Jesús Martínez Gordo Es posible otra renovación pastoral (II)
(Jesús Martínez Gordo, en Vida Nueva).- 3.- La organización de los equipos pastorales
Los ministerios laicales son designados -siguiendo el libro de los Hechos- por el sucesor de los apóstoles (a propuesta de las comunidades locales y previa aprobación de sus candidatos por los consejos pastorales de arciprestazgo o de vicaría). Los dos "delegados" restantes son elegidos por cada comunidad local, siendo suficiente una ratificación posterior por parte del obispo.
Corresponde a cada ministerio laical, como se ha adelantado, formar su equipo de colaboradores. Esta manera de proceder está abierta a lo que se conoce en Poitiers como el "segundo círculo", es decir, a atender las demandas de ayuda de aquellas personas que, estando cercanas al primer círculo (formado por la comunidad local con el equipo pastoral), se interesan por la fe (sin ser practicantes regulares) y que están dispuestas a colaborar más activamente, siempre que la comunidad local se lo pida.
El ministerio o servicio que prestan estas personas es voluntario y por un tiempo determinado: tres años renovables por otros tres. Nadie puede comprometerse por más de seis ni de manera indefinida o "de por vida".
Como viene siendo habitual en las diferentes iglesias locales de Francia, el obispo (o un delegado suyo) entrega la misión pastoral a estos equipos pastorales en una celebración litúrgica que ha tenido la virtud de abrir un debate (de largo alcance) sobre la identidad de estos ministerios laicales: ¿simples colaboradores -en conformidad con el canon 517 & 2- del ministerio ordenado por penuria de sacerdotes? ¿Inicio -como sostiene, por ejemplo, B. Sesboüé- de una nueva forma de sacerdocio ministerial que va más allá de la mera "participación" en el ejercicio de las tareas pastorales del presbítero? ¿Puerta abierta (como propone F. Moog prolongando la vía facilitada en su día por J. - Y. M. Congar) a la superación del binomio sacerdotes-laicos en favor del de comunidad-ministerios?
4.- Un nuevo modelo de presbítero
A diferencia de en otros tiempos, en nuestros días se está pasando de una situación en la que los laicos giraban alrededor del presbítero a otra en la que el sacerdote se pone al servicio de las comunidades locales. Es otro indicador de la renovación eclesial en curso.
Ello quiere decir que se necesita un modelo de sacerdote que ejerza y viva la presidencia de la comunidad cristiana de una manera más apostólica que la habida hasta ahora; que no sea clerical ni autoritario; que acompañe en la fe a un conjunto de comunidades locales con sus respectivos equipos pastorales de base; que cuide la comunión eclesial entre todas ellas y que recuerde permanentemente que la misión evangelizadora es la razón de ser y el corazón de todas y de cada una de las comunidades locales.
Evidentemente, se trata de un sacerdote que ya no es el responsable primero y último de toda la trama organizativa y que, por tanto, no tiene por qué conocer, saber y proceder sobre cada uno de los detalles, dirigiéndolo todo. Por ello, puede atender debidamente lo que es esencial y propio de su misión apostólica: el crecimiento de la fe, el dinamismo misionero de los equipos pastorales de base y de las comunidades y la comunión entre todas ellas y con las demás realidades diocesanas.
Además, es un modo de ser sacerdote que vive el ministerio litúrgico en la importancia que realmente tiene, sin incurrir en la tentación sacramentalista a la que tan proclives son muchas espiritualidades triunfantes en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Las liturgias hermosas están bien, pero sin la preocupación por los demás o sin una praxis habitual y continuada de corresponsabilidad o sin el cuidado de la misión, son insuficientes.
La activación de esta nueva articulación de la identidad y de la espiritualidad presbiteral lleva a que a los sacerdotes que no celebren -como sí sucede en Poitiers, a propuesta del obispo- más de tres misas cada fin de semana: una el sábado a la tarde y dos los domingos.
