Felices quienes han descubierto que bendecir es bien-decir, pensar-bien, desear-el-bien.
Felices quienes guardan sus maldiciones solo para las situaciones de pecado, de dolor, de opresión, de muerte injusta.
Felices quienes desean a los caminantes, por el hermoso y duro viaje de la vida, que la Divinidad les proteja y que vuelvan transformados en nuevas personas.
Felices quienes han sido bendecidos con la contemplación del rostro de Jesús en las personas más débiles y marginadas.
Felices quienes bendicen no con palabras sino con hechos concretos, llevando con sus acciones la paz a cualquier lugar donde vayan.
Felices quienes bendicen mostrando siempre compasión y misericordia, viviendo la cercanía y la ternura, comunicando alegría y esperanza.
Felices quienes se sienten bendecidos por la mirada del buen Padre y Madre Dios, por acoger todo lo que le dice al corazón, por comunicarlo después con audacia y humildad.
Felices quienes bendicen repartiendo a su alrededor comprensión, solidaridad, amistad, sinceridad, buscando sin cesar que los demás sean más felices.