Antonio Aradillas No a las parroquias-cortijo

(Antonio Aradillas).- Hay diócesis, o provincias eclesiásticas, en las que determinadas parroquias se las considera, y se aspira a ellas, como a otros tantos oficios o "beneficios".

En rigurosa sintonía académica se las conoce también como "canonjías", a las que la misma RAE en su diccionario, define como "empleo cómodo y muy ventajoso", o como "cierta prebenda eclesiástica". En diócesis eminentemente industrializadas alcanzan la titulación de "negocios", de modo similar a como en las agrícola-ganaderas prevalece el carácter semipericlitado de "finca" o "cortijo" de "pastoreo o labranza". Recientemente, a unas y a otras, el Papa Francisco se ha referido como "parroquias-huerto".

En unos tiempos en los que en determinadas diócesis españolas se preparan asambleas y reuniones entre sacerdotes, obispos y laicos, en las que el diálogo eclesial es imprescindible en todas sus direcciones, creo suficientemente justificadas las reflexiones siguientes:

Como anillo al dedo encajan a la perfección las orientadoras palabras de la última carta pastoral colectiva firmada por los obispos de Galicia. En ella se insiste en que "ni el sacerdote es propiedad de la comunidad parroquial, ni esta lo es del sacerdote". "Su destino al servicio de ella no será vitalicio". "Quienes ejercemos un ministerio ordenado sabemos que nuestra vocación es el servicio, por lo que jamás habremos de considerarnos, ni nos considerarán, "propietarios" de las respectivas parroquias, ni de los bienes patrimoniales o históricos de las mismas".

Otros comentarios estricta y religiosamente religiosos, por parte de hipotéticos asamblearios desde perspectivas y situaciones diversas, coinciden consecuentemente con estos: Es hora ya de que en la designación de los obispos participen sacerdotes y laicos.

Alargar a perpetuidad los procedimientos vigentes imposibilita cualquier posibilidad de reforma en la Iglesia. La imagen, símbolos, ritos y liturgia, y los procedimientos actuales que encarnan la mayoría de los obispos, difícilmente son homologables con el evangelio. Los obispos "vitalicios", es decir, hasta que les llegue la jubilación, no debería sobrepasar los seis u ocho años en sus diócesis. El futuro de la Iglesia que representan y que intentan hacerla vivir, está más que cuestionado, dentro y fuera de la institución y en fiel sintonía con la teología, la pastoral y la sociología.

"Profesión-vocación: sacerdotes", precisa de profunda, humilde y actualizada reforma. Más aún, tal titulación se acaba. El problema de las vocaciones y su acentuado y creciente éxodo de los seminarios, noviciados y centros de formación, así lo delata, y del mismo tienen ya clara conciencia sociólogos y pastoralistas, con excepción de los obispos y de parte de la clerecía.

La Iglesia católica actual, y al margen de debilidades humanas de no pocos de sus miembros, carece de atractivos para la juventud, los intelectuales y las personas cultas y lógicas. El número de sacerdotes jóvenes es escaso y además, todos han de iniciar su ministerio ya "avejentados", es decir, "presbíteros" en ideas y en enseñanzas de vida, por muchos conocimientos teológicos que testifiquen sus títulos y sus estudios.

Y conste que no es solo el celibato obligatorio la causa y explicación principal de situación tan extraña y fuera de lugar. Lo es en mayor proporción y entidad, el estilo que catalogan como propiamente "pastoral", docente, alejado y desencarnado de los demás y de sus realidades familiares, sociales y convivenciales. La pertenencia obligada de los curas a las "fuerzas vivas de la localidad", les roba naturalidad y sobrenaturalidad. El bien pastoral reclama movilidad y renovación en los sacerdotes. Es una barbaridad, y un sinsentido, regir las parroquias durante toda la vida ministerial, convertidos en funcionarios y en caciques, aún con la mejor de las intenciones y propósitos.

Los laicos -feligreses-, más que "ser" y pertenecer a la Iglesia, "están" -o casi están-, en la misma. "Oyen", "asisten", van a misa", y se limitan a decir "Amén", sometiéndose al rito de la paz, para lo que se dan fríamente la mano, comulgando algunos, y dejando en el cestillo-colector, o gazofilacio, unos céntimos de euros. La colaboración y participación activa en la vida parroquial, es decir, en la Iglesia, es prácticamente nula, o deja mucho que desear, en el mejor de los casos, reafirmándose en la idea de que ella -la Iglesia- es cuestión de curas y obispos. La desclericalización de la misma es asignatura pendiente.

En el contexto de la teología del laicado, el tema de la mujer es capítulo aparte. El machismo tan exacerbado y anticristiano, con carácter casi dogmático, imperó e impera en la Iglesia, recortándole por ahora las alas a cualquier noble y sensata esperanza, pese a los datos tan optimistas que se registran en los demás órdenes de la vida cívica, profesional, política, social, económica, docente y empresarial.

El destierro de la mujer de la Iglesia es grave pecado estructural y personal, de quienes, "en el nombre de Dios" son sus autores. Sin participación, hasta sus últimas consecuencias, aún rituales, de la mujer en la Iglesia, esta deja de serlo. La mujer es su alma. Es -será- su futuro. El presente, no puede ser para ellas más desolador, absurdo, contradictorio y hasta ofensivo.

Temas como estos, y otros más, se harán dialogadoramente presentes en las asambleas diocesanas programadas hoy en España, que solo así contarán con la gracia de Dios y las bendiciones del Papa Francisco.

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