Estrellas que iluminan el camino
«Una Iglesia, toda ella, verdaderamente corresponsable, en compañía de tantos testigos que entre nosotros vienen dando la vida en la prueba mayor del martirio, con una esperanza digna del pueblo de la Pascua que nosotros somos» (Pedro Casaldáliga).
Una vida que se refugia exclusivamente en el pasado, que cree que no habrá nada mejor de lo que ha experimentado anteriormente, que no fija su atenta mirada en el presente ni le ilusiona el futuro, mantiene en su interior algún tipo de patología que es necesario identificar, para intentar extirparla y así poder llegar a sanar.
Pero una cosa es mirar solo hacia atrás y otra perder la memoria. Las experiencias que cada uno hemos vivido son las que configuran la persona que somos hoy día. Junto a lo que nos han aportado otras personas (familiares, amigos, profesores, compañeros…) con las que hemos convivido o nos han llegado sus vivencias y testimonios por diversos cauces.
A cada uno de nosotros, por nuestra formación, cultura, religión o forma de pensar, nos llega más un tipo de testimonio que otro. Pero, a quien nadie deja indiferente es aquella persona que ha llegado a dar su vida por otra, como un ejemplo máximo de entrega y amor desinteresado. Lo dijo al final de su vida Jesús: «No hay mayor amor que el que da su vida por sus amigos». Por eso su vida sigue llamando, interpelando, haciéndose presente en tantas personas extendidas por toda la tierra.
Aunque no solo hay mártires que han dado su vida a causa de su fe. Así se les nombra a estos en la Iglesia Católica. Pero los distintos pueblos, de las más diversas culturas e ideología, han popularizado y extendido este término también para calificar a quienes han dado su vida por los demás: Martin Luther King, Gandhi, Etty Hillesum, Berta Cáceres… y miles de personas de las más diversas profesiones y compromisos sociales o políticos.
Son como estrellas que nos iluminan en nuestra noche del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, del odio, la barbarie, del abandono. Están presentes continuamente en nuestro firmamento, en nuestros corazones, animándonos a seguir adelante, viviendo y desviviéndonos por los demás. Porque llegar a dar la vida es el extremo al que han llegado unas pocas personas, pero el verdadero martirio de amor es el servicio constante a los demás, ofreciendo nuestro tiempo, nuestros desvelos, preocupaciones, anhelos y esperanzas. Compartiendo las penas y las alegrías.
Los mártires, quienes se dan por completo a los demás, no es que no amen la vida, muy al contrario, porque aman tanto, tanto la vida, la ofrecen para que haya cada día más vida. Ofrecen lo que son y tienen a quienes carecen de una vida digna, con expectativas, feliz. La alegría es una virtud que contagian a su alrededor. A quien le recorre por las venas la sangre de la vida no puede hacer otra cosa que contagiarla, que donarla en una transfusión permanente de dicha por existir y que todo adquiera plena existencia.
Los mártires normalmente han sido perseguidos por sus tomas de postura, por sus denuncias, por su forma de vida, por la defensa de los demás, o últimamente del medio ambiente. No podían hacer otra cosa que dar testimonio de lo que creían y sentían en su interior. Pero la persecución no les privó de la dicha profunda de ser consecuentes con sus palabras y su trayectoria personal.
«Felices quienes no consideran que su vida, su aliento, su sangre les pertenece, si no es por el bien de los demás hasta llegar, en situaciones límite, a entregarla por puro amor».