Nuevas actitudes para un nuevo año
Os ofrezco para la reflexión algunas actitudes que me han parecido relevantes para vivir mejor el nuevo año que comienza, es decir, de una forma profundamente agradecida, solidaria, alegre y muy humana.
En nuestro corazón existe una capacidad latente, aunque oculta, para enfrentar la adversidad: es lo que se denomina resiliencia. La resiliencia nos ayuda a superar las situaciones de estrés, conflictos y dificultades, aportándonos un importante equilibrio emocional y una fuerza interior para afrontar con ánimo los retos y acontecimientos adversos.
Ponernos en la piel, en los zapatos, en la realidad del otro con quien nos relacionamos, nos va a ayudar siempre a mostrarnos más empáticos con esa persona, con su existencia personal, familiar y social, intentando entrañar sus problemas, sus sufrimientos, sus alegrías, sus luchas e ilusiones.
Mostrar atención, estar atentos al mundo que nos rodea, a las personas que se mueven en nuestro entorrno, supone un desafío en esta hora de prisas, de falta de tiempo, de urgencias. Lo habitual es pasar por todo lo que vivimos de una forma superficial, sin dejarnos impactar. La atención nos ayuda a analizar con detenimiento y a dedicar nuestro tiempo y cuidado a lo verdaderamente importante, a quienes nos hacen más personas y nos importan.
La escucha atenta, respetuosa, es una actitud en horas bajas. Pero las relaciones auténticas no se pueden cimentar sólidamente si no existe una actitud de escucha al otro, a lo que nos quiere comunicar y compartir. La escucha también es importante para valorar los acontecimientos, para contemplar la naturaleza, para oír desde el corazón las dudas, los padecimientos y los gozos de los demás, para sentirnos agradecidos por lo que somos y tenemos.
El compromiso es imprescindible, para lograr que las personas más débiles y excluidas sean cuidadas y tratadas con justicia, para que la naturaleza sea respetada y amada, para que los servicios públicos se fortalezcan… Si no luchamos por la justicia, la solidaridad y la paz, nuestro mundo será más oscuro y frío, en manos solo de los poderosos. Si nos comprometemos solidariamente el amanecer estará más cercano. Y como mínimo, nos sentiremos bien con nosotros mismos.
La acogida es una necesidad vital en nuestra sociedad y nuestro mundo que, por desgracia, no se suele practicar en demasía. Tenemos miedo de la persona que se aproxima a nosotros, de quien es diferente por nacionalidad, por raza, por cultura... Pero sin acoger, sin dar cobijo, sin acercarnos, sin prestar nuestra ayuda para que se asiente, progrese y se labre una vida nueva, no puede nacer una nueva sociedad más humana, fraterna y sororal.
En el encuentro se produce el diálogo, la cercanía, la apertura, el intercambio de sabores y saberes de la vida. En tiempos de pandemia nos hemos distanciado, ahora nos cuesta besarnos, tocarnos, reunirnos, celebrar juntos. Pero, con las debidas medidas, debemos renovar y fortalecer esos encuentros que han quedado tan debilitados, tan mermados, porque necesitamos hoy más que nunca encontrarnos, compartir con alegría y abrazarnos.
Es esencial que mostremos nuestro agradecimiento por todo lo que nos rodea: por el sol recién nacido, por el alimento cotidiano, por el primer beso del día, que nos anima a celebrar cada pequeño detalle que nos regala la vida; por tener lo esencial para vivir, por atesorar cariño en el corazón y compartirlo, por gozar de una familia, por experimentar la fuerza vital que nos habita y nos alienta a seguir caminando en compañía.
Felices quienes no se sienten identificados con el mundo en el que viven y se esfuerzan por transformarlo; quienes luchan pacíficamente, pero con determinación, por crear un mundo mejor y posible; quienes se alejan de los poderes y de los poderosos del mundo para aproximarse y convivir con los más débiles y marginados; quienes trabajan solidariamente por cualquier causa humana o ecológica justa.
Felices quienes mantienen y agitan la bandera de la esperanza, con más énfasis aún en estos tiempos difíciles; quienes por activa y por pasiva, con palabras y sobre todo con acciones, siembran semillas de esperanza, encienden estrellas para iluminar el camino y construyen la paz; quienes sueñan despiertos y luchan contra viento y marea, con entusiasmo e ilusión.
Gozaremos de la verdadera alegría si logramos regalar sonrisas y ternura que reanimen las miradas abatidas, los rostros apesadumbrados de tantas personas desesperanzadas; si intentamos hacer realidad sus sueños y, en ese esfuerzo, sea positivo o no, experimentaremos la dulzura de haber sembrado estrellas de felicidad y alegría.
