Gustar, oler, acariciar
Los médicos y epidemiólogos que investigan el coronavirus que ha puesto patas arriba nuestro mundo, afirman que en torno al 70% de las personas que se han infectado por el virus COVID-19 presentan pérdida de olfato (anosmia) y del gusto (disgeusia), aunque solo tengan una infección leve.
Todos nuestros sentidos son importantes. Aunque si hiciéramos una encuesta a los ciudadanos, preguntándoles qué dos sentidos preferirían conservar, seguramente que darían la prioridad a la vista y el oído. Pero el olfato, el gusto y el tacto no solo sirven para saborear, tocar y oler los alimentos, sino que son esenciales para poder realizarnos como personas en relación con los demás y con el mundo que nos rodea.
Porque el tacto nos hace entrar en contacto con nosotros mismos, nos ayuda a conocernos, a preservarnos, a entrar en con-tacto con el otro, a compartir caricias, abrazos, a disfrutar de la luz del sol o de la intimidad sexual, a sentir el escalofrío, el calor, la tibia brisa de la tarde o el rocío de la mañana. La piel se hace eco de los sentimientos, del dolor y el sufrimiento, de la alegría y el placer. Se eriza, se irrita, se enrojece, se inflama, se infecta, se enardece. No seríamos humanos si no estuviéramos cubiertos y protegidos por la piel que recubre todo nuestro cuerpo.
El gusto nos ayuda a paladear la comida y la bebida, pero también nos invita a deleitarnos y saborear la vida, tantas sensaciones ocultas que están detrás de cada acontecimiento, de cada persona. Degustar con serenidad el desayuno por la mañana nos ayuda a entrar con otro tono vital en el nuevo día, probar nuevas experiencias que nos ayudan a romper con la rutina, la sensación de libertad nos deja un sabor único en las papilas gustativas del alma, catar el vino de la amistad sacia nuestra sed y nos produce satisfacción y regocijo, el sabor de cada beso estalla e impregna el paladar de nuestro corazón.
El olfato siempre recupera los olores de la infancia, de los recuerdosque parecían perdidos, de los lugares que recorrimos un día, solos o en compañía, y que dejaron mella en nuestra memoria. También nos hace intuir la inseguridad, el peligro y la amenaza. Y nos ayuda a emprender nuevas aventuras, a confiar en la mirada del otro, a desprendernos de lo que nos impide caminar, a descifrar los enigmas, a dejarnos envolver por el misterio. Podemos oler el mar a distancia, las lágrimas que nos aguardan, el infortunio cercano, el amor que puede dar cumplimiento a todos nuestros anhelos.
Gustar, oler, acariciar nos ayuda a gozar, percibir, sentir y saborear la vida, tanto la que sucede a nuestro alrededor como dentro de nosotros mismos. Con todo nuestro cuerpo. Para no perder las mejores sensaciones, las más humanas, también en tiempos de pandemia.