididas a conservar, potenciar - praxis y doctrina- la discriminación contra la mujer, con "argumentos" humanos y "divinos" que rondan los linderos de la estolidez, con el único y desesperado afán de salvar los privilegios del sexo masculino . Dios es varón, de por sí, por antonomasia, y con todas sus consecuencias paganamente machistas, dimanantes de concepciones ancestrales, lo que contribuye a des- religiosizar a la mujer, sobre todo a las jóvenes.

El caso de la Iglesia Católica, -Estados Pontificios a la vez-, es tedioso y lamentable dechado de vetustez, antigualla, anacronismo y antievangelio, que escandaliza a propios y a extraños, justificando el alarmante éxodo femenino que hoy se detecta. "Los hombres son esenciales y las mujeres son secundarias", es principio no solo cívico y político, sino religioso, vigente y "canonizado" también en la Iglesia.

Como objeto- sujeto de inmoralidad, el trato que la Iglesia oficial le presta a la mujer, por mujer, dista mucho de ser cabalmente moral. Los proyectos ya próximos de la "diakonía" femenina dan la impresión de intentar afrontar, aunque tardía y tímidamente, el problema.

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