“Yo me debo hacer prójimo descubriendo al próximo, buscándolo, acogiéndolo, dando y donándome en su servicio. Sin hacer acepción de personas. Sin miedo de contaminarme con un samaritano heterodoxo. Humanicémonos siempre más, humanicemos siempre, practicando la proximidad” (Pedro Casaldáliga).
Ponernos en la piel, en los zapatos, en la realidad del otro con quien nos relacionamos, nos va a ayudar siempre a mostrarnos más empáticos con esa persona, con su existencia personal, familiar y social, intentando entrañar sus problemas, sus sufrimientos, sus alegrías, sus luchas e ilusiones.
Mostrar atención, estar atentos al mundo que nos rodea, a las personas que se mueven en nuestro entorrno, supone un desafío en esta hora de prisas, de falta de tiempo, de urgencias. Lo habitual es pasar por todo lo que vivimos de una forma superficial, sin dejarnos impactar. La atención nos ayuda a analizar con detenimiento y a dedicar nuestro tiempo y cuidado a lo verdaderamente importante, a quienes nos hacen más personas y nos importan.
La escucha atenta, respetuosa, es una actitud en horas bajas. Pero las relaciones auténticas no se pueden cimentar sólidamente si no existe una actitud de escucha al otro, a lo que nos quiere comunicar y compartir. La escucha también es importante para valorar los acontecimientos, para contemplar la naturaleza, para oír desde el corazón las dudas, los padecimientos y los gozos de los demás, para sentirnos agradecidos por lo que somos y tenemos.
El compromiso es imprescindible, para lograr que las personas más débiles y excluidas sean cuidadas y tratadas con justicia, para que la naturaleza sea respetada y amada, para que los servicios públicos se fortalezcan… Si no luchamos por la justicia, la solidaridad y la paz, nuestro mundo será más oscuro y frío, en manos solo de los poderosos. Si nos comprometemos solidariamente el amanecer estará más cercano. Y como mínimo, nos sentiremos bien con nosotros mismos.
La acogida es una necesidad vital en nuestra sociedad y nuestro mundo que, por desgracia, no se suele practicar en demasía. Tenemos miedo de la persona que se aproxima a nosotros, de quien es diferente por nacionalidad, por raza, por cultura... Pero sin acoger, sin dar cobijo, sin acercarnos, sin prestar nuestra ayuda para que se asiente, progrese y se labre una vida nueva, no puede nacer una nueva sociedad más humana, fraterna y sororal.
En el encuentro se produce el diálogo, la cercanía, la apertura, el intercambio de sabores y saberes de la vida. En tiempos de pandemia nos hemos distanciado, ahora nos cuesta besarnos, tocarnos, reunirnos, celebrar juntos. Pero, con las debidas medidas, debemos renovar y fortalecer esos encuentros que han quedado tan debilitados, tan mermados, porque necesitamos hoy más que nunca encontrarnos, compartir con alegría y abrazarnos.
Es esencial que mostremos nuestro agradecimiento por todo lo que nos rodea: por el sol recién nacido, por el alimento cotidiano, por el primer beso del día, que nos anima a celebrar cada pequeño detalle que nos regala la vida; por tener lo esencial para vivir, por atesorar cariño en el corazón y compartirlo, por gozar de una familia, por experimentar la fuerza vital que nos habita y nos alienta a seguir caminando en compañía.
Felices quienes no se sienten identificados con el mundo en el que viven y se esfuerzan por transformarlo; quienes luchan pacíficamente, pero con determinación, por crear un mundo mejor y posible; quienes se alejan de los poderes y de los poderosos del mundo para aproximarse y convivir con los más débiles y marginados; quienes trabajan solidariamente por cualquier causa humana o ecológica justa.
Felices quienes mantienen y agitan la bandera de la esperanza, con más énfasis aún en estos tiempos difíciles; quienes por activa y por pasiva, con palabras y sobre todo con acciones, siembran semillas de esperanza, encienden estrellas para iluminar el camino y construyen la paz; quienes sueñan despiertos y luchan contra viento y marea, con entusiasmo e ilusión.
Gozaremos de la verdadera alegría si logramos regalar sonrisas y ternura que reanimen las miradas abatidas, los rostros apesadumbrados de tantas personas desesperanzadas; si intentamos hacer realidad sus sueños y, en ese esfuerzo, sea positivo o no, experimentaremos la dulzura de haber sembrado estrellas de felicidad y alegría.
“Yo me debo hacer prójimo descubriendo al próximo, buscándolo, acogiéndolo, dando y donándome en su servicio. Sin hacer acepción de personas. Sin miedo de contaminarme con un samaritano heterodoxo. Humanicémonos siempre más, humanicemos siempre, practicando la proximidad” (Pedro Casaldáliga).