5.- Resultados espectaculares
Este proyecto es debatido, enmendado y aprobado por el Consejo presbiteral (21 de noviembre de 1994) y por el Consejo Pastoral Diocesano de Poitiers.
A los diez meses de su aprobación, el 11 de septiembre de 1995, se crea la primera comunidad local.
Un año más tarde, el 26 de septiembre de 1996, se reúne el grupo que se ha dado en llamar de los "12 sacerdote fundadores" y el 7 de diciembre de 1996 se encuentran los 25 primeros "delegados pastorales".
En junio de 1997 están en marcha unas 50 comunidades locales y en 1998 son ya un centenar.
Entre 2001-2003 se celebra el segundo sínodo diocesano para leer los Hechos de los Apóstoles y mostrar su continuidad en la Iglesia de Poitiers. Es el acontecimiento eclesial en el que la diócesis asume el proyecto de las comunidades eclesiales y de los equipos pastorales.
En enero de 2003 son ya 220 las comunidades locales en funcionamiento. Y diez años después de haberse dado el banderazo de salida (2004) ascienden a 273 las constituidas y a 265 las que están funcionando. Hay que reseñar que una buena parte de las que se quedaron en el camino fue porque tuvieron dificultades para renovar los equipos pastorales de base.
Lo más probable, pronosticaba monseñor A. Rouet en 1999, es que se abran unas 230 nuevas comunidades locales de base para el año 2010; año en el que la diócesis contará con unos 150 sacerdotes en activo y unos 60 diáconos.
La realidad, sin embargo, ha superado las previsiones más optimistas: en 2010 la diócesis de Poitiers contaba con 200 curas, 45 diáconos y con unas 10.000 personas involucradas en las 320 comunidades locales.
6.- El "munus regendi" de los presbíteros (2010)
El 17 octubre de 2010 monseñor Albert Rouet firma el decreto por el que sustituye el sistema tradicional de las parroquias por el modelo organizativo experimentado durante los últimos años: las comunidades locales con sus equipos pastorales de base y la nueva manera de vivir y entender el ministerio ordenado.
Un grupo de once sacerdotes (casi todos ellos menores de 50 años y con una edad media de 45) manifiestan el 19 de octubre de 2010 su disconformidad con dicho decreto:
1.- Entienden que el derecho canónico ha sido mal aplicado y vaciado de contenido con el fin de establecer una autoridad paralela en la Iglesia y supuestamente fundada en el sacerdocio bautismal de los fieles.
2.- Manifiestan que la tarea como "cura" queda diluida en una maraña de consejos de diferentes niveles, impidiendo que el sacerdote pueda ejercer libremente su responsabilidad de pastor ("munus regendi"), intrínsecamente vinculada al sacramento del orden que han recibido.
3.- Apuntan que se asiste a la desmovilización de los jóvenes aspirantes al sacerdocio (minando las vocaciones al mismo o facilitando su huida fuera de la diócesis) y al agotamiento de los sacerdotes (y también de los laicos) ya que, frecuentemente, acaban absorbidos en tareas organizativas internas que descuidan la evangelización, tan urgente en nuestros días.
4.- Declaran que la reforma activada está generando inevitables conflictos por la puesta en funcionamiento de un sistema que disuelve la verdadera responsabilidad, en particular, la de los presbíteros
5.- Y denuncian que se están promoviendo principios teológicos y eclesiológicos más que ambiguos, amenazando la plena comunión eclesial con la Santa Sede y con otras iglesias particulares.
Este recurso, presentado ante A. Rouet, es posteriormente elevado a la Congregación para el Clero y al Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos.
En un decreto, firmado por el cardenal-prefecto de la Congregación para el Clero, se suspende la ejecución del decreto diocesano "hasta que el Dicasterio tome una decisión al respecto" ya que las cuestiones planteadas sobre la "estructura global de la diócesis" y, en particular, sobre "la cura pastoral de los sacerdotes" se consideran "graves". Otro tanto hace el Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos.
