El perdón te libera
«Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar» (Gandhi).
Los medios de comunicación nos ofrecen constantemente situaciones de enfrentamientos que producen enemistades, odios: guerras, conflictos entre países o etnias, entre empresas…; de unas estrellas mediáticas, deportivas, famosas, contra las demás; de unos partidos políticos contra otros de signo adverso…
Algo que cada vez se está dando con más frecuencia es la condena a alguien, sin que se haya sentenciado judicialmente su culpabilidad, como es obligatorio en un Estado de Derecho. Simplemente por los indicios, por las primeras pruebas, por los comentarios que se realizan en los mass-media y las redes sociales creemos que es suficiente para condenar a una persona, organismo o asociación. Se está perdiendo poco a poco la presunción de inocencia.
Y, por otra parte, tanto en la ciudadanía, como en algunos partidos políticos y asociaciones de diverso género, se aboga porque los presos cumplan íntegras las penas, que se amplíen estas a cadena perpetua, sin rebajas, e incluso, en casos más extremos, a que se implante la pena de muerte. La rehabilitación y recuperación de las personas que han cometido un delito, parece que no se acepta ni se contempla en la realidad de nuestro sistema penitenciario y en la opinión pública.
Resolver muchos de estos conflictos no es fácil, si no hay buena voluntad por ambas partes. Y si, a través de algún tipo de mediación, se resuelven sobre el papel alguno de estos enfrentamientos, suele quedar en el hueco de la memoria el resentimiento, la indignación, el odio larvado. Lo que conlleva el que a la más mínima provocación se reabra la herida.
Como dice Gandhi en la frase que encabeza esta página, no es nada fácil perdonar. Y quizá sea aún más difícil pedir perdón a quien se ha ofendido. Pero no hay nada que libere más interiormente que solicitar el perdón o que otorgarlo. Nos humaniza, engrandece y restablece la armonía perdida, tanto entre las personas individuales como en las relaciones sociales.
Jesús experimentó en su propia vida y en la de los demás el valor terapéutico del perdón: a quienes le ofendían y acosaban sin parar; a las personas que se sentían esclavizadas por el sentimiento, cierto o inducido, de haber pecado; hasta llegar a ofrecer el perdón a quienes le condujeron a la cruz… Setenta veces siete había que perdonar, es decir, siempre.
Deberíamos tener pues siempre a mano para resolver cualquier problema y cerrar la herida, el bálsamo de la comprensión y la disculpa. Y que no nos despierte el amanecer de un nuevo día sin solucionar cualquier situación que nos haya enfrentado con otra persona. De cualquier circunstancia, positiva o negativa, podemos recibir una enseñanza. Pero no digamos: «yo perdono, pero no olvido», porque la semilla de la cizaña estará siempre acechando en nuestro interior, sin dejar que sanemos por completo.
Sabiendo, por otra parte, que no son incompatibles la proclamación de la verdad y la justicia, con la compasión y el perdón. Que quienes intentan incluir, rehabilitar, no acallar nada, olvidar, perdonar en definitiva, como la única forma de reconciliación y verdadera convivencia fraterna, llevarán la dicha a sus vidas. Quienes han descubierto el tesoro del perdón, no dejan de esparcir y sembrar las semillas de un mundo nuevo, reconciliado, justo y en paz.
«Felices quienes al llegar el atardecer del día se sienten bien, porque han enterrado en el olvido todos sus rencores».