¡Hace tanta falta la lluvia!
Al menos una llovizna
que descienda leve, persistente,
o un orvallo que vaya calando
hasta empapar de vida
y de luz la mirada
que traspasa el vaho en la ventana.
Necesitamos una tormenta infinita
que desprenda
tanta escara a flor de piel,
tanta polución inhalada,
tanto ardor apagado.
Es apremiante una gran precipitación,
que arrastre por las alcantarillas subterráneas
tanta infamia inoculada en las imágenes,
tanta violencia que circula por las venas,
tanto anhelo despreciado, insatisfecho.
Porque escasea la lluvia en la ciudad,
para que broten flores en el asfalto,
para calmar tanta sed insaciable,
para ahuyentar la soledad y el vacío
con la húmeda tempestad de los besos.
¡Hace tanta falta
que la lluvia desagüe por los canalones
el desamparo y haga germinar
el verde tallo del embeleso…!