El 13 de febrero de 2011 Albert Rouet presenta, en cumplimiento de lo marcado por el código de derecho canónico, su dimisión por haber alcanzado los 75 años, sucediéndole en enero de 2012, monseñor Pascal Wintzer, hasta entonces su obispo auxiliar.
7.- El (estéril) retorno del clericalismo
Una de las primeras decisiones del nuevo arzobispo es aprobar un decreto en el que "vuelve a precisar" la misión de cada uno en conformidad con las "recomendaciones" remitidas por la curia vaticana y cuyos puntos más sobresalientes son los siguientes:
1.- La constitución de cada nueva parroquia se hará por decreto del arzobispo, después de haber escuchado al consejo presbiteral, quedando bajo la responsabilidad pastoral de un sacerdote que será el cura ("munus regendi") de la misma. Otros sacerdotes podrán ayudarle como vicarios (CIC 545) e, incluso, diáconos o laicos, pero según el derecho.
2.- Cada parroquia estará dotada de un consejo pastoral parroquial (CIC 536) y de un consejo parroquial para los asuntos económicos (CIC 537) que serán presididos por el cura, siendo este último su único representante, además de responsable de sus bienes (CIC 532)
3.- Las parroquias estarán formadas por las comunidades locales, animadas por personas enviadas por el cura y que tendrán como misión velar, bajo la autoridad del cura, del anuncio de la fe, de la oración y de la caridad
En conclusión
La crisis provocada por el requerimiento de estos once sacerdotes jóvenes ante las instancias vaticanas para que se preservara su "munus regendi" (en definitiva, su poder), no sólo evidencia las enormes carencias teológicas, espirituales y la falta de entrañas pastorales de quienes, a veces, son propuestos (solo por su juventud) como un (mal) ejemplo a seguir, sino, sobre todo, la improcedencia de aplicar el código de derecho canónico al margen de su adecuada referencia interpretativa: el Vaticano II y el "bien espiritual de los fieles".
Evidentemente, para que ello sea viable es imprescindible encontrarse con obispos que entiendan su ministerio, como así lo ha sido durante mucho tiempo (y también en el caso de A. Rouet), en términos de relación matrimonial con la diócesis que presiden, y no como trampolín para conseguir otros objetivos, no siempre confesables.
Frecuentemente, el "carrerismo", denunciado por el Papa Francisco, les impide abordar con la lucidez y pasión requeridas los problemas y acompañar, como se merecen, a los laicos, laicas, sacerdotes, religiosos y religiosas que hace tiempo que ya se han percatado de la esterilidad de aplicar el código de derecho canónico en situaciones altamente secularizadas. Es inaplazable promover obispos con entrañas pastorales y, por ello, dispuestos a pagar el precio que supone ser más fieles al Vaticano II y a las exigencias pastorales que a las propias aspiraciones personales o a la legislación canónica, cada día más obsoleta. Sólo con ellos tienen un futuro esperanzador la Iglesia y las comunidades cristianas, sencillamente, porque es su liderazgo es determinante.
Y también sacerdotes que ensayen (con sus respectivas comunidades, por débiles y avejentadas que puedan estar) el inédito viable activado en Poitiers, incluso al precio de tener que escuchar la acusación de "ir por libre" o de no atender debidamente las directrices diocesanas. Estas personas (más carismáticas que institucionales) casi siempre han salvado a la comunidad cristiana de la insignificancia y de su disolución, a pesar de mantener frecuentemente unas complicadas relaciones con lo institucional. No está de más recordar que, curiosa y sorprendentemente, el carisma, además de insuflar esperanza a lo pequeño y débil, ha acabado siendo casi siempre -por su implantación evangélica- la tabla de salvación de lo institucional y hasta de las personas que han criticado su "espontaneismo", creatividad, indisciplina y un supuesto (para nada, fundado) "desafecto".