Nuestra vida es como un breve lapso de tiempo
en la historia del universo, una milésima de segundo
en el curso de la historia humana.
Pero esta realidad no debe llevarnos
a la desesperanza o la angustia,
porque la existencia puede llegar a ser
una experiencia feliz y gratificante, si la sabemos
disfrutar en los pequeños detalles de cada día,
en las sorpresas que nos depara cada encuentro,
en la entrega a quienes más nos necesitan,
en la contemplación gozosa de la naturaleza…
No estamos llamados a ser un mero soplo
o una frágil sombra que pasa,
sino a permanecer en el recuerdo,
a sembrar una pequeña semilla
que dé fruto a su tiempo,
a soñar e intentar cumplir esos sueños,
a amar dejando un manantial de cariño
en quienes nos han acompañado
en el duro y frondoso camino de la vida.
Tú, mi buen Dios, eres mi respiro y mi caricia. Mi ruah.
De ti aprendí que no estamos destinados a la muerte,
sino a vivir en plenitud, ahora, en esta tierra.
Y después, tenemos la esperanza puesta en ti
de poder despertar sonrientes,
sabiendo que hemos llegado al puerto
del que un día salimos, a tu regazo cálido y maternal.
(Salmos para otro mundo posible. Ed. Paulinas)