Un alba violeta
El silencio impuesto
demora el nacimiento del amanecer
e impide que nos vivifique unas veces la brisa,
otras el viento que impulsa el avance de la historia.
Es tiempo de marchar contracorriente,
de asumir riesgos y sinsabores,
de avivar el fuego y la pasión
de encuentros sanadores, anhelados.
Cuando se creía superado el invierno
vuelve un gélido e irrespirable ambiente,
cargado de oscuras nubes del pasado
que amenazan con descargar gruesas gotas de amargura.
Es tiempo de salir a la calle y mezclarme
con cientos, miles de mujeres,
altivas, alegres, dignas, diferentes,
que me acogen en su círculo,
para que camine a su lado,
para que levante con ellas mi voz,
mi puño hermano, mi aliento
para construir un mundo mejor.
Me siento plena, única y a la vez una más
en la corriente de este río que no se detiene,
que avanza, empapa y se ramifica
en innumerables brazos de cuidado y ternura.
Sus aguas llevan en su curso para verter en el mar
todas las desilusiones, todas las violencias,
todas las desigualdades, todas las injusticias,
todas las angustias, todas las lágrimas,
y las criba en las arenas de sus miradas cómplices,
en los abrazos ardientes,
en la transparencia de sus corazones,
en las entrañas de toda mujer
que se alza en cada alba violeta
con los destellos de un sol luminoso de esperanza,
al que puedan contemplar y gozar juntas,
sin temor ni sometimiento alguno.
No será ni hoy ni mañana.
Pero el sentirnos unidas nos reanima,
consuela y nos hace sentir felices
porque somos más cada día,
muchas de ellas jóvenes, que brotan,
como nuevas flores fragantes, abiertas,
en el amplio y verde prado
de un feminismo hospitalario, abierto, plural,
y nos invitan a que renazca en nuestros rostros
una nueva y esplendorosa sonrisa.
(Miguel Ángel Mesa Bouzas)