Nunca la alegría de compartir
el cielo de la ternura
puede rehuir la oscuridad de cuerpos
esparcidos en sangre,
de alaridos en los negros ojos
de los niños y su hambre,
de los buitres acechando,
premeditadamente,
el despojo de huesos y vidas.
El dolor surca la eternidad
mientras el injusto metal
construye iniquidades.
La fe se ausenta al contemplar
tanta tiniebla.
La esperanza es imposible
ante tanta barbarie.
Queda únicamente
la experiencia del Amor
que late firme ‒aún oculto‒
y un deseo vehemente
para que la ternura de la solidaridad
se haga carne en mi carne.
Y me haga contemplar,
acariciar sus vidas,
sin buscar en mis hermanos
un más allá de ellos mismos.