Felices quienes rebosan en su corazón de amor por la Madre Tierra y la cuidan con ternura, ya que saben que sus recursos son limitados, y que sólo entre todos podremos ayudar a que se regeneren.
Felices quienes en su vida diaria reciclan, reutilizan y, a la vez, rechazan la propaganda que les invita a comprar todo lo que se les propone.
Felices quienes sienten que todos los seres: humanos, animales, plantas, ríos, mares… son interdependientes, con un destino común que no debemos impedir con nuestra conducta egoísta.
Felices quienes no se dejan vencer por el pesimismo, y buscan siempre soluciones a los distintos problemas ecológicos, mediante el diálogo, la búsqueda y el esfuerzo creativo.
Felices quienes han comprendido que vivir una vida sencilla en todos los sentidos, es entrar en la senda de la sabiduría y de la simbiosis con la naturaleza.
Felices quienes embellecen con sus gestos, sus detalles, sus palabras y su sonrisa el entorno en el que se mueven, porque sembrarán cordialidad, confianza y alegría.
Felices quienes, para vivir una sana y verdadera ecología, combinan la solidaridad con la amistad, la belleza con la gratuidad, el trabajo por mejorar el mundo con una mística encarnada en su vidas.
Felices quienes se dejan sorprender e interpelar por las opiniones de los más pequeños, excluidos y despreciados, porque posiblemente les ofrezcan las mejores soluciones ante la crisis ecológica y humana que vivimos.