La escucha atenta, respetuosa, es una actitud en horas bajas. Pero las relaciones auténticas no se pueden cimentar sólidamente si no existe una actitud de escucha al otro, a lo que nos quiere comunicar y compartir. La escucha también es importante para valorar los acontecimientos, para contemplar la naturaleza, para oír desde el corazón las dudas, los padecimientos y los gozos de los demás, para sentirnos agradecidos por lo que somos y tenemos.
El compromiso es imprescindible, para lograr que las personas más débiles y excluidas sean cuidadas y tratadas con justicia, para que la naturaleza sea respetada y amada, para que los servicios públicos se fortalezcan… Si no luchamos por la justicia, la solidaridad y la paz, nuestro mundo será más oscuro y frío, en manos solo de los poderosos. Si nos comprometemos solidariamente el amanecer estará más cercano. Y como mínimo, nos sentiremos bien con nosotros mismos.
La acogida es una necesidad vital en nuestra sociedad y nuestro mundo que, por desgracia, no se suele practicar en demasía. Tenemos miedo de la persona que se aproxima a nosotros, de quien es diferente por nacionalidad, por raza, por cultura... Pero sin acoger, sin dar cobijo, sin acercarnos, sin prestar nuestra ayuda para que se asiente, progrese y se labre una vida nueva, no puede nacer una nueva sociedad más humana, fraterna y sororal.
En el encuentro se produce el diálogo, la cercanía, la apertura, el intercambio de sabores y saberes de la vida. En tiempos de pandemia nos hemos distanciado, ahora nos cuesta besarnos, tocarnos, reunirnos, celebrar juntos. Pero, con las debidas medidas, debemos renovar y fortalecer esos encuentros que han quedado tan debilitados, tan mermados, porque necesitamos hoy más que nunca encontrarnos, compartir con alegría y abrazarnos.
Es esencial que mostremos nuestro agradecimiento por todo lo que nos rodea: por el sol recién nacido, por el alimento cotidiano, por el primer beso del día, que nos anima a celebrar cada pequeño detalle que nos regala la vida; por tener lo esencial para vivir, por atesorar cariño en el corazón y compartirlo, por gozar de una familia, por experimentar la fuerza vital que nos habita y nos alienta a seguir caminando en compañía.
Felices quienes no se sienten identificados con el mundo en el que viven y se esfuerzan por transformarlo; quienes luchan pacíficamente, pero con determinación, por crear un mundo mejor y posible; quienes se alejan de los poderes y de los poderosos del mundo para aproximarse y convivir con los más débiles y marginados; quienes trabajan solidariamente por cualquier causa humana o ecológica justa.
Felices quienes mantienen y agitan la bandera de la esperanza, con más énfasis aún en estos tiempos difíciles; quienes por activa y por pasiva, con palabras y sobre todo con acciones, siembran semillas de esperanza, encienden estrellas para iluminar el camino y construyen la paz; quienes sueñan despiertos y luchan contra viento y marea, con entusiasmo e ilusión.
Gozaremos de la verdadera alegría si logramos regalar sonrisas y ternura que reanimen las miradas abatidas, los rostros apesadumbrados de tantas personas desesperanzadas; si intentamos hacer realidad sus sueños y, en ese esfuerzo, sea positivo o no, experimentaremos la dulzura de haber sembrado estrellas de felicidad y alegría.
“Yo me debo hacer prójimo descubriendo al próximo, buscándolo, acogiéndolo, dando y donándome en su servicio. Sin hacer acepción de personas. Sin miedo de contaminarme con un samaritano heterodoxo. Humanicémonos siempre más, humanicemos siempre, practicando la proximidad” (Pedro Casaldáliga).
La acogida es una necesidad vital en nuestra sociedad y nuestro mundo que, por desgracia, no se suele practicar en demasía. Tenemos miedo de la persona que se aproxima a nosotros, de quien es diferente por nacionalidad, por raza, por cultura... Pero sin acoger, sin dar cobijo, sin acercarnos, sin prestar nuestra ayuda para que se asiente, progrese y se labre una vida nueva, no puede nacer una nueva sociedad más humana, fraterna y sororal.
En el encuentro se produce el diálogo, la cercanía, la apertura, el intercambio de sabores y saberes de la vida. En tiempos de pandemia nos hemos distanciado, ahora nos cuesta besarnos, tocarnos, reunirnos, celebrar juntos. Pero, con las debidas medidas, debemos renovar y fortalecer esos encuentros que han quedado tan debilitados, tan mermados, porque necesitamos hoy más que nunca encontrarnos, compartir con alegría y abrazarnos.
Es esencial que mostremos nuestro agradecimiento por todo lo que nos rodea: por el sol recién nacido, por el alimento cotidiano, por el primer beso del día, que nos anima a celebrar cada pequeño detalle que nos regala la vida; por tener lo esencial para vivir, por atesorar cariño en el corazón y compartirlo, por gozar de una familia, por experimentar la fuerza vital que nos habita y nos alienta a seguir caminando en compañía.
