Una barca a la deriva,
la búsqueda infructuosa de su cuerpo,
la imaginación que gira angustiada,
la desesperación de quienes no pueden
cerrar el círculo del duelo.
Porque lo peor es abrir los ojos húmedos
de incertidumbre cada nueva alborada
y desayunar el café amargo del desconsuelo,
sin tener ninguna noticia,
sin permitirse un vislumbre de esperanza…
Ella, sin embargo, ha logrado
salvarse del naufragio
y del sinsentido de su existencia,
para entrar por la senda de las lágrimas
hacia la isla añorada de su propia identidad.
Al fin, liberada ya de culpas y obsesiones,
camina cada tarde por la orilla de su playa
y se deja abrazar trémula por los vientos,
se sienta absorta ante el horizonte azul,
donde ya no contempla más que luz,
la luz, la única luz…