Bienaventuranzas del regreso
Felices quienes, tras el tiempo de veraneo, se muestran impacientes por abrazar al amigo, charlar con la compañera de trabajo, bromear con el amigo de la escuela o ir a visitar al padre y a la madre.
Felices quienes limpian su casa, adornan su salón con un hermoso ramo de flores, preparan con delicadeza una mesa con una deliciosa comida, para quien regresa de lejos a disfrutar de su compañía.
Felices quienes, habiendo recorrido sendas sombrías de soledad, marginación, injusticia, incomprensión… son ayudados a recobrar su íntima dignidad y regresan por la senda y el gozoso encuentro de la amistad.
Felices quienes abandonan los días grises del desánimo y el abatimiento y regresan a la estancia luminosa de la fe en el otro, en su propio futuro; del amor hacia sí mismo y a los demás, en la esperanza de desayunar cada día con el dulce zumo de la alegría de vivir.
Felices quienes regresan habitualmente al hogar de su corazón, al silencio de su intimidad, a la presencia que les habita y les ofrece el aliento necesario para seguir respirando y viviendo en profundidad.
Felices quienes regresan con cada amanecer al anhelo por construir un mundo mejor, más fraterno y habitable, quienes se esfuerzan por ser antes que por poseer, quienes saben que la generosidad da el valor a la persona. Y en este regreso permanente al don de sí mismos, encuentran una dulce y vivificante sensación de bienestar.