Cuando las palabras atormentan
como cuchillas dispuestas
sobre altos muros de recelos,
para impedir cualquier huida.
Cuando el temor describe
una espiral que corroe feroz
cada instante del día
o el sueño de la amargura.
Cuando no se sabe
con quién aquietar las ansias,
entornar leves los ojos,
confiar las pisadas indecisas.
Cuando la savia de la ternura
ya no asciende de las yemas a la piel,
ni fluye de la clara mirada
a la evocación del abrazo.
Cuando ya no se vislumbran
rendijas ni caricias,
ni cancelas de salida,
quizá sea el momento idóneo
de asentar las balizas que alumbren nuevos senderos,
de hendir decidido el bisturí sobre los miedos,
de alejarse con audacia del frío y su hielo
y avivar los aún candentes rescoldos
del corazón, herido de anhelos.