Aquellas tardes preñadas de simiente…
gris el cielo y sus nubes,
grises los altos muros de piedra,
grises y tristes los recuerdos
que se llevaban como hojas de invierno
las frías aguas del río.
El cuerpo se encogía bajo
la húmeda, cotidiana soledad,
y el alma oculta
tras el desconsuelo y su noche.
De pronto
tanta luz
en un breve destello,
hasta vislumbrar el fuego
y alzar leve, definitivamente
el vuelo.
Y volví solo, desnudo,
para empezar a ser de todos.
Aquel inolvidable instante,
esa pasión que aún anima mis pasos.