Profundidad
Uno de los problemas que afectan más a los hombres y mujeres de nuestro mundo actual, en especial a quienes vivimos en los países capitalistas, neoliberales y consumistas del Norte de nuestro mundo, es el dejarnos llevar por el mar plácido y por las suaves y despreocupadas olas de la superficialidad.
La verdad es que las malas noticias que recibimos cada día, la realidad sufriente y dolorosa que nos rodea, la pandemia que no parece tener fin, el paro, los malos tratos, las injusticias, el hambre, los refugiados, las guerras… no nos dejan respirar y nos invitan a exclamar: “Necesito olvidarme de los problemas, expansionarme, disfrutar al máximo, marcharme …”.
Pero si esta respuesta se queda exclusivamente en una mera evasión, una vía de escape, una huida, cuando se vuelve de nuevo a la realidad todo seguirá igual, no ofrece ninguna solución, ni siquiera a corto plazo, pues nada habrá cambiado y la frustración seguirá aumentando la gran bola de nieve del abatimiento y el desánimo.
Sin embargo es cierto que precisamos momentos, espacios, lugares de tranquilidad, para serenarnos, tranquilizarnos, aclararnos, respirar y recuperar el ánimo. Algunas veces a solas pero, si puede ser, mejor aún con otras personas, compañeros, amigos, familiares… para salir renovados, recargadas las pilas, con ganas de seguir adelante, y enfrentar con otro talante las dificultades, los momentos adversos, los problemas que nos plantea la vida.
Y para disfrutar juntos de los buenos momentos que también nos ofrece la existencia, las alegrías que nos sobrevienen sin esperarlo o que comparten con nosotros los demás, las esperanzas que se ven reforzadas para seguir animando, los empeños y esfuerzos que, al final, se ven recompensados…
Porque la imagen, la frivolidad, la apariencia, no nos ofrecen verdadero contento, satisfacción honda, felicidad auténtica. Lo esencial, lo verdaderamente importante, es imperceptible para unos ojos empañados por la niebla de la superficialidad.
En cambio, si no nos dejamos llevar por la superficialidad y alimentamos cada día el manantial de la profundidad en nosotros, podremos garantizar una mirada transparente, la esplendidez del corazón y las manos, los sentimientos hondos de fraternidad y compasión hacia los demás, una esperanza que no desfallece y que enfrenta con creatividad cualquier dificultad.
Nuestra vida debería anhelar más allá del mero consumo, el bullicio, la indiferencia. Porque la existencia vivida en profundidad nos invita a celebrar la alegría con los demás, a reír, a festejar el encuentro, a compartir y solidarizarnos con las personas que peor lo pasan en nuestro mundo, a nuestro alrededor. Y esto nos da la más plena satisfacción.
La vida nos hiere constantemente.Pero nosotros tenemos la posibilidad, si actuamos desde nuestro hondón personal, desde nuestra profundidad vital y espiritual, de transformar ese daño en heridas luminosas, que ayuden a cicatrizar tanto las nuestras como las de los demás.
Como polvo que arrastra el viento
es la neblina de la superficialidad.
Las límpidas aguas que afloran por el hontanar
brotan de la profundidad del manantial.