Para orar, vivir, compartir...
En estas páginas el lector o lectora encontrará varios credos, la mayoría desde una perspectiva cristiana, pero muy abiertos, porque la fe que no crece y avanza cada día se va apagando. Por eso no se debe detener, sino irse modificando en el contacto con la realidad, con la vida de fe de otros creyentes, o con personas que no pertenecen a ninguna religión, pero que poseen una profunda fe en el ser humano y su dignidad, en el amor por la naturaleza y la vida.
También se hallarán paráfrasis de padrenuestros (sin desmerecer en absoluto el Padrenuestro que enseñó Jesús, que es una oración inigualable, que tendrá plena vigencia siempre), porque si ponemos en palabras de hoy algunas oraciones de ayer, se pueden entender mejor y aterrizar con más claridad y mayores posibilidades de que nos lleguen más adentro, nos motiven y comprometan.
Y no hay oración sin agradecimiento, sin alabanza, sin celebración. Pues todo en la vida es don, aceptado o entregado, por eso es necesario ser agradecido, dar las gracias, sentirse feliz por todo lo que se recibe, por lo que se aprende, por lo que se comparte. Y todo ese agradecimiento tiene un momento culminante: la celebración de acción de gracias, donde se hace presente la vida, con sus sufrimientos y sus alegrías.
La fe y la vida tienen que estar plenamente unidas. Jesús formó una comunidad de hombres y mujeres, que le acompañaron por los caminos de Galilea. No se puede vivir la fe de forma aislada, ni al margen de la existencia concreta. La fe, para ser auténtica y fértil, debe ser compartida en comunidad y solo tendrá su verificación en la realidad cotidiana.
La fe, la oración, la celebración, el compartirlo todo en comunidad, solo adquirirá su plenitud si está impregnada de una mística de ojos, oídos y manos abiertas, que lo envuelva todo, que nos ayude a ver la realidad en profundidad y lo que acontece detrás de ella: la trascendencia de cada acto, de las opciones, de la humanidad dolorida y esperanzada. La trascendencia inmanente de la Divinidad, que está presente en todo, que todo lo impregna y sustenta con su presencia.
Una mística que se enlaza profundamente con la espiritualidad. Esta nos ofrece el aliento para poder vivir de otra manera y, por lo tanto, más felices. Sí, porque la oración, la comunidad, la mística o la espiritualidad, solo serán creíbles si se concretan en la solidaridad, en el amor verdadero, efectivo hacia las personas que sufren injusticias en nuestro mundo.
«Este libro nos ayuda a rescatar lo inédito, a acoger la bienaventuranza de la “vida común” desde la gratuidad y la Buena Noticia que porta dentro, porque el Evangelio no es una Palabra escrita en un libro sino que el Evangelio acontece, es dinámico, se revela en nuestro aquí y ahora y se nos ofrece como esperanza contra toda desesperanza» (Pepa Torres).
«Estas páginas llenas de sencillez, de hondura y belleza, trazan una espiritualidad muy real concreta, a pie de lo cotidiano, a pie calle, a pie de vida. Una espiritualidad de la vida para hoy: mística y política, pacífica y activa. Una espiritualidad apropiada para una época como la nuestra de profunda transformación cultural, a la vez postsecular y postreligiosa. Somos muchos los que podremos encontrar en estas páginas espíritu o aliento. ¡Enhorabuena, Miguel Ángel, y gracias!» (José Arregi).
«Miguel Ángel Mesa, en este nuevo libro, en este tratado de humanidad y esperanza, con ese don tan hermoso que posee, nos vuelve a iluminar los miedos de la noche con credos y pasiones. Nos lleva al origen de la fe en su sencillez más absoluta y apuesta, con frescura y osadía, por una oración distinta, una plegaria hecha Ternura, Sosiego y Vida. Y es que él sabe como nadie qué es lo que se cuece en los latidos del ser humano. Conoce los verbos adecuados para el perdón y la gratitud, para trepar con elegancia por el misterio de las pequeñas cosas, para sentir en las venas un Evangelio de andar por casa que se convierte en pan partido y compartido sobre una mesa de silencios y sacudidas» (Fran Álvarez Charneco).