Dios mío, nuestra vida se mantiene
en una constante tensión,
un permanente ir de un lado a otro,
trabajando, comprometiéndonos,
luchando cada día por salir adelante,
echando una mano para que otros lo hagan.
No tenemos ningún descanso
en esta sociedad de la prisa y el agobio.
Sabemos que necesitamos parar,
encontrarnos con nosotros mismos, orar,
disfrutar sin prisas de la amistad,
del diálogo con la familia,
de poder gozar de la belleza de la naturaleza,
pero no encontramos tiempo.
Y si no nos detenemos,
llegará un momento en que el cuerpo
y la mente se colapsarán, dando paso
a la depresión, al agotamiento.
Debemos hacer un hueco
en nuestra vida diaria
para poder gozar de tu presencia
y de todos los rostros, del dolor y la alegría
de quienes caminan a nuestro lado.
Si tú nos vas construyendo por dentro
resultaremos un edificio consistente y hermoso.
Si tú nos vigilas y nos proteges,
Nada ni nadie podrá hacernos daño.
Anímanos a guardar silencio,
para recogernos en la soledad del corazón
y seremos dichosos, pues saldremos fortalecidos
y con las pilas recargadas,
para seguir lidiando en la plaza de la vida.