Felices quienes detienen su mirada sin prisas, quienes miran de frente, quienes no rehúyen la mirada de los demás.
Felices quienes fijan su más atenta mirada en los hechos más cotidianos y, en apariencia, insignificantes.
Felices a quienes lo inmediato, los problemas diarios, no les impide seguir alzando su mirada hacia el horizonte.
Felices a quienes el paso de los años les limpia las telarañas de los ojos y convierte su mirada en clara transparencia.
Felices quienes contemplan y logran ver más allá: las causas y las consecuencias de cada situación.
Felices quienes al mirar una hoja de hierba, el poema azul del mar, la belleza de unos ojos encendidos, sienten palpitar el universo muy dentro de sí.
Felices quienes se dejan deslumbrar, quienes revelan el negativo de cada circunstancia, quienes se dejan sorprender por los fogonazos de la realidad.
Felices a quienes su mirada, sin perder la objetividad, se vuelve contemplativa y adquiere los colores de la luz, de la ternura, de la sombra, del auténtico espíritu de vida que anida en cada ser humano, en nuestra Madre Tierra, en el Universo del que humildemente formamos parte.