Ocultos a las miradas,
a los silencios cómplices,
para no ser abrasados aún más
por el odio.
Tras la incierta odisea
en las oscuras aguas del mare nostrum,
quienes han podido arribar
a las costas de la indiferencia
y la noche de la sospecha y la desconfianza,
quedan relegados al gueto
del ocultamiento
para que no cuestione su presencia
esta democracia tantas veces solo de apariencias,
esos papeles ahogados en sangre
de los derechos humanos,
esta supuesta humanidad, tan inhumana,
que descansa acariciada por la brisa suave
en las playas del bienestar imperturbable.
Apartados de la vista, silenciados,
no importunan ni desazonan
el corazón bañado en piedra.
Todo fluye levemente
en la cuna de la democracia
como las aguas del espléndido río
de la felicidad, serena, satisfecha.
Narciso se mira en el límpido espejo
del mar expropiado
a la comunidad humana
más empobrecida, excluida,
que llama humilde y angustiada
a nuestra puerta.