"El caso español está siendo paradigmático en corrupción política y probablemente social" La política española, arruinada entre dogmáticos
"Los políticos siguen con su juego de tronos, ensimismados en filias y fobias ideológicas que valieron en el siglo XX, pero muy lejos de entender que la complejidad de la vida social nos desborda a todos"
"Si en el pasado la coherencia política eran las ideas claras y distintas, a lomos de una vida personal razonable o aparentemente digna, hoy, esta vida personal digna se reclama rayando la perfección, pues la vida pública ya no aguanta la mediocridad ética, y en cuanto a las ideas de gobierno, mejor sometidas a ensayo y error, y con capacidad de acomodo a un consenso entre distintos, que no inflexibles e ideologizadas"
Creo, sinceramente, que la política española va así de mal porque los políticos no saben hacerlo mejor. Ellos son los primeros sorprendidos de su ignorancia ante los cambios que afectan a su profesión. No conozco a fondo cómo evoluciona el encargo político y la clase que lo desempeña en otros países. Hablo de lo que veo y reflexiono queriendo comprender tanto enredo y aparente maldad. Al final, creo que tienen razón quienes muestran que el cambio operante en tantos sentidos, ha dejado en mantillas a los políticos, incapaces de comprender lo que se les pide. Ellos siguen con su juego de tronos, ensimismados en filias y fobias ideológicas que valieron en el siglo XX, pero muy lejos de entender que la complejidad de la vida social nos desborda a todos; que la diversidad de demandas y proyectos en que se concreta, nada tiene que ver con juntarse con los iguales y a gobernar sin complejos. Esto se ha terminado en el caso español y no sé si en todos los lugares del mundo.
El lector que haya llegado hasta aquí pensará que lo dicho es una disculpa para los políticos, ¡lo que faltaba!; le aseguro que es una llamada sobre lo perdidos que están y, por tanto, el riesgo que corremos de ir a la deriva. He aquí la razón primera y más sencilla para reconocer que hoy es necesario pactar equipos y gobiernos entre distintos. Las mayorías absolutas se fueron por mucho tiempo y no gana quien más votos tiene sino quien es capaz de pactar con los más posibles, los necesarios, para asegurar estabilidad y reconocimiento social suficiente. Quien no sepa requerir o ser requerido para componer mayorías, no va durar mucho tiempo en su aislamiento político. Si en el pasado la coherencia política eran las ideas claras y distintas, a lomos de una vida personal razonable o aparentemente digna, hoy, esta vida personal digna se reclama rayando la perfección, pues la vida pública ya no aguanta la mediocridad ética, y en cuanto a las ideas de gobierno, mejor sometidas a ensayo y error, y con capacidad de acomodo a un consenso entre distintos, que no inflexibles e ideologizadas. Las ideologías persiguen a las personas como su sombra; nadie puede saltar sobre su propia sombra por más que lo intente, pero hay horas del día en que es posible ver recortado su tamaño y de eso se trata en este momento. Recortar el tamaño de las ideologías claras y distintas, favorecer el fin de la mediocridad ética en la vida pública y aceptar consensos entre distintos contra las más sagradas diferencias. Provisionales esos acuerdos en lo que sea política de coyuntura, duraderos esos consensos en lo que sea estratégico para esta y las generaciones futuras.
Este conjunto de buenos principios y propósitos al que hoy la política debe obedecer, para salvarse como servicio a los ciudadanos, suena a lo más rancio que se haya dicho, pero lo más rancio es, en este caso, una tradición ética imprescindible. El caso español está siendo paradigmático no solo en corrupción política y probablemente social, sino un ejemplo de cómo las fobias personales y los idearios se sobreponen a la posibilidad de debatir, escuchar y pactar. Cualquiera de los problemas que arrastra hoy la política española, desde la concepción del Estado como nación única y amada o como odioso puzzle de naciones sometidas; desde la expresión en ella de una democracia constitucional por todos reconocida sin ambages a la negación prácticamente sin atenuantes de que esto sea una democracia, requiere de políticos (y ciudadanos) que mermen sus ideologías y agranden su honestidad personal hecha diálogo, razón y pacto.
Es tan evidente que parece mentira que la mayoría de la clase política convoque a los ciudadanos a unas elecciones para repetir la misma cerrazón en su negativa a entenderse con nadie que no sean los propios. (Voy a suponer que las presiones económicas de los poderosos no son insalvables, lo cual es mucho suponer). Si del conflicto de España como Nación y Estado, porque lo hay si así es vivido por sus ciudadanos en varias autonomías, pasáramos al recuento de otros conflictos de urgencia ante el futuro, sea el modelo energético o el modelo de crecimiento; sea la composición de los presupuestos y su financiación, sea la proyección fiscal del futuro del país y de su seguridad social, sean las leyes sociales más relevantes relativas a las condiciones de trabajo, sanidad, enseñanza, dependencia, libertad, pobrezas y comunicación, todo tiene como requisito de posibilidad una clase política sustentada en una ética personal intachable, ¡a la medida humana siempre!, una merma inteligente de las ideologías o idearios desarrollados desde el XIX hasta el ahogo de la creatividad generacional, ¡hay mucha pereza en el ambiente intelectual de la política y sus aledaños!, y una obligación casi ontológica, hoy y aquí, en el oficio de político: entenderse entre distintos a favor de un Estado y país posibles.
Porque el problema español no es solo cómo convenir gobiernos de consenso suficiente en las políticas fundamentales del próximo cuatrienio, ¡y no es poco!, sino dar con alguna fórmula de organización del Estado que sea respetada por todos. Lo cual es difícil, pero hay una condición que se deriva de lo dicho: en la política cotidiana quien por ideología e interés concluya que no puede pactar ninguna forma de Estado compartida, ninguna, bajo ningún supuesto, es perfectamente libre de decirlo y defenderlo, pero no es libre de pensar que, hoy y aquí, en cuanto a la convivencia de su pueblo y de los demás pueblos, es un político imposible por dogmático. Por eso es tan vital en este momento político, económico y cultural la gente de la política con capacidad y necesidad de subordinar la ideología al bien común.
Etiquetas