Felices quienes no se sienten identificados con el mundo en el que viven y se esfuerzan por transformarlo; quienes luchan pacíficamente, pero con determinación, por crear un mundo mejor y posible; quienes se alejan de los poderes y de los poderosos del mundo para aproximarse y convivir con los más débiles y marginados; quienes trabajan solidariamente por cualquier causa humana o ecológica justa.
Felices quienes mantienen y agitan la bandera de la esperanza, con más énfasis aún en estos tiempos difíciles; quienes por activa y por pasiva, con palabras y sobre todo con acciones, siembran semillas de esperanza, encienden estrellas para iluminar el camino y construyen la paz; quienes sueñan despiertos y luchan contra viento y marea, con entusiasmo e ilusión.
Gozaremos de la verdadera alegría si logramos regalar sonrisas y ternura que reanimen las miradas abatidas, los rostros apesadumbrados de tantas personas desesperanzadas; si intentamos hacer realidad sus sueños y, en ese esfuerzo, sea positivo o no, experimentaremos la dulzura de haber sembrado estrellas de felicidad y alegría.
“Yo me debo hacer prójimo descubriendo al próximo, buscándolo, acogiéndolo, dando y donándome en su servicio. Sin hacer acepción de personas. Sin miedo de contaminarme con un samaritano heterodoxo. Humanicémonos siempre más, humanicemos siempre, practicando la proximidad” (Pedro Casaldáliga).
Es esencial que mostremos nuestro agradecimiento por todo lo que nos rodea: por el sol recién nacido, por el alimento cotidiano, por el primer beso del día, que nos anima a celebrar cada pequeño detalle que nos regala la vida; por tener lo esencial para vivir, por atesorar cariño en el corazón y compartirlo, por gozar de una familia, por experimentar la fuerza vital que nos habita y nos alienta a seguir caminando en compañía.
Felices quienes no se sienten identificados con el mundo en el que viven y se esfuerzan por transformarlo; quienes luchan pacíficamente, pero con determinación, por crear un mundo mejor y posible; quienes se alejan de los poderes y de los poderosos del mundo para aproximarse y convivir con los más débiles y marginados; quienes trabajan solidariamente por cualquier causa humana o ecológica justa.
Felices quienes mantienen y agitan la bandera de la esperanza, con más énfasis aún en estos tiempos difíciles; quienes por activa y por pasiva, con palabras y sobre todo con acciones, siembran semillas de esperanza, encienden estrellas para iluminar el camino y construyen la paz; quienes sueñan despiertos y luchan contra viento y marea, con entusiasmo e ilusión.
Gozaremos de la verdadera alegría si logramos regalar sonrisas y ternura que reanimen las miradas abatidas, los rostros apesadumbrados de tantas personas desesperanzadas; si intentamos hacer realidad sus sueños y, en ese esfuerzo, sea positivo o no, experimentaremos la dulzura de haber sembrado estrellas de felicidad y alegría.
“Yo me debo hacer prójimo descubriendo al próximo, buscándolo, acogiéndolo, dando y donándome en su servicio. Sin hacer acepción de personas. Sin miedo de contaminarme con un samaritano heterodoxo. Humanicémonos siempre más, humanicemos siempre, practicando la proximidad” (Pedro Casaldáliga).
Felices quienes mantienen y agitan la bandera de la esperanza, con más énfasis aún en estos tiempos difíciles; quienes por activa y por pasiva, con palabras y sobre todo con acciones, siembran semillas de esperanza, encienden estrellas para iluminar el camino y construyen la paz; quienes sueñan despiertos y luchan contra viento y marea, con entusiasmo e ilusión.
Gozaremos de la verdadera alegría si logramos regalar sonrisas y ternura que reanimen las miradas abatidas, los rostros apesadumbrados de tantas personas desesperanzadas; si intentamos hacer realidad sus sueños y, en ese esfuerzo, sea positivo o no, experimentaremos la dulzura de haber sembrado estrellas de felicidad y alegría.
“Yo me debo hacer prójimo descubriendo al próximo, buscándolo, acogiéndolo, dando y donándome en su servicio. Sin hacer acepción de personas. Sin miedo de contaminarme con un samaritano heterodoxo. Humanicémonos siempre más, humanicemos siempre, practicando la proximidad” (Pedro Casaldáliga).
“Yo me debo hacer prójimo descubriendo al próximo, buscándolo, acogiéndolo, dando y donándome en su servicio. Sin hacer acepción de personas. Sin miedo de contaminarme con un samaritano heterodoxo. Humanicémonos siempre más, humanicemos siempre, practicando la proximidad” (Pedro Casaldáliga).