Libéranos, Dios nuestro,
envíanos hombres y mujeres
cuyas palabras y acciones sean sinceras,
porque los que suben a los atriles
de los organismos internacionales
no hacen más que mentir,
hablan de derechos humanos
y permiten que sus pueblos
sufran el hambre, la desesperación,
la muerte.
Dicen anhelar la paz y exportan armas
para que los pueblos pobres
se masacren entre ellos.
Los discursos sobre el desarrollo
son muy bellos,
pero no quieren compartir sus riquezas.
Pero Dios les responde:
«No es por el honor de mi nombre,
del que blasfemáis continuamente
con vuestros cínicos labios,
sino por la opresión de los más pobres,
por sus llantos y gritos de auxilio,
por lo que yo estoy a su lado,
defendiéndoles, curando sus heridas».
Tu Palabra, buen Dios, es verdadera, clara y certera,
confiamos en ella o, lo que es lo mismo,
tenemos toda nuestra esperanza puesta en Ti:
bajo tu amparo nos sentimos seguros, Señor.
Al final nos librarás para siempre de esa gente
sin piedad, cuyo corazón está puesto únicamente
en la riqueza y el poder.