Felices quienes en algún momento de su vida llegan a intuir, a presentir cuál es el sentido y, por lo tanto, la misión de su vida.
Felices quienes cultivan sus habilidades, sus aptitudes para desarrollarse más plenamente como personas.
Felices quienes ponen los carismas que han descubierto dentro de sí al servicio de los demás.
Felices quienes se han dejado interpelar y sorprender por hechos, experiencias, contactos personales, y han sabido responder a esa invitación.
Felices quienes han ido descubriendo a lo largo de su vida que lo más importante es ser y no solo tener.
Felices quienes sienten la responsabilidad de ayudar a mejorar la humanidad, y se embarcan en esa tarea, que les ocupará el resto de sus vidas.
Felices quienes viven su vocación con alegría, mejorando e intentando ser fieles cada día, trabajando para que no les invada la rutina, sino que se sigan renovando en cada momento.
Felices quienes descubren que cualquier vocación tiene su raíz en su fuente interior, que fluye por los manantiales innumerables de la belleza y que desemboca en el fértil delta del amor.