La auténtica paz interior
Si pretendo alcanzar la paz del corazón tengo que intentar librarme de los miedos que me atenazan; que me impiden vivir en verdad, actuar con libertad, disfrutar del encuentro con el otro, aunque sea o piense diferente a mí; tener fe en mis posibilidades, confianza en los demás, en el Misterio de Vida que me habita y me libera en plenitud.
La condición y el fruto de una verdadera armonía interior es la esperanza, que me ayuda a superar todos los fracasos, las desilusiones, las frustraciones, las derrotas… Una esperanza sin fronteras, que no es una ilusión irrealizable, sino el obstinado trabajo diario para que la utopía, que creo y anhelo, se convierta en realidad.
El sosiego interior no se alcanza eludiendo los sinsabores, los dolores, las dificultades, los sufrimientos de cada día, sino enfrentándolos en la medida de mis fuerzas, sabiendo que tengo unos amigos, una familia, una comunidad, una luz, una fuerza interna… Es esa confianza la que me va a ayudar a aceptarlo todo, a enfrentarlo, a superarlo. Y después de cada experiencia habré aprendido algo más y esta madurez me ayudará a afrontar los próximos retos.
Una espiritualidad genuina no me evade de la realidad, sino que me sumerge más en ella. De hecho, la espiritualidad nace de la vida, de la experiencia vital de cada momento. La Ruah, la Respiración inicial, el Aliento de Vida, la Fuerza motivadora, me ayuda a respirar todo lo que me aporta la existencia y a exhalar todo lo que me impide vivir en plenitud. Y en ese Respiro vital soy, camino, me relaciono, gozo, siento.
La plenitud interior no se adquiere por el desinterés, sino por la contemplación, la aceptación, la mística de los ojos, los oídos y el corazón abiertos a la realidad, especialmente a quienes sufren más por la opresión, el odio, el desprecio, la persecución o la marginación causada por otros. Una mirada transparente de comprensión, acogida y solidaridad auténtica, todo lo revitaliza y renueva.
Para alcanzar la medida, la altura y la dimensión a la que estoy llamado, tengo que crecer en una humilde autoestima. Aceptando con sencillez y verdad todas mis habilidades, mis dones, mis carismas. Pero también con humildad todas mis carencias, mis errores y equivocaciones. Sabiendo que, en mi vulnerabilidad, estoy habitado por la Divinidad, la Ternura, la Fuerza que se vuelve más efectiva en mi debilidad.
Una llamada interior me invita a esforzarme por cambiar todo lo que causa la exclusión, las injusticias y las guerras, por otro mundo más fraterno, solidario, fraterno, en paz. Si me obsesiono por cambiarlo todo, chocaré con la realidad y me sobrevendrá el desánimo y el abandono. Pero si intento cambiar yo en lo posible cada día, llevando a mi alrededor esos deseos de armonía, libertad y justicia, si consigo que alguien se pare, reflexione e intente compartir su felicidad con los demás, habré cambiado la historia de la humanidad.
Una de las más profundas satisfacciones que puede experimentar un ser humano es perdonar a quien le ha ofendido, o pedir perdón por el daño que ha ocasionado a otro. Normalmente esto no surge de forma espontánea, es un proceso que lleva un tiempo y que hay que saber respetar. Pero cuando llega, todo se recrea, la niebla del rencor se disipa y amanece un día nuevo, para quien perdona y para quien es perdonado.
«La esencia de la paz del corazón, de la espiritualidad, es mirar a fondo, contemplar la realidad en su simplicidad y plenitud, admirar y compadecer, escuchar los clamores que suben del mundo y del fondo de nuestro ser y poner un gesto de transformación y sanación, en una palabra, abrir nuestro castillo cerrado a la Ruah, luz que penetra las almas y fuente del mayor consuelo. Es decir, efectivamente, ser lo que somos» (José Arregi).