Felices quienes han comprendido que la pluralidad, las culturas, la diversidad les enriquece, les hace crecer como personas, como hermanos de una sola familia humana.
Felices quienes acogen con profundo respeto y calor a quienes vienen de lejos, de fuera de nuestras fronteras, quienes se acuerdan cuando fueron ellos extranjeros.
Felices quienes gritan a toda la sociedad que nadie es extranjero, que ningún lugar es propiedad privada. Porque todos y todas somos ciudadanos, vecinos, compatriotas.
Felices quienes disfrutan al ver en el metro, en el autobús, en el parque a tantas personas, de diferentes razas, culturas, religiones, que dan tanto color a la vida.
Felices quienes defienden a los inmigrantes ante tantos ataques de racismo, de desprecio, de odio, de indiferencia, de nacionalismo excluyente.
Felices quienes saben que todas las naciones y culturas son el resultado de una mezcla de muchos pueblos que, a lo largo de los siglos, han creado los países de los que hoy formamos parte.
Felices quienes acuden presurosos a las llamadas de quienes defienden los derechos de los inmigrantes, quienes son felices cuando consiguen sus derechos, trabajo, integración, amistad, cercanía.
Felices quienes trabajan por un mundo sin fronteras, por romper prejuicios, por la multiculturalidad, por conocer otras culturas y religiones, por hacer sentirse como en casa a quienes vienen de lejos, solos, asustados, apenados y les ofrecen cariño y solidaridad.