Cada momento que vives es una llamada
a experimentarlo y hacerlo carne propia,
a metabolizarlo, a recibir su enseñanza,
su tarjeta de visita.
A veces aparece con un rostro triste,
doloroso, pertinaz.
Y cuesta comprender el mensaje.
Hay que leerlo diseccionándolo.
A veces llega radiante,
con la sonrisa franca y los brazos abiertos.
Entonces hay que gozar a tope,
sin miramientos.
Y, a veces, viene sereno,
suave, tenue, delicado.
Como una brisa.
Como la dulce costumbre de cada día.
Entonces hay que dejarse invadir,
contemplarlo, callar,
dejarse también llevar
manejando, no obstante,
tú mismo el timón.
Son todos y cada uno
de los momentos de la vida
los que te invitan a gozar,
a ser sencilla, profundamente,
un hombre, una mujer.