"Juan José Tamayo ha volado tan alto, tal alto, que ha sabido dar a la Esperanza alcance" El ser-en-esperanza, la propuesta filosófico-teológica de Juan José Tamayo

Juan José Tamayo
Juan José Tamayo

"Tamayo ha devuelto, filosófica y teológicamente, a la Iglesia católica de Occidente, desde una perspectiva personal pero desde luego compartida con numerosos sectores eclesiales y reconocidas autoridades, el sentido profundo que la Esperanza como virtud ha ido perdiendo"

"Juan José Tamayo parte de una Teología del Jesús histórico en la que la Justicia y, sobre todo, la Esperanza, utilizando palabras de Leonardo Boff, no son la de un cristiano que vive su fe con una cruz pesada a su espalda que le aplasta sino la de un ser humano que tiene un objetivo de Justicia que alcanzar en la Historia"

“Hope” is the thing with feathers -                          La Esperanza es esa cosa con plumas

That perches in the soul -                                          que se posa en el alma,

And sings the tune without the words -                     y que canta melodías sin palabras,

And never stops - at all -                                           y nunca se detiene en absoluto.

And sweetest - in the Gale - is heard -                 Y se escucha más dulce en el vendaval,

And sore must be the storm -                                    y debe estar dolorida la tormenta

That could abash the little Bird                                 que podría abrumar al pajarito

That kept so many warm -                                         que mantuvo cálidos a tantos.

I’ve heard it in the chillest land -                              La he oído en la tierra más fría,

And on the strangest Sea -                                         y en el mar más extraño.

Yet - never - in Extremity,                                         Sin embargo, nunca me ha pedido

It asked a crumb - of me.                                           ni una sola migaja.

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Libro de Tamayo

Emily Dickinson

La Esperanza es esa cosa con plumas con la que Juan José Tamayo ha volado muy alto. Quien dude de esto, o no entiende en absoluto la Teología de la Esperanza o no conoce un ápice de la trayectoria vital y académica de Tamayo. La Esperanza y la Utopía van de la mano en toda la obra de este filósofo y teólogo palentino, en cuyo terruño y siendo muy niño aún -como él ha afirmado en numerosas ocasiones- ya aprendió de su padre que mirar al cielo significa mirar profundamente al suelo.

El terruño, el trabajo y el esfuerzo, la preocupación por la tierra, el mirar más al suelo que al cielo son esenciales para entender las preocupaciones más importantes que Tamayo ha ido y sigue desarrollando a lo largo y ancho de su quehacer académico. A estas preocupaciones dedicaré las líneas que siguen y que forman parte de una investigación más amplia que llevo realizando ya hace algún tiempo y que también tengo la esperanza de culminar algún día.

Tamayo ha devuelto, filosófica y teológicamente, a la Iglesia católica de Occidente, desde una perspectiva personal pero desde luego compartida con numerosos sectores eclesiales y reconocidas autoridades, el sentido profundo que la Esperanza como virtud ha ido perdiendo con el transcurrir de los siglos en esta parte de nuestro planeta. Considerada a lo largo y ancho de la tradición teológica cristiana como una de las tres virtudes teologales, resulta del todo inaceptable la pérdida de la misma. Las estructuras de poder, sostenidas fundamentalmente por el Capitalismo, que actualmente gobiernan nuestras sociedades occidentales tampoco ayudan a una recuperación de la misma.

La experiencia del evangelio de Jesús de Nazaret sigue ocurriendo pero debemos saber leer los signos de los tiempos y de los espacios. Juan José Tamayo, que ya supo leer estos signos desde muy joven, ha sabido plantarse y decir ¡basta ya! a esta teología aún sumamente heteropatriarcal y de corte, como él mismo la denomina últimamente, cristoneofascista que, incluso, tiene algunos brotes importantes en los países en los que se dio el pistoletazo de salida, allá por mediados del pasado siglo, a la nueva forma de comprender el mensaje de Jesús de Nazaret.

Conferencia de Medellín

Me refiero, como el lector ya habrá supuesto, a la Conferencia de Medellín de 1968 y a la Teología de la Liberación. En ella se puso de manifiesto, entre otros asuntos, la opción preferencial por los pobres como destinatarios de la Buena Noticia que trajo al mundo Jesús de Nazaret, el ser más influyente de la Historia. Yo diría, sin temor a equivocarme, que la influencia de esta reunión sobre la Iglesia Occidental, y más en concreto sobre la Europea, ha sido mayor y más notable o directa que la misma influencia del Concilio Vaticano Segundo.

A pesar del aggiornamento al que insistentemente nos convocó el papa Juan XXIII y, con posterioridad, Pablo VI, existen pruebas más que evidentes y palpables en muchos ámbitos de que la Iglesia occidental ha experimentado con los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI un retroceso en muchos de sus ámbitos que, solo a partir del Pontificado de Francisco, parece disminuir. Es más, en este Pontificado se vislumbran ciertos atisbos de implantación de una Justicia debida frente a los abusos que algunos miembros de la Iglesia han cometido con total impunidad. Basta con echar un vistazo a la última encíclica del Papa, titulada Fratelli Tutti, continuación de la anterior (Laudato Sii) para caer en la cuenta sobre esta cuestión.

