No. No es por ausencia de sensibilidad,
ni por no aguzar el oído
hacia el cruel lamento en el océano turbulento
de la ignominia.
Ni siquiera por evitar que me zahieran
las imágenes virtuales, distantes,
tras las pantallas alucinógenas,
aislando asépticamente la lágrima y el hedor.
Sencillamente es que esta noche desapacible
he preferido abrigarme entre tus brazos,
para defenderme de la necrosis
de un mundo tan lastimado, vulnerable.
Asomándome deslumbrado ante la eclosión
de la rosa que asoma frágil en tu mismo centro,
hasta quedar sangrando de rocío,
herido de estupor y de ternura.