Felices quienes saben que la belleza también es un deseo y que se debe buscar sin descanso.
Felices quienes contemplan la belleza que existe en el interior de los demás y sacian así sus ansias de felicidad.
Felices quienes ante un hermoso amanecer, en una deslumbrante pintura o en un hermoso rostro contemplan los destellos de la belleza.
Felices a quienes la belleza que les rodea hace que disfruten y les libera de la rutina diaria.
Felices quienes se alimentan diariamente con el néctar y el pan de la belleza.
Felices quienes alumbran a su alrededor tanta belleza como reciben, quienes esparcen granos de belleza en los surcos de su vida, quienes descubren la belleza que hay en quien se siente falto de ella.
Felices quienes rebuscan la belleza en el alma abatida, en los ojos desesperados, en el corazón decaído, para devolverles el encanto y la confianza en sí mismos.
Felices para quienes la belleza no es una pieza de arqueología, sino que la pintan en los muros, la esculpen en las fachadas y la colocan en lo más alto de los rascacielos, para que nos alumbre y nos señale el camino.