Si no recuerdas el tibio sol sobre aquel patio de tu niñez,
la helada sobre la rígida piedra de la penuria,
la noche que oculta tantas sombras perseguidas,
el golpe impotente tras el resquicio de la puerta.
Si no te preocupa la oscura ola de espuma,
el sordo clamor de la desdicha y su latido,
la mentira que se desliza entre luces y escombros,
el perenne éxodo de las niñas de nuestros ojos.
Si te saludan quienes han extinguido las brasas y el fuego,
quienes rezan la letanía del menosprecio y la blasfemia,
quienes pretenden desvanecerse entre muros y fronteras.
Si no has aspirado la libre, vivificante brisa del mar
y el aire puro de las manos entrelazadas, fecundas,
no sabrás lo que es respirar satisfecho, en paz.
Habrás gustado el abrazo de la muerte
sin llegar a saborear el don de sentirte vivo.