Felices para quienes todas las experiencias de la vida contienen una enseñanza que nunca conviene desaprovechar.
Felices quienes saben que la vida no solo les ofrece buenos momentos y comprenden que los dolorosos y negativos también forman parte de ella.
Felices quienes recuerdan sin añoranza el paso de la primavera impetuosa, del verano ardiente, para entrar poco a poco con gozo en el otoño maduro de la vida.
Felices quienes no buscan la sabiduría solo en la ciencia, en la tecnología o en poseer una gran cantidad de conocimientos.
Felices quienes vislumbran la sabiduría en los hechos cotidianos, en los sucesos que adquieren una significación, una motivación, una búsqueda.
Felices quienes se dejan iluminar por la experiencia de la gente sencilla, de las personas humildes, de los que no tienen muchos estudios, pero que nos comunican la gran sabiduría de sus vivencias personales.
Felices quienes se dejan sorprender y enseñar por los pueblos originarios, por los indígenas, por sus sabias costumbres, festivas, culturales y religiosas.
Felices quienes alcanzan la sabiduría por la contemplación, el silencio, la escucha, el diálogo, la compasión, la reflexión serena y atenta y el compromiso social, humano, solidario.