Felices quienes no se dejan secuestrar por los cantos de sirena de la sociedad de consumo, pues así se sienten libres exterior e interiormente.
Felices quienes no se afanan por acumular y poseer, para poder llegar a ser en plenitud, viviendo con alegría su independencia, sin ninguna cadena.
Felices quienes establecen un diálogo cercano, cordial y profundo con los demás, dejando que hable la transparencia de los corazones y los sentimientos.
Felices quienes intentan contemplar y penetrar en su hondón personal, para ser en verdad lo que buscan: ellos mismos.
Felices quienes, desde esa intensa vida interior, se muestran más solidarios con los demás, más cercanos a sus íntimos deseos y esperanzas.
Felices a quienes el desarrollo de la vida interior no les aparta, sino que les encarna más profundamente en la realidad que les rodea.
Felices quienes cultivan una vida interior con hondas raíces de experiencias, tallos de delicadeza y ternura, hojas llenas de nombres y apellidos, frutos madurados al sol y bajo la delicada lluvia de la amistad y la proximidad.
Felices quienes creen que el fortalecimiento de la vida interior, solo tiene sentido si su forma de ser se modela y crece en humanidad, en contacto y unión íntima, vital con los demás.