Cae la hoja leve, humilde, callada,
acariciando la tierra árida, sedienta,
o sobre el oscuro asfalto, ya dormida.
Cae abundante la tormenta inesperada
sobre los fuegos inextinguibles,
prendidos por intereses homicidas.
Cae la orden con su puño de hierro
sobre la desdicha, sonriendo corrosiva
ante las sagradas lágrimas y tanta herida.
Pero cae también, indecible, delicada,
una mansa lluvia de estrellas fugaces
sobre el mar y su estela en mi vida.