Como ángeles caídos,
incapaces de elevarse
sobre esta tierra umbría,
sedientos, perdidos.
Algunos, tras el esfuerzo
de numerosas tentativas,
aceptan el sometimiento,
las cadenas de la deriva.
Otros no desisten,
y se esfuerzan por alzar las alas,
la frente, el corazón y la mirada
hacia los ecos de sus recuerdos.
Y pronuncian palabras y anhelos,
las sellan y los lanzan al universo,
gritan, entrelazan sus alas,
para no sucumbir al desaliento.
No dejan espacio a la melancolía
ni a la persistente crudeza de los días,
pues saben que provienen de otros cielos,
por los que se desviven y empeñan sus sueños.