Solo un breve instante es preciso para que una centella
prenda en el corazón una llama viva, candente,
y los ojos vislumbren el fulgor de una estrella
que pueda guiarnos a través del anochecer y su relente.
No se revela como por encanto la magia de la ternura,
ni hay hechizos para que el céfiro nos conceda sosiego.
En la diaria contienda por descifrar la insondable hondura,
se alza el viento de la libertad, la fragancia del espliego.
La umbría del desconsuelo se desvanece en cada latido
y la soledad se transforma en cuidado y cercanía
cuando el abrazo ofrece a cada vida, confianza y sentido.
Si nos empeñamos en recibir con renovado ardor
el beso con el que cada amanecer nos invita al asombro y la alegría,
nunca será tarde para descifrar el diáfano misterio del amor.