José Ignacio Calleja La renovación samaritana de la fe
Cuando hablamos de renovación de la acción evangelizadora, hablamos mucho de métodos, pero no quedan claros los fines. Porque el método ayuda mucho a alcanzar un objetivo pero el objetivo, si hay suficiente claridad, ayuda mucho a perfilar el método. Muy bien pero, ¿en qué Jesús creemos?
Es muy importante verificar siempre que nuestro ser Iglesia en el mundo cuida el doble polo: el método y el proyecto evangélico de fondo, y desde luego, el Evangelio del Amor tiene prioridad normativa sobre el cauce
Aunque ustedes no lo crean, la Iglesia católica busca con ahínco cómo renovar los métodos de su presencia evangelizadora. Digo que tal vez ustedes “no lo crean”, refiriéndome a los que viven lejos de ese mundo eclesial. Los de dentro, bien sabemos que esto nos ocupa y preocupa.
Tal vez el lector me diga que mejor que nos ocupemos de otros problemas mayores, los del mundo y los nuestros. La prensa se hace eco a diario de ellos y no seré yo quien les ponga sordina. Pero hoy deseo presentar esta nueva realidad que he titulado la renovación samaritana de la fe. Samaritana por servidora como justicia que comparte, acompaña y restaura, que se pone en el lugar de las víctimas y reacciona con humanidad a su lado y con ellas.
Por tanto, en la Iglesia digo que a unos y a otros nos moviliza la inquietud por cómo desciende el número de quienes se reconocen miembros de la comunidad y lo ponen en práctica. Con preocupación escribo desde hace un tiempo que “la barca de Pedro no es una barca, es una patera”. Que nadie lea esto como un desprecio. Una patera, en los tiempos que corren, es una imagen de mucha dignidad. Desde el punto de vista del éxito social, sí que me preocupa la metáfora, pero desde la condición moral del derecho a vivir, la imagen es envidiable para la Iglesia.
En la mayoría de las reuniones eclesiales esta muy presente la cuestión de los métodos para ofrecer el Evangelio; el método, los métodos en plural, como cauce renovado para aliviar una situación de extrema debilidad eclesial, de desconexión con buena parte de la sociedad contemporánea, de renovación compartida de la acción evangelizadora. Al concluir nuestros diálogos, los que sean, queda claro que los métodos son un cauce y que son plurales, pero no quedan igual de claros los fines que pretendemos. Es el otro polo de la acción evangelizadora, su contenido como convicciones y prácticas características del Evangelio de Dios. Esto se puede explicar de mil modos, pero siempre que Jesús permanezca como la Buena Noticia de una vida digna, especialmente para los pobres.
Cuando volvamos a hablar de la renovación de la acción evangelizadora en cuanto a los métodos o cauces, no debemos olvidar el otro polo, los fines de esa acción; porque el método ayuda mucho a alcanzar un objetivo pero el objetivo, si hay suficiente claridad, ayuda mucho a perfilar el método. Es una relación que en ningún campo humano puede plantearse por separado. De hecho, si nos referimos a que el método sirve a la acción evangelizadora y la renueva porque logra una honda experiencia de Dios, y genera una pertenencia sentida a la comunidad de los cristianos, y se verifica como fe celebrada, contada y practicada, todo eso es fantástico, pero sólo abiertos al otro polo podemos validar el contenido de esas intenciones o logros: en qué Jesús creemos y de qué Jesús hablamos.
Los fines y su identidad configuran el método por dentro, y ese fin e identidad es la persona y la vida de Jesús. En cristiano, los cimientos de la casa común están Jesús. Es Jesús quien ayuda a entender el Credo y no al revés. Y en Jesús, el centro es la persona más necesitada de reconocimiento y justicia, porque Dios es así, alguien que se desvive por sus hijos más débiles e ignorados.
Tengo la impresión de que en esta búsqueda de nuevos métodos o cauces de la fe se da por conocido el territorio a explorar, los fines de la evangelización. Al precipitarnos en este supuesto, crecen en demasía los catecismos y las creencias a la carta. Esta es la razón de que sea decisivo reconocer siempre el doble polo en nuestra delicada aproximación a la fe. En esta relación, por ejemplo, los métodos se manifiestan a las claras como lo que son, cauces, y los cauces poco discernidos en Jesús operan como embudos: al principio lo acogen casi todo, pero poco a poco, van estrechándose y empobrecen definitivamente al grupo y su fe.
Es muy importante verificar siempre que nuestro ser Iglesia en el mundo cuida el doble polo: el método y el proyecto evangélico de fondo, y desde luego, el Evangelio del Amor tiene prioridad normativa sobre el cauce.
Albert Boadella me llevaría la contraria. Lo pongo como ejemplo. No pertenece a la Iglesia ni lo desea, pero nos recomienda extremar el cuidado en la liturgia -concluye-, cuya belleza misteriosa es lo único que puede interesar hoy al ser humano religioso. Boadella ama el cauce y lo ve en clave de teatro intenso y bello. Está bien, pero es poco en cristiano. Cierta sociología de la religión (Peter Berger dixit) nos augura escasos frutos en el camino de un cristianismo con vocación de encarnar socialmente el Evangelio de Jesús, y, sin embargo, notables posibilidades para un cristianismo del Misterio, el Espíritu, el Credo y la Alabanza. ¿Qué dirá el Evangelio de Jesús de esta elección?
No pocos hablan de la Iglesia del futuro como pequeña familia de comunidades de fe y afectos, en contraste con el mundo y sus valores, comunidades de hermanos con convicciones y vidas alternativas; liberadoras, me gusta decir, pero ¿qué significa esto si no acogemos el otro polo -los pobres nos revelan el Evangelio de Jesús- en los nuevos cauces, en las comunidades más alegres y orantes? Pues todo eso es necesario retener en una relación circular. Eso queda en la Pascua cristiana como deseo para el futuro que ya está aquí.
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