Juan José Tamayo parte de una Teología del Jesús histórico en la que la Justicia y, sobre todo, la Esperanza, utilizando palabras de Leonardo Boff, no son la de un cristiano que vive su fe con una cruz pesada a su espalda que le aplasta sino la de un ser humano que tiene un objetivo de Justicia que alcanzar en la Historia. Tamayo ha realizado muchos viajes por estas tierras, las denominadas del Sur global, donde el mensaje de Jesús se ha hecho nuevo, pero sobre todo ha realizado un viaje experiencial profundo, místico diría yo, con cuyas conclusiones ha querido elaborar y creo firmemente que lo ha conseguido una nueva estructura filosófica y teológica para el mundo cristiano católico occidental, tan anclado todavía, aunque parezca mentira en presupuestos de corte platónico de difícil desamarre.

No pretende, en absoluto, neocolonizar Occidente usando las culturas del Sur global. Únicamente nos ha ayudado a abrir nuestros oídos y nuestros corazones (shemá Israel) para que las voces de estas nuevas teologías puedan escucharse y no sean, de nuevo, tapadas por el discurso teológico, me atrevería a decir, casi preconciliar que nos dejaron como legado los papados de Juan Pablo II y, sobre todo, de Benedicto XVI. Dicho sea de paso, el ya fallecido teólogo español José María Castillo apunta, sin embargo, que es Pablo VI el responsable ya que no supo, no pudo o no quiso, comenzar la ansiada renovación propuesta desde el Concilio Vaticano II y el deseado aggiornamento con el que el papa Juan XXIII, también a mediados del siglo pasado, quiso dar continuidad a los signos de los tiempos que nos llegaban de estos lugares de nuestro planeta tan crucificados.

Tamayo

Para que el mundo occidental pueda comprender este viaje experiencial, Juanjo Tamayo ha elegido muy intencionadamente dos herramientas que, sin duda, pueden poner en valor el mensaje de Jesús a los pobres de la tierra: la utopía y la esperanza. Pareciera haberse hecho eco de las palabras de Javier Muguerza que nos dice que “Mientras quede tanto por hacer con ideales como la paz, la justicia o la democracia, no creo que nos hallemos en situación de jubilar al pensamiento utópico”, o las del mismo teólogo Hans Küng, fallecido en 2021, en su Proyecto de una Ética Mundial, que se me antojan de una vigencia escandalosa:

“El hombre ha de ser más de lo que es: ha de ser más humano. Es bueno para el hombre lo que preserva, fomenta y realiza su humanidad, y todo ello de una forma totalmente nueva. El hombre ha de explotar su potencial humano, en aras de una sociedad humana y un ecosistema intacto, cambiando básicamente su rumbo de actuación. Su humanidad en potencia es muy superior a su humanidad en acto. En este sentido, el realismo del principio responsabilidad y la utopía del principio esperanza (Ernst Bloch) se reclaman mutuamente”.

Tamayo recupera, como es lógico, el pensamiento de Hans Küng porque es precisamente el teólogo alemán quien comienza más radicalmente a poner de manifiesto la necesidad de un proyecto ético universal en el que converjan todas las experiencias religiosas históricas. En la actualidad no importa tanto ser más o menos religioso sino más bien ser ético, sobre todo porque la actitud religiosa, en muchos casos, ha sufrido una desviación hacia lo estrictamente litúrgico, sacramental y dogmático. Y, por supuesto, sin hacer menosprecio al sentido que sigue teniendo en la actualidad ser religioso, nuestro mundo, es clamoroso y urgente, necesita seres éticos en el sentido que Jesús fue ético.

Y precisamente sobre el filósofo Ernst Bloch, a quien Küng cita al final, es sobre quien Tamayo realiza su trabajo de tesis doctoral bajo la dirección de su entrañable Carlos París y que se publicó a comienzos de los años 90 del pasado siglo (con una nueva revisión publicada en 2015). Resulta verdaderamente anecdótico y creo, por eso, que es buen momento este para recordar que Carlos París recibiera a Tamayo afirmando “yo soy un creyente sin fe pero con esperanza” cuando este se presentó ante aquel, después de un fracaso con otro profesor, para anunciarle que quería realizar una investigación sobre la utopía y la esperanza en Ernst Bloch. Naturalmente el fracaso inicial se convirtió en un éxito con el paso del tiempo. No podía ser de otra forma.

Ya lo intuyó el mismo Tamayo, quien pensó para sus adentros que, ante esta afirmación de París, iba por buen camino.  Su relación con París se mantuvo hasta la muerte de éste y la de Bloch (que murió en 1977 a la edad de 92 años) se sigue manteniendo a nivel filosófico-teológico hasta nuestros días. Podríamos afirmar que el pensamiento de Ernst Bloch es una constante en el propio de Tamayo. ¿Quién podría hoy negar la necesidad de recuperar el principio Esperanza? Las distintas visiones con las que el ser humano se ha enfrentado a la realidad a lo largo de la historia y desde todos los ámbitos posibles no han funcionado o, dicho de forma positiva, siempre han dejado un resquicio por donde sea posible mejorarlas. Siempre estamos en proceso y en proyecto de mejora. Y ahí es precisamente donde mejor funciona la Esperanza y la Utopía. En ese proceso y en ese proyecto encuentran ambas su fundamento más radical y genuino.

            La Esperanza es el único hueco libre que ha encontrado Juan José Tamayo -porque la Fe y la Caridad en la teología occidental europea están ya demasiado contaminadas- para comunicarnos el mensaje liberador del evangelio. La Justicia social sigue en estado de alarma permanente y mientras la situación siga así para el ser humano tendrá sentido seguir hablando y escribiendo sobre la Esperanza y sobre el soporte fundamental en el que ésta tiene lugar: la Utopía. Es ahí donde sólo es posible hablar todavía de la Esperanza porque no es posible hacerlo de manera completa o total en la realidad del presente.

Tamayo

Ni la Utopía es, como su raíz etimológica indica, un espacio apto para la sensibilidad humana, ni mucho menos la Esperanza se puede resolver en otro ámbito que no sea el utópico. Y, sin embargo, tanto una como la otra se me antojan más reales, actuales y posibles, sin que esto suponga, parafraseando a Paul Ricoeur, tener el efecto devastador que permite disimular una simple Ideología de la evasión, sino más bien el efecto consolador que permita a la sociedad en general, al ser humano, abrir el campo de visión (hacia realidades poco o nada perceptibles) cuando el presente, como ahora, es extraño y amargo.

            La Teología de la Esperanza que nos propone Juan José Tamayo posee la particularidad, y de ahí su radical novedad, de ser tan global como lo es la Teología del Sur global que nos ha dejado testimoniada precisamente en su obra Teologías del Sur. El giro descolonizador (Madrid, Trotta, 2024, 2ª ed). Por eso, no refiere sólo a localizaciones geográficas sino a una geografía más amplia como el feminismo, la atención a las comunidades LGTBIQ+, el papel de la mujer en la Iglesia católica, la globalización, el cuidado de nuestro planeta, el encuentro con otras religiones, sobre todo últimamente con el hermano Islam, la nueva puesta en valor de la conciencia y el pensamiento crítico, la resignificación de la teología occidental europea y un largo etcétera.

Podríamos afirmar sin reservas de ningún tipo que la geografía de Tamayo es una geografía del corazón como reza el título del libro escrito por Milos de Azaola, y que tiene su punto de partida en una concepción de Dios muy particular. Aparte de mi conocimiento personal y de mis numerosas conversaciones con el sujeto a quien aquí se estudia, es evidente que el Dios de Tamayo es el Dios encarnado en Jesús de Nazaret. Pero no es tan evidente que lo sea para otros. Me refiero, por una parte, a que algunos consideran a Tamayo casi como un hereje de nuestro tiempo -esa es la realidad- y me refiero también a que para algunos sectores de la Iglesia, Dios es sólo o principalmente un Dios político; para otros sólo o principalmente un Dios Patriarcal y Teocrático; para otros, únicamente un Dios económico; y también para otros Dios es únicamente un Dios dogmático. Por esta razón, no pretendan encontrar en el pensamiento, el corazón o los escritos de este teólogo a un Jesús de Nazaret alejado de los pobres de la tierra, un Jesús de Nazaret que no se preocupe por la justicia, a un Jesús de Nazaret que no muestre a través de la misma sensibilidad humana su empatía con sus coetáneos.

Recuerdo haber escuchado a José María Castillo, en una conferencia pronunciada en Granada, decir que el Dios cristiano es el Dios de los sentidos, el Dios que mira a los ojos, el Dios que escucha, el Dios que huele los aromas, el Dios que toca, el Dios que gusta del sabor de un buen vino. Bien pensado, es el único Dios al que se puede acercar el ser humano. De otra forma, sería imposible; pero Dios en Jesús es más hombre que el mismo hombre. Es el Hombre por excelencia, es el ser humano total, acabado, perfecto. Eso creo que lo hace precisamente Dios y en ese mismo Dios, estoy convencido, es en el que cree nuestro teólogo Tamayo.

Libro de Tamayo

            En definitiva, y permitidme terminar interpretando unos versos de Juan de la Cruz que conectan con los propuestos al principio de estas líneas: Juan José Tamayo ha volado tan alto, tal alto, que ha sabido dar a la Esperanza alcance.

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