Bandera arcoíris

Bandera arcoíris

Hace algunas semanas, de camino hacia la casa de mi hijo, bajaba desde el metro de Chueca por la calle Barbieri, cuando me fijé que en el número 18 estaba el local de Crismhom (Comunidad Ecuménica Cristiana LGTBI+H), con un cierre metálico con los colores del arcoíris pintados en él y una pancarta puesta encima de la puerta que ponía: Amor de Dios. Sin edades, sin fronteras, sin armarios. Hasta ahí todo bien, excepto por algo que me hizo fijarme con más atención; había una pintada sobre los colores del arcoíris del cierre metálico que ponía en letras mayúsculas: ARDEREIS EN EL INFIERNO.

Yo me quedé perplejo y me preguntaba, incrédulo, qué mentes tan retorcidas, intolerantes y fanáticas eran capaces de escribir y, lo que es peor, pensar, algo así. Se arrogan el papel de jueces definitivos que, en un hipotético juicio último, declaran quién se salva y quién va a arder en el fuego eterno del infierno, que han creado para quienes no son ni piensan como ellos.

Lo cierto es que nunca han desaparecido estas personas del panorama político, social y religioso de nuestro país y de nuestro mundo. Y, en la actual situación, al calor de grupos religiosos tradicionalistas y partidos de ultraderecha, se han extendido las proclamas reaccionarias, intolerantes y, en algunas ocasiones, acciones violentas, contra personas de diferentes formas de ser y expresar su compromiso social y su realidad personal, como feministas, homosexuales, lesbianas, transexuales…

Yo prefiero quedarme con el mensaje de la pancarta que hay sobre el local de Crismhom: Amor de Dios. Sin edades, sin fronteras, sin armarios. Porque creo que como dice Juan, Dios es Amor (1Jn 4,8). Y sigue así un poco más adelante: Si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso; el que no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios al que no ve (1Jn 4,20).

Amar a Dios significa buscar el entendimiento, esforzarse por dialogar y empatizar con el otro, buscar su bien, intentando entender otras formas de pensar, de actuar, de relacionarse, de vivir, de amar a otras personas de igual o diferente sexo… Quien no lo hace así y sigue caminos contrarios a estos, está mucho más cerca del odio, el desprecio y la enemistad hacia el diferente, que del amor y la comprensión hacia quien sientes que es tu hermano, tu hermana, tu amiga o amigo.

En este blog he escrito no hace mucho tiempo que no me siento identificado con ninguna bandera. Pero si me pidieran que escogiera al menos una, creo que elegiría la de los colores del arcoíris. En el libro del Génesis se refiere un relato en el que Dios, después de enviar el diluvio a la tierra, se arrepintió de la barbaridad que había cometido y dijo: Yo pongo mi arcoíris en las nubes. Tal es la señal del pacto que acabo de establecer entre mí y todos los habitantes de la tierra (Gén 9.13.17).

Este es el Dios, el Amor, en el que creo, no en el ídolo que divide, señala, juzga, castiga y atemoriza. Creo en la Ternura que abraza, que sostiene, que alienta, que respeta y protege la libertad y la dignidad de cada persona.

Haciendo un símil podría parafrasear un dicho rotundo y concluyente de Jesús, con el que me siento profundamente identificado: Os aseguro que las lesbianas, los homosexuales, las personas transexuales… entrarán en el reino de Dios y no vosotros. Si no los amáis, respetáis y tratáis como a vuestros hermanas y hermanos, no tendréis parte conmigo ni gozaréis de la felicidad del Reino, como ya lo están disfrutando ellas y ellos con el amor que se tienen (Mt 9,31-32).

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