Solo creo en un ejército: el que tiene en sus filas a cientos, miles de ángeles bondadosos, justos, comprometidos, felices, que están extendidos por todos los continentes de la Tierra o que han dejado una huella indeleble, fragante en ella.
Nunca tuvieron alas, muchas veces sufrieron cadenas, que cayeron a sus pies por el poder de los sueños y la utopía. Pero sí nombres y apellidos.
Y manos, corazón, alegría y sonrisas, con las que cuidan a quienes se encuentran sin ilusión y sufren por mil motivos; crean cada día una nueva realidad más fraterna, justa y humana; curan con atención, bondad y amabilidad los desgarros que produce la vida; escuchan con detenimiento y empatía; se ponen en las sandalias, los zapatos o las botas de los demás, para poder sentir y compartir a su lado, en lo posible, su realidad cotidiana.
Yo conozco a muchos de ellos y ellas: son los auténticos y únicos ángeles en los que creo, a quienes debo mucho de lo soy y que dan un gozoso y pleno sentido a